Jump to content

Recommended Posts

Posted (edited)

Presentaci-n-Portafolio-Proyectos-De-Fot

Sentado en esa acera en Singapur, con el sudor pegándose a mi piel bajo el calor tropical, no podía evitar dejar que mi mente se hundiera en recuerdos. "¿Cómo llegué hasta aquí?" me pregunté, pero no me refería solo a esta ciudad extraña y distante. No, esa pregunta iba más allá. Era un eco que resonaba desde mi infancia, una búsqueda de entender cómo una serie de decisiones tan mundanas me habían arrastrado a este lugar, a este momento.

image.png

Nací en Plymouth, Inglaterra, en 1986, en una familia de clase media. Mi padre trabajaba en una fábrica, y mi madre vendía perfumes. No teníamos lujos, pero tampoco nos faltaba nada. Era una infancia tranquila, normal, sin grandes sobresaltos. Nunca tuve que esforzarme demasiado, mis padres me consentían en todo, y yo me dejaba llevar por esa comodidad.

image.png

De niño, pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en mi habitación. No era el tipo popular en la escuela. No era el chico que jugaba en el equipo de fútbol o que hacía reír a todos en el recreo. Yo estaba en mi mundo, un mundo lleno de videojuegos, donde las reglas eran simples y las recompensas claras. Lo intenté con el fútbol, como cualquier niño británico, pero no tenía el talento ni la dedicación. Al final, me di cuenta de que prefería gestionar equipos desde la comodidad de una pantalla, antes que estar corriendo en el campo.

image.png

Fui a la universidad en Manchester y estudié Ingeniería Mecánica. Una elección segura, práctica. Me gradué en 2010 y conseguí un buen trabajo poco después. Tenía una vida cómoda, un sueldo decente y pocas preocupaciones. Trabajaba seis horas al día, y el resto del tiempo lo dedicaba a mis pasatiempos, principalmente a Football Manager. Ese juego me apasionaba. En él, podía tomar decisiones, construir algo grande, todo sin moverme de mi silla.

image.pngimage.png

Pero aunque mi vida era tranquila, también era solitaria. Mis padres murieron en un accidente de tráfico en 2007, cuando yo aún estaba en la universidad. Desde entonces, había aprendido a convivir con el silencio, con la ausencia. No es que no tuviera amigos, Ethan, mi mejor amigo desde la universidad, seguía a mi lado. Nos unía el fútbol, o más bien el Football Manager. Cada temporada, competíamos para ver quién podía llevar al Plymouth más lejos. Era una tradición que se repetía año tras año.

En 2015, con el dinero suficiente y mucho tiempo libre, decidí licenciarme como entrenador de fútbol. Me saqué la Licencia Nacional C, la más básica, pero suficiente para alguien como yo que nunca planeaba trabajar en un equipo real. Era más un capricho, una forma de sentirme más cerca de lo que tanto amaba en el juego.

Viajar era mi otro escape. En 2017 hice un tour por Australia, un continente fascinante. En 2019, probé la exótica Sudamérica, con sus paisajes vibrantes y caóticos. Pero luego llegó el COVID, y como a muchos, me dejó atrapado en mi propia monotonía. El encierro me convirtió en una versión aún más retraída de mí mismo. El trabajo desde casa, las noches interminables frente a la pantalla... mi vida se fue apagando de a poco, sin que apenas me diera cuenta.

Pero en 2024, decidí que era hora de salir de esa rutina. La pasión por los viajes, por conocer nuevos lugares, me volvió a llamar. Así que reservé un tour por Asia que duraría dos semanas. Comenzó en Indonesia, un lugar vibrante que me dejó fascinado. Luego llegué a Singapur, la joya tecnológica de esta parte del mundo. Todo parecía ir bien hasta que, una mañana, me desperté en mi hotel... sin mis documentos, sin nada que me identificara.

Y así es como terminé aquí, en esta acera en Singapur, sin saber qué hacer..

Edited by OnlyfootballFC
  • Like 1
Posted

image.png

Todavía sentado en esa acera, viendo cómo la vida continuaba sin mí, me levanté pesadamente y caminé de vuelta al hotel. Mis pasos resonaban en mi mente como el eco de algo inevitable. Sabía que sólo me quedaban dos días de reserva y después... bueno, no quería pensar en lo que vendría después. Lo único que podía hacer era esperar.

El aire acondicionado del hotel me recibió con un abrazo frío, pero ni eso podía aliviar la presión en mi pecho. Subí a mi habitación, dejando que el peso de la incertidumbre me aplastara una vez más. Me tiré en la cama, mirando el techo. ¿Cómo había llegado tan lejos solo para sentirme atrapado en una jaula invisible?

El teléfono sonó, sacándome de mis pensamientos. Era la embajada. Me dijeron que debía ir de inmediato, que las autoridades migratorias querían hablar conmigo. Algo se encendió en mí, una pequeña chispa de esperanza. Quizá estaban resolviendo todo, quizá pronto me repatriarían y este mal sueño acabaría. Así que, sin perder un segundo, me vestí y corrí hacia las oficinas.

Al llegar, me encontré con el frío y clínico ambiente de la policía migratoria de Singapur. Un oficial de rostro impasible me condujo por un pasillo hasta una sala donde otros dos hombres me esperaban. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, tal vez esto era el principio del final, el momento en que me dirían que todo estaba arreglado.

Pero en cuanto abrí la boca para preguntar, me cortaron en seco.

—Señor Philips, su situación es grave —dijo uno de ellos, sin ningún atisbo de empatía en su voz.

Los segundos que siguieron se sintieron como horas. Todo lo que había imaginado se desvaneció. No era el comienzo de mi repatriación, era el principio de algo mucho peor. Me hicieron levantar, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, sentí el frío metálico de las esposas cerrándose en mis muñecas. La sensación era tan surrealista que apenas pude articular palabra.

—¿Qué está pasando? —pregunté, mi voz temblorosa y vacía de respuestas.

Nadie me respondió. Era como si, de repente, hubiera dejado de ser una persona para convertirme en un problema, un inconveniente que necesitaba ser manejado. Me llevaron fuera de la sala, y mientras caminaba por esos pasillos blancos y asépticos, no podía dejar de preguntarme: ¿Qué hice mal?

De pronto, la chispa de esperanza que había sentido al recibir la llamada se apagó por completo, dejando sólo un vacío.

No tenía idea de lo que iba a pasar ahora, ni si volvería a casa algún día.

  • Like 1
Posted

image.png

El lugar al que me llevaron no era un centro de detención, ni mucho menos. Al entrar, todo lo que vi, escuché y olí me hacía pensar en una cárcel de máxima seguridad. Las paredes grises, el eco de los gritos, el sonido metálico de las rejas abriéndose y cerrándose… era un sitio donde la esperanza venía a morir.

Me lanzaron en una celda diminuta, fría, sin ventanas. Apenas una cama sin colchón y una taza rota en la esquina. No estaba solo. Un hombre en silla de ruedas, con una expresión que irradiaba autoridad, me miró desde la entrada. No había simpatía en sus ojos.

—Lava tu ropa —me dijo, señalando una pila de telas sucias en un rincón—. Si no lo haces, estarás pidiendo problemas.

Era todo lo que me faltaba. Sin más remedio, obedecí, aunque mis manos temblaban y mi mente gritaba que no pertenecía a este lugar. Cada segundo en ese sitio me recordaba que mi situación era mucho más grave de lo que había imaginado. Era como si hubiera cruzado una línea invisible y me hubieran condenado a una realidad que ni en mis peores pesadillas habría imaginado.

Cuatro días pasaron. Cuatro días en los que no dormí. No podía. Entre el temor constante de lo que podría pasarme y la incomodidad de la celda, apenas podía mantener los ojos cerrados más de unos minutos. Mi mente estaba al borde del colapso. Cada sonido, cada movimiento en los pasillos me ponía en alerta. Era como si el lugar mismo se alimentara de mi miedo.

El cuarto día, la guardia me lanzó una cobija raída a través de los barrotes. Al principio, sentí algo parecido a alivio. Al menos podría cubrirme del frío de la noche. Pero esa sensación no duró. Justo cuando me estaba acomodando, vi cómo dos tipos se acercaban lentamente a mi celda. En sus manos, pequeños cuchillos brillaban bajo la tenue luz. Venían por la cobija.

Me levanté de la cama, mis ojos fijos en los suyos, intentando no mostrar el miedo que corría por mis venas. Pero no tenía salida. Me iban a quitar la cobija y, probablemente, algo más. Cada segundo que pasaba sentía que mi vida pendía de un hilo delgado, listo para romperse.

Pero entonces, dos jóvenes irrumpieron en la celda antes de que los hombres me tocaran. Parecían más organizados, más decididos, y con apenas unas palabras, hicieron que los tipos con cuchillos se retiraran. No entendí muy bien qué pasó en ese momento, pero su intervención me salvó. Todavía respiraba.

Los dos jóvenes no dijeron nada más. Simplemente me miraron, como si estuvieran evaluando algo en mí. Luego, uno de ellos habló.

—El anciano quiere verte.

El anciano. No sabía quién era, pero pronto lo descubriría. Aparentemente, era alguien que tenía suficiente poder en ese lugar como para detener lo que parecía una muerte segura para mí.

Me levanté, todavía aturdido por lo que acababa de pasar, y seguí a los jóvenes por los oscuros pasillos. Mi corazón latía con fuerza, pero no podía evitar sentir que algo estaba a punto de cambiar. Para bien o para mal, mi destino en esa jaula estaba en manos de alguien más.

  • Like 1
Posted

image.png

Los jóvenes me llevaron por pasillos oscuros y mal iluminados hasta una celda al fondo del complejo. La puerta estaba entreabierta y dentro, sentado en un colchón raído, había un anciano. No era lo que esperaba. A pesar de su edad avanzada, irradiaba una presencia que exigía respeto. Sus ojos, aunque cansados, brillaban con una intensidad que pocos hombres jóvenes podían igualar.

—Te estaba esperando —dijo, señalando el único asiento disponible, un taburete de madera desgastada.

Me senté con cautela, sin saber qué esperar. Al principio, sólo nos miramos. El silencio entre nosotros era denso, pero no incómodo. Finalmente, él rompió la quietud.

image.png

—Me llamo Ghan Yidijo con una voz áspera pero serena—. Durante cuarenta años fui líder de la mafia en Singapur. Hice cosas de las que no estoy orgulloso, y ahora estoy pagando por mis errores.

No había amargura en sus palabras. De hecho, su tono era casi apacible, como si hubiera hecho las paces con su pasado. Me trató con una amabilidad que no esperaba en un lugar como ese, y poco a poco, comencé a relajarme.

—¿Sabes por qué estás aquí, muchacho? —preguntó Ghan Yi, mientras encendía un cigarro y soltaba una nube de humo en el aire—. No es sólo por tus papeles perdidos. En este mundo, nada pasa por casualidad. Todo es parte de algo más grande.

No supe qué responder. Así que lo dejé hablar.

Durante las siguientes semanas, Ghan Yi me trató como si fuera su propio hijo. Me habló sobre su vida en el crimen, sobre los códigos que seguían y cómo la mafia de Singapur había estado bajo su control durante décadas. Lo curioso era que, a pesar de lo que me contaba, no percibía en él el estereotipo de un hombre malvado. Más bien, parecía un hombre cansado, que había hecho lo que creyó necesario para sobrevivir y prosperar.

—No me malinterpretes, West —dijo en una ocasión—. No soy un buen hombre, pero aprendí algo en mi vida: la determinación es lo que define a una persona. Sea para bien o para mal, sin determinación, no eres nada.

Esa frase se quedó en mi mente. La determinación, el impulso de seguir adelante, era algo que todos en ese lugar compartían, desde los prisioneros hasta los guardias. Incluso yo, perdido en una situación que no entendía, empezaba a ver las cosas de manera diferente.

A través de Ghan Yi, conocí a otros miembros de la pandilla "Xvgh", un grupo de presos que se autodenominaban hinchas acérrimos del Bali United. Eran duros, pero el fútbol los unía de una forma que pocas cosas podían. En más de una ocasión me hablaron sobre su amor por el equipo, su pasión por cada partido y cómo el fútbol les daba algo a lo que aferrarse en medio de toda esa oscuridad.

Increíblemente, comencé a sentirme parte de algo. Las noches eran menos frías con ellos alrededor, y las charlas con Ghan Yi me hacían reflexionar sobre la vida de una manera que jamás había hecho antes. No era un entorno ideal, pero, por primera vez en mucho tiempo, no me sentía completamente solo.

Todo parecía tener un ritmo, una especie de rutina en la que me había sumergido. Pero eso cambió el día que vinieron a buscarme.

Era temprano por la mañana cuando los guardias llegaron a mi celda. Sus rostros no mostraban emoción alguna mientras me llevaban a una oficina en el ala principal del edificio. Mis pensamientos se arremolinaban: ¿Qué había pasado? ¿Por qué me estaban sacando?

Mi mente no dejaba de formular preguntas. ¿Había llegado el momento de mi repatriación? ¿O algo mucho peor estaba a punto de suceder?

  • Like 1
Posted

image.png

Cuando los guardias me llevaron a la oficina, mi mente estaba en blanco. Apenas podía procesar lo que sucedía, y los ecos de mis propios pensamientos eran los únicos sonidos que escuchaba. Al llegar, el oficial detrás del escritorio no me miró directamente, como si mi presencia fuera sólo otro trámite. Me pidió mis datos de nuevo y luego me entregó una boleta.

—Es tu boleta de salida —dijo, sin ningún tipo de emoción.

"Salida". Una palabra que resonaba con esperanza, algo que no había sentido desde que me pusieron en esas celdas. Me aferré a esa boleta como si fuera la llave de mi libertad, la señal de que mi pesadilla estaba llegando a su fin. Pero esa sensación se desvaneció tan pronto como vi la camioneta negra estacionada afuera.

No hubo muchas palabras. Los guardias simplemente me empujaron hacia el interior de la van. El conductor, un hombre que no me miró en ningún momento, cerró la puerta trasera, y así, de un segundo a otro, me encontré viajando en la parte trasera de ese vehículo oscuro, sin ventanas, con la sensación de que algo no estaba bien.

¿Estaba yendo al aeropuerto? La idea de salir de Singapur, de volver a casa, me daba una ligera esperanza, pero algo en el silencio del viaje me decía que no debía confiar en ello. Mi mente divagaba, pero siempre regresaba a la misma pregunta: ¿será esta mi oportunidad de escapar de este infierno?

Después de lo que pareció una eternidad, la van se detuvo, y los guardias me abrieron la puerta sin decir una sola palabra. Cuando salí, miré a mi alrededor y mi corazón se hundió en mi pecho. No estaba en el aeropuerto. Estaba de nuevo frente a la embajada británica. El mismo edificio que había visitado días atrás, cuando todo comenzó.

Un oficial me recibió al entrar, con una expresión fría y distante. Me hizo pasar a una pequeña sala donde me explicó mi situación con una frialdad que helaba la sangre.

—Estás en la lista de espera para la repatriación —dijo, leyendo de un documento sin levantar la vista—. El proceso, lamentablemente, podría tardar entre 12 y 19 años.

El mundo se desmoronó a mi alrededor. ¿Años? ¿Tenía que esperar más de una década para poder regresar a casa?

—Además —añadió—, al no tener tus documentos, el proceso podría extenderse aún más. Pero... —hizo una pausa, como si estuviera a punto de darme una solución— eres libre para moverte dentro de Asia tanto como quieras.

Libre. La palabra sonó vacía. ¿Qué clase de libertad era esa? Podía moverme, sí, pero sin un lugar al que llamar hogar, sin un destino claro. Era como estar atrapado en un limbo, un lugar donde el tiempo no corría a mi favor.

Salí de la embajada, con la cabeza baja y el corazón pesado. El peso de la incertidumbre me aplastaba, y aunque ya no estaba tras las rejas, la libertad que me ofrecían se sentía como una cruel broma. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿A dónde iría?

No tenía respuestas. Sólo una certeza amarga: mi regreso a casa estaba más lejos de lo que jamás había imaginado. Ahora, en esta vasta región de Asia, debía encontrar una forma de sobrevivir, de seguir adelante sin un camino claro.

  • Like 1
Posted

image.png

Caminé durante horas. Quizá días. Todo parecía un borrón en mi mente, como si el mundo hubiera perdido su color, su forma, su propósito. La lluvia empezó a caer sobre mí, suave al principio, pero luego se transformó en un torrente que me empapó hasta los huesos. Sin rumbo fijo, mis pies se movían por inercia, guiados por una fuerza que no entendía.

Había perdido todo. Mi libertad, mi identidad, cualquier esperanza que me quedaba. El peso de esa realidad me aplastaba, y, por primera vez en mi vida, me sentía completamente y absolutamente solo. Ya no tenía ni siquiera el consuelo de mis rutinas, ni la seguridad de mi pequeño mundo. No había trabajo, no había videojuegos, no había nadie.

Me vi a mí mismo vagando por las calles de Singapur como un fantasma. Sin dirección, sin razón. Sólo el ruido de la lluvia, golpeando implacable contra el suelo, acompañaba mis pasos. A lo lejos, las luces de la ciudad brillaban, pero para mí no significaban nada. No había refugio, ni destino. El mundo entero parecía una vasta extensión vacía.

Entonces, llegué a una costa. El mar rugía ante mí, indiferente a mi sufrimiento, y las olas se estrellaban contra las rocas con una violencia que resonaba en lo más profundo de mi ser. Fue entonces cuando la vi. Una bandera, ondeando suavemente en el viento a pesar de la tormenta. Una bandera de Inglaterra, mi tierra natal.

Sentí un tirón en el pecho, algo que no había sentido en años. Un fragmento de lo que había sido alguna vez, un eco de una vida que ya no existía. La apatía que había definido gran parte de mi existencia comenzaba a desmoronarse, y en su lugar, surgía algo nuevo. Algo que me impulsaba a moverme hacia esa bandera.

Por primera vez en lo que parecían siglos, me vi obligado a actuar, a socializar, a pedir ayuda. Mis pies, que hasta ese momento sólo habían conocido el andar sin rumbo, encontraron un propósito. Subí por una pequeña colina que daba a una casa junto a la costa, el lugar donde ondeaba la bandera. Cada paso parecía más pesado que el anterior, pero no me detuve.

Cuando llegué a la puerta, dudé. No estaba acostumbrado a depender de los demás. Siempre había vivido en mi propio mundo, lejos de las interacciones humanas. Pero ahora no tenía elección. Estaba perdido. No sólo en este rincón del mundo, sino dentro de mí mismo.

Tomé una respiración profunda, alzando mi mano temblorosa y golpeé la puerta.

  • Like 1
Posted

image.png

La puerta se abrió con un crujido, y allí estaba ella. Una chica de cabello castaño y ojos profundos, evidentemente inglesa, igual que yo. De inmediato, mi nerviosismo afloró. No estaba preparado para esto. Nunca lo había estado. Las mujeres siempre habían sido un misterio para mí, un terreno en el que nunca me había sentido cómodo. Y ella… bueno, ella era bastante atractiva, lo cual sólo empeoraba las cosas.

Traté de decir algo coherente, pero antes de que pudiera formar una frase decente, un hombre mayor apareció detrás de ella. Su semblante era amable, con una sonrisa que proyectaba calma y seguridad. Parecía tener unos 62 años, con el pelo canoso y una expresión llena de bondad. Me miró con curiosidad, pero sin juicio.

image.pngimage.png

—Hola, soy Kalvin Kalebdijo, tendiéndome la mano—. Y esta es mi hija, Lucy. ¿Qué te trae por aquí?

Le conté, en pocas palabras, lo que había sucedido. Mi viaje, mi detención, la incertidumbre de mi repatriación. Mientras hablaba, sus ojos se suavizaban aún más. Era un ser de luz, como si irradiara bondad en cada palabra, en cada gesto. Escuchaba con paciencia, asintiendo, sin interrumpir.

—Vaya, amigo. Parece que has pasado por un infierno —dijo Kalvin, mirándome con simpatía—. Pero estás aquí ahora. Vamos, entra, no te quedes afuera bajo la lluvia.

Entré tímidamente, como si aún no mereciera ese tipo de bondad. La casa estaba cálida, llena de ese tipo de desorden hogareño que te hace sentir bienvenido. Kalvin me guió hasta el salón y me ofreció un lugar en el sillón. La incomodidad inicial se fue desvaneciendo poco a poco, aunque la presencia de Lucy, que se movía por la sala, seguía poniéndome nervioso.

Justo cuando me estaba empezando a relajar, apareció otra figura en la escena. Un hombre más joven, probablemente en sus treintas, que me lanzó una mirada fría tan pronto como puso un pie en la habitación. Sus movimientos eran bruscos, y el desprecio en su rostro era evidente.

—¿Y este quién es? —preguntó con desdén.

image.png

Robb, él es West. Ha pasado por algo complicado —respondió Kalvin, en un tono que intentaba suavizar la situación.

Robb, evidentemente, no compartía el carácter amable de su padre. Apenas me dirigió la palabra, y cuando lo hizo, fue para hacer comentarios sarcásticos sobre mi situación.

—No todos pueden ser vagabundos perdidos, supongo —murmuró, lo suficientemente fuerte como para que lo escuchara.

Decidí ignorarlo. No tenía ni las fuerzas ni el ánimo para entrar en conflicto. Además, Kalvin intervenía siempre que podía, desviando la conversación hacia temas más amables. Me ofreció una comida caliente, algo que no había tenido en días. Mientras comíamos, intentó mantener el ambiente ligero, hablando sobre su vida en Singapur, cómo había terminado allí con su familia y sobre su amor por el Bali United, un equipo que, al parecer, compartíamos en común.

Lucy, por otro lado, no decía mucho. Me miraba de vez en cuando, pero mantenía la distancia. No pude evitar sentir que me analizaba, como si intentara descifrar quién era yo realmente.

Kalvin, finalmente, me ofreció un lugar para dormir en su sillón. Era más de lo que podía haber esperado. Esa noche, mientras me acomodaba bajo una manta en el sofá, sentí que, al menos por un momento, había encontrado un respiro en medio del caos. Pero a pesar de la hospitalidad de los Kaleb, no podía sacarme de la cabeza una pregunta: ¿qué iba a hacer mañana?

El día siguiente seguía siendo una incógnita. Cerré los ojos, esperando que, de alguna manera, las respuestas llegaran con la luz del amanecer.

  • Like 1
Posted

image.png

Me desperté tarde, mucho más de lo que había planeado. Al principio, fue el sonido de unos gritos que resonaban desde afuera lo que me sacó de un sueño profundo. Todavía medio adormilado, escuché una voz femenina, clara y firme, que decía: "¡Tengo dos!". Me tomó unos segundos reconocer que era Lucy.

Salí del sofá y caminé hasta la puerta, curioso por saber qué estaba pasando. Lo que vi me sorprendió. Los Kaleb estaban fuera, trabajando con redes y cajas llenas de pescado. Era como si de repente el mundo tuviera sentido para ellos en una manera que yo no comprendía del todo. Lucy, con una destreza que no hubiera imaginado, ayudaba a su padre y a su hermano en la faena de la pesca. Era evidente que no solo sabían lo que hacían, sino que lo hacían con una energía que parecía contagiosa.

Lucy me vio parado en la acera, mirándolos con una mezcla de asombro y curiosidad. Su sonrisa se asomó por el borde de la red que sostenía y, sin dudarlo, me llamó.

—¡West, ven! ¡Ayúdanos! —gritó, mientras movía con facilidad un cubo lleno de pescado.

Me acerqué sin saber qué esperar, pero intrigado por la energía que llenaba el aire. No sabía mucho sobre pesca, pero había algo en la manera en que trabajaban que me hacía querer ser parte de ello, aunque solo fuera por un día. Lucy me explicó cómo funcionaba todo, desde lanzar las redes hasta recogerlas, y aunque al principio mis movimientos eran torpes, pronto empecé a seguir el ritmo.

Pasé la mañana trabajando junto a ellos, algo que no había hecho en años. Nunca había sido un hombre de esfuerzo físico, pero había algo extrañamente satisfactorio en la simplicidad de esa vida. El olor a sal en el aire, el sonido del agua chocando contra las redes, el eco de las voces entre los pescadores... Todo era tan diferente de lo que había conocido, y, de algún modo, más real.

Kalvin, en medio de todo el bullicio, se acercó a mí con una sonrisa en el rostro.

—West, parece que tienes algo de habilidad con esto —dijo, dándome una palmada en la espalda—. Si te interesa, puedes quedarte a trabajar con nosotros. No será la vida más lujosa, pero te aseguro que es honesta.

Lucy, que no había dejado de sonreír desde que empezamos, insistió también.

—Sí, quédate. Podrías aprender mucho, y necesitamos otra mano —dijo, con un guiño que me hizo sentir, por primera vez en mucho tiempo, que podía ser útil para alguien.

No fue una decisión difícil de tomar. Acepté, no porque fuera el trabajo que había soñado, sino porque, por primera vez desde que todo comenzó, sentí que formaba parte de algo más grande. Una familia, una rutina, una vida impulsada por la pasión y el esfuerzo. No importaba cuán lejos estuviera de casa o cuán incierto fuera mi futuro; en ese momento, con las redes en las manos y el sonido del mar a mi alrededor, supe que estaba en el lugar correcto.

Así, comenzó mi nueva vida entre los Kaleb, en un rincón del mundo donde la pasión por lo que se hace es la única fuerza que mueve a las personas.

  • Like 1
Posted

image.png

Había pasado un mes desde que me uní a la familia Kaleb. Contra todo pronóstico, me adapté a la pesca mucho más rápido de lo que hubiera imaginado. Kalvin solía decir que vivir en armonía con el mar era la clave para entender la vida misma. Al principio, no comprendía del todo a qué se refería, pero con el tiempo, me fui dando cuenta. El ritmo del mar, su calma, su tempestuosa naturaleza, era un reflejo de nuestras propias vidas. Aprender a pescar era, en cierto modo, aprender a fluir con las circunstancias.

Me sorprendió cómo mi vida había dado un giro tan drástico, y lo más inesperado de todo fue Lucy. Nunca había sido alguien que se desenvolviera bien con las mujeres. Mi torpeza y mi vida solitaria me habían hecho resignarme a la idea de que el amor no era algo que me llegaría. Pero Lucy... Lucy había despertado algo en mí que jamás había sentido. Sus sonrisas, su forma de hablarme y el simple hecho de estar cerca de ella hacían que mis días fueran más ligeros.

Todo había comenzado de manera lenta, casi sin que nos diéramos cuenta. Después de las jornadas de pesca, nos sentábamos en el muelle a observar el atardecer. Hablábamos de todo y de nada a la vez, pero cada conversación nos acercaba más. Hasta que una noche, mientras el cielo se teñía de púrpura y el olor a sal llenaba el aire, nos besamos por primera vez. Fue un beso tímido, casi inseguro, pero no había duda de que ambos queríamos construir algo más.

Sin embargo, como suele pasar en la vida, la calma nunca dura para siempre. Robb, el hermano mayor de Lucy, había estado fuera durante dos semanas en un viaje que nunca me quedó del todo claro. A su regreso, la atmósfera cambió. Robb siempre había sido frío conmigo, distante, pero esa vez... esa vez había una intensidad en sus ojos que no había visto antes. Fue un día normal cuando todo estalló.

Estaba en el pequeño cuarto que Kalvin me había ofrecido cuando Robb irrumpió en la casa como una tormenta. Llevaba en la mano una carta, una carta que Lucy me había escrito la noche anterior. Ni siquiera me dio tiempo de reaccionar antes de que me empujara contra la pared con una violencia que me dejó sin aire.

—¡Aléjate de mi hermana! —escupió entre dientes, sus ojos llenos de furia—. No tienes derecho a estar aquí, no tienes derecho a ser parte de esta familia.

Me quedé congelado, sin saber qué decir ni cómo reaccionar. El puño de Robb se apretaba contra mi pecho, y en ese momento sentí que todo lo que había construido, todo lo que había empezado a significar para Lucy y para mí mismo, se desmoronaba.

—Si no te alejas, te juro que haré que te arrepientas de haber llegado aquí —amenazó, soltándome con un empujón que casi me hace caer al suelo.

El silencio que siguió fue insoportable. Robb se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando una sensación de vacío en mi pecho. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Había encontrado un lugar en el que, por primera vez en mucho tiempo, me sentía parte de algo. Lucy y yo estábamos construyendo algo real, pero ahora todo se tambaleaba. La amenaza de Robb era clara, y aunque no sabía si cumpliría con lo que había dicho, no podía ignorar la gravedad de la situación.

Me senté en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos. Tal vez Robb tenía razón. Tal vez yo no pertenecía a este lugar, a esta familia, a esta vida que tanto había empezado a desear.

  • Like 1
Posted

image.png

Esa noche, mientras todos dormían en la casa Kaleb, tomé la decisión más dolorosa de mi vida. No podía quedarme más tiempo allí. Robb no me lo permitiría, y aunque una parte de mí quería pelear por Lucy, sabía que el conflicto traería más problemas de los que estaba dispuesto a enfrentar. Así que, en el silencio de la madrugada, me levanté, empaqué mis pocas pertenencias y me fui sin despedirme. La casa, que había llegado a considerar un refugio, me parecía extrañamente ajena mientras me deslizaba por el pasillo oscuro, escuchando los suaves ronquidos de Kalvin desde su habitación. Me detuve unos segundos frente a la puerta de Lucy, pero no me atreví a tocar.

Al salir, sentí el frío de la noche golpearme en la cara. Todo estaba quieto, como si el mundo estuviera esperando a que diera el siguiente paso. Caminé hasta la calle principal y llamé a un moto taxi. El conductor, un hombre de mediana edad con una sonrisa desganada, no hizo muchas preguntas cuando le di la dirección del centro de la ciudad. Nos adentramos en la noche, las luces de Singapur brillando a lo lejos como una promesa vacía.

Mientras el ruido de la ciudad se hacía más fuerte, sentí como si hubiera perdido todo otra vez. Una familia que nunca fue completamente mía, una oportunidad de ser feliz, de sentirme parte de algo. Todo se desmoronó tan rápido que apenas tuve tiempo de asimilarlo. Me aferraba al manillar del moto taxi, intentando contener el nudo en mi garganta. No era solo el dolor de dejar a Lucy; era la sensación de que, sin importar a dónde fuera, siempre estaría perdido.

Llegamos al centro. Las luces de los edificios y los carteles de neón inundaban mis ojos, pero nada de eso me daba consuelo. Me bajé y vagué sin rumbo entre la multitud, como un fantasma en una ciudad que nunca me perteneció. Los autos pasaban, la gente reía, y el bullicio del tráfico era ensordecedor. Todo seguía su curso, como si mi tragedia personal no importara, como si el universo me recordara cuán insignificante era realmente.

No sé cómo ni cuándo llegué al aeropuerto. Mis pies me llevaron allí por inercia, como si mi subconsciente supiera lo que tenía que hacer. Entré al enorme vestíbulo lleno de viajeros, turistas y negocios de lujo. Me acerqué a una pantalla de vuelos sin tener ni idea de a dónde ir. No importaba el destino, lo que importaba era huir, alejarme de ese lugar que, por breve que fuera, me hizo sentir como en casa.

Miré los destinos disponibles: Bangkok, Tokio, Seúl, Kuala Lumpur… Ninguno me decía nada, pero en mi estado de desesperación, cualquier lugar era mejor que quedarme atrapado en ese ciclo de pérdidas. Mis manos temblaban cuando me acerqué al mostrador y compré un boleto sin pensar demasiado en el destino. Solo necesitaba escapar.

—Un boleto para… —dije, mi voz apenas un susurro mientras elegía la primera opción disponible—. Tokio.

El dinero no era un problema. Con mi trabajo anterior y mi vida sencilla, había ahorrado lo suficiente para comprarme esa fuga. Pero, mientras me entregaban el boleto y me dirigía a la puerta de embarque, una sensación de vacío se instalaba más profundo en mi pecho. ¿Huiría para siempre? ¿O algún día encontraría un lugar al que realmente pertenecer?

Esperando en la sala de embarque, observé el ajetreo de la gente, las despedidas y los reencuentros, las emociones a flor de piel. Yo, en cambio, estaba atrapado en mi propia soledad. Las palabras de Kalvin resonaban en mi cabeza: "Vivir en armonía". Pero, ¿cómo vivir en armonía cuando todo lo que me rodeaba parecía en caos?

El anuncio de mi vuelo interrumpió mis pensamientos. Era hora de marcharme, una vez más. Sin mirar atrás, me levanté y abordé el avión, dejando atrás una vida que podría haber sido mía.

  • Like 1
Posted

image.png

Llegué a Tokio el 18 de junio de 2024. Habían pasado más de dos meses desde que mi vida dio ese giro inesperado en Asia, y ya no tenía falsas esperanzas. Después de todo lo vivido, supe que no habría más milagros como los Kaleb. No habría más familias acogedoras o lugares donde podría sentirme en casa. Todo lo que me quedaba ahora era la cruda realidad: debía sobrevivir por mi cuenta.

Al aterrizar, el contraste con Singapur fue inmediato. Tokio era inmensa, abrumadora, como un laberinto sin fin de luces y sombras. Mientras caminaba por sus calles, me sentí diminuto entre la multitud, como una gota en un océano de rostros que no me veían. Pero eso no me detuvo. Sabía que, a pesar de lo extraño que era todo, debía seguir adelante.

El dinero, o la falta de él, era ahora mi mayor preocupación. Después de comprar el vuelo, apenas me quedaba suficiente para una comida decente. Sin embargo, no podía darme el lujo de gastar lo poco que tenía. Caminar fue mi única opción. Recorrí las calles del centro, observando cómo la vida seguía para los demás: personas entrando y saliendo de tiendas, familias cenando juntas, oficinistas apurados con sus maletines. Todo parecía tan normal, tan ajeno a mi situación.

Presentaci-n-Portafolio-Proyectos-De-Fot

No sabía cuánto tiempo llevaba caminando cuando me topé con un pequeño restaurante, una especie de oasis en medio del bullicio de la ciudad. Sobre la puerta, un letrero en letras claras y llamativas: "Hakim's – American Diner". Mis pies se detuvieron frente a la entrada, como si una fuerza invisible me empujara hacia adentro. El lugar no se veía especialmente lujoso, pero algo en él me hizo sentir que allí podría encontrar al menos un respiro.

Con el estómago vacío y el cansancio acumulado pesando sobre mis hombros, me acerqué a la puerta y toqué suavemente. No esperaba una respuesta rápida, pero al cabo de unos segundos, la puerta se entreabrió, revelando a un hombre de mediana edad con el rostro curtido por la experiencia. Tenía un delantal puesto y un ceño fruncido, como si no estuviera muy acostumbrado a recibir visitas a esa hora.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó en inglés con un marcado acento.

Tragué saliva y me obligué a hablar, aunque mis labios estaban resecos y mi voz casi no salió.

—Estoy buscando trabajo —dije, directo, sin rodeos—. No tengo mucho que ofrecer, pero… puedo hacer cualquier cosa.

El hombre me observó con una mezcla de curiosidad y desconfianza. No era la primera vez que alguien aparecía en su puerta buscando algo, lo podía ver en sus ojos. Pero, por alguna razón, después de unos segundos de silencio, abrió la puerta un poco más y me hizo un gesto para que entrara.

El interior del restaurante era acogedor, aunque sencillo. Mesas de madera, sillas desgastadas por el uso, y una tenue luz cálida que contrastaba con el neón frío del exterior. El olor a comida americana, hamburguesas, papas fritas y algo más que no pude identificar, me hizo sentir una punzada de hambre que había estado ignorando todo el día.

image.png

—Soy Hakimdijo el hombre, observándome aún con ese aire de cautela—. No suelo contratar a gente que aparece de la nada, pero pareces necesitarlo.

Asentí, agradecido por la oportunidad, aunque no sabía bien qué esperar.

—Puedes limpiar las mesas, ayudar en la cocina. No es mucho, pero al menos tendrás algo de comer y un lugar donde quedarte por ahora —añadió, señalando una pequeña habitación en la parte trasera.

Era más de lo que había imaginado al tocar esa puerta. No era un hogar, no era la salvación, pero era algo. Era el comienzo de una nueva etapa, en un nuevo destino, donde debía aprender a valérmelas solo.

Así, en el corazón de Tokio, en un pequeño restaurante de comida americana, comenzaría mi lucha por sobrevivir. Las palabras de Kalvin, su consejo sobre la vida en armonía, resonaban en mi mente mientras me ponía manos a la obra. Quizás, en este nuevo lugar, encontraría algo más que simple supervivencia. Tal vez, con un poco de suerte y determinación, encontraría un camino hacia la estabilidad, aunque fuera temporal.

La primera lección en Hakim's no fue sobre el trabajo en sí, sino sobre la capacidad de adaptación. Con cada plato que limpiaba y cada pedido que entregaba, me recordaba a mí mismo que, mientras pudiera seguir moviéndome, habría una posibilidad de seguir adelante.

  • Like 1

Join the conversation

You can post now and register later. If you have an account, sign in now to post with your account.

Guest
Reply to this topic...

×   Pasted as rich text.   Paste as plain text instead

  Only 75 emoji are allowed.

×   Your link has been automatically embedded.   Display as a link instead

×   Your previous content has been restored.   Clear editor

×   You cannot paste images directly. Upload or insert images from URL.

  • Recently Browsing   0 members

    • No registered users viewing this page.

FOOTBALL MANAGER ESPAÑA

FMSite.net es la comunidad de Football Manager más grande en español. Con más de 20 años de experiencia, ofrece toda la actualidad del FM, guías, soporte, tácticas, descargas y parches para poner el FM a tono y mucha, mucha diversión.

×
×
  • Create New...