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La vida de Artyom Vasily


PioPio

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~bme

Gracias, me alegro de que te guste. Ahora seguirá con el tercer capítulo, y luego explicaré varias cosas de la partida.

nachitox

Ídem que a ~bme.

Gracias.

mati22

Bienvenido a la historia. Artyom tendrá que elegir entre quedarse en su mutilada Chernobyl, o salir al mundo real. Ya veremos lo que ocurre.

Francky23M

Qué hijo de puta xD Fracaso... hombre, tanto como fracaso no, con los clubes que dirigieron sí que sí. Nah... la verdad es que prefiero crearme los mios propios, es lo que hay. Artyom te da las gracias, ojalá llegue a ser alguien en la vida. Sobre lo del libro... hay que tener una gran capacidad para escribir un libro en condiciones, no lo descarto claro está, pero por ahora me da a mí que no.

PD: Por cierto, hablando de historietas, en mi Blog he colgado el último capítulo de la temporada de Petstol, que creo que la seguías. Saludos.

akyanyme

¿Tantas cosas? No me esperaba todo eso. El tiempo dirá, el tiempo dirá.

Gracias aky.

Sgt. Pepper

Thanks, intentaré que así sea, pero el esfuerzo para que sea excelente debe ser de Artyom.

Salud!

MiguelRubio

Gracias. Tranquilo, es normal si es mi primera historia que sigues xD Luego explicaré lo que tenga que explicar que, no obstante, no es tampoco tanto.

Bamdalico

Sí, muchísimo. Ahora en el tercer capítulo, las famosas pruebas.

Gracias a todos por pasar y postear.

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Capítulo III. Kiev.

"Los hospitales de Moscú se han convertido en auténticos manicomios. La radiación les ha vuelto locos".

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Cementerio Mitino de Moscú, donde se encuentran enterrados más de cien bomberos moscovitas que colaboraron en la extinción del fuego de Chernobyl.

Frente a la estufa sin fuego, Sergei Vasily se frotaba las manos resoplando una y otra vez. Su mente a veces le jugaba malas pasadas, y le hacía borrar aquel 26 de abril de 1.986. Un día que nunca vio la luz del sol, un incidente que aún no ocurrió. Tosiendo repetidamente, se gira para coger la manta, y ve allí a un hombre bien vestido, con esmoquin y un maletin. Un hombre de aquellos que se conocían como importantes. Su hijo Artyom estaba delante, señalándole. El hombre pidió permiso para sentarse, y antes de recibirlo, se acomodó en el sillón casi sin piel. Se aclaró la voz para llamar la atención del hombre, y cuando le miró, empezó a hablar.

- Soy Babov Rebrov
-estira la mano hacia Sergei, que no se muestra muy recíproco.

- ¿Qué quiere?

- Soy ojeador de los filiales del Dínamo de Kiev.

- Sí
-afirma Sergei, como si con él no tuviese nada que ver la cosa.

- Pues bien...
-Rebrov, un poco confuso-
quiero que su hijo venga a la capital a hacer unas pruebas.

- ¿A la capital? ¿Y salir de aquí?
-Sergei Vasily recobró el interés rápidamente-
¡Claro! ¿Dónde hay que firmar?

- Vaya
-sorprendiéndose un poco-,
no sería nada seguro, ¿eh? Tendría que pasar esas pruebas, y entonces pasaría a formar parte del equipo juvenil. ¿Cuántos años tienes, chavalín?

- Quince
-dice, mirando hacia el suelo-
pero cumplo dieciséis dentro de nada.

- Perfecta edad -mientras le ojea de arriba a abajo.
Luego vuelve a mirar a su padre-
¿Estaría dispuesto entonces?

- ¡Sí! Cualquier cosa que sirva para que mi hijo salga de esta ciudad es cosa buena. Pero...

- Dígame.

- ¿Tiene posibilidades? -pregunta, para no hacerse muchas ilusiones.

- Verá señor Vasily. Su hijo es el joven más veloz y ágil que he visto en mi vida. Muchos desearían tener lo que tiene Artyom. Está claro que necesitará dominio del balón, pero
-grita mientras alza los brazos-
¡en este país hay pocos así!
-ríe sonoramente.

El jove Artyom sube las escaleras de madera de su casa, mientras estas crujen y lloran tras el paso de los años. Abajo, su padre se vuelve nuevamente hacia la estufa, y el hombre adinerado Babov no sabe qué hacer exactamente. Se levanta, y vaga por el piso mirando por las ventanas, sucias, heladas del frío invernal. Con un tono blanco, desde allí lo ve todo más claro. Esa casa es un mundo independiente, al igual que lo son todas las de Chernobyl. Sólo las calles vacías se unen para formar el recuerdo de los que ya no están allí, y de los que ya no volverán. Frunciendo el ceño ligeramente, recordando pasajes de su infancia, el hombre intenta entablar conversación con Sergei Vasily.

- Sabe
-dice, dándole tiempo para que se girase, cosa que no ocurrió-
mi padre era ruso. Fue uno de los bomberos de Moscú que vinieron a ayudar a apagar el fuego. No sufrió quemaduras
-intentando no llorar-
y su vuelta a casa la celebramos por todo lo alto. Un mes más tarde, estábamos cavando su tumba. Murió por la radiación. Y así... muchísimos otros bomberos del país. Los hospitales de Moscú se convirtieron en auténticos manicomios. La radiación les volvió locos.

- ¡Calle!
-grita repentinamente Sergei-
No me deja escuchar el crujir de la madera en el fuego.

- Veo que no es cosa del pasado.

Arriba, el joven de los Vasily arrugaba sus tres camisas y dos pantalones para que cupiesen sin problemas en su andrajoso bolso. Puso las rodillas sobre el trozo de colchón en el que dormía, y se asomó a la ventana. Afuera, las calles estaban desiertas. No se imaginaba un mundo en el cual asfalto y cemento estuvieran diferenciados. En el cual no existiesen edificios abandonados en los cuales refugiarse si empezaba a llover. En el cual existiesen más bestias de aquellas que el hombre rico había traído. Un relámpago luminoso de esperanza atravesó su mente. Colocándose el bolso sobre un lado de su cadera, y sujetándolo fuertemente, bajó rápidamente las escaleras. La puerta ya estaba abierta.

Tres días después, era hora de la primera prueba. Él era una apuesta personal del loco de Babov Rebrov, un visionario de esto del fútbol que había acogido en su casa durante media semana a un pobre chico radioactivo de Chernobyl. Los dirigentes del Dínamo Kiev, temerosos de posibles repercursiones negativas si le negaban al joven una oportunidad, no se opusieron a la idea de que ese tal Artyom Vasily probase suerte en las pruebas. Esas pruebas en las que jóvenes de la capital y de ciudades colindantes se morían por pasar, pues el premio era un lugar en la Lobanovsky's Academy, luega de residencia de jóvenes valores del Dinamo Kiev y en el cual se repartían las horas del día entre el fútbol y los estudios. Por ello, los chavales que allí acudían eran, además de buenos con la pelota en los pies, buenos académicos que cursaban estudios en importantes escuelas ucranianas. Por su parte, Artyom apenas sabía leer y escribir, y los números no eran lo suyo. Aquellas setenta y dos horas que había pasado en la gran ciudad de Kiev habían sido las mejores de su vida. Muchos coches, muchas luces, muchos edificios grandes. Todo limpio, pulcro. Nada que ver con los alrededores de su ciudad que frecuentaba por las tardes, sin amigo alguno. Corriendo a través de malezas y arbustos, inspeccionaba casas vacías y casi hundidas, en las que encontraba fotos antiguas en blanco y negro, televisiones y radios que ya no funcionaban, y algún que otro ropaje lleno de polvo.

Un viejo gordo con ropa deportiva y un silbato en la boca sujetaba una libreta llena de nombres. Uno por uno, fue nombrándoles hasta que llegó al último, Artyom Vasily. Este levantó la mano cuando oyó pronunciar su nombre, y calló posteriormente. Acto seguido, los jóvenes, de todos los tipos posibles, inclusó algún que otro chico de raza negra, se colocaron en fila, y atendiendo a las explicaciones dadas, corrieron hacia el fondo de aquel suave terreno de juego de césped artificial con el balón en los pies. Artyom Vasily batió el récord, asombrando a propios y extraños con su velocidad. Sin embargo, el balón se quedó a medio camino. La segunda pequeña prueba consistía en saltar varias vallas durante un recorrido sin esférico. Nuevamente el chico de Chernobyl hizo alucinar a los entrenadores, que patidifusos veían como aquel chaval saltaba y flotaba en el aire. Por último, un pequeño partido. Artyom, retraído, se quedó en la banda izquierda todo el rato, y se dedicó a recorrerla una y otra vez. En los cuarenta minutos, tocó el balón en tres ocasiones, sin mucha suerte.

Unos minutos más tarde, Babov discutía con Andrei, entrenador del Dinamo Kiev-2, de la segunda división nacional.

- ¡No sabe llevar un balón!
-exclamó Andrei.

- Se le puede enseñar. Esto es una academia
-replicó Babov.

- ¡No sabe ni hablar! Es realmente tímido.

- Oh Dios santo, ya veo
-dijo indignándose-.
No lo aceptáis porque es prácticamente Chernobyl. Es eso, ¿no?

- Déjate de tonterías, Babov. Lo que sea; la decisión no es mía, y lo sabes. Pasado mañana, con las pruebas finalizadas, daremos los resultados.

En los vestuarios, los críos se quitaban la equipación de entrenamiento que el Dinamo Kiev les había entregado para la ocasión para volver a ponerse su ropa. Echándose un poco de agua y desodorante, hablaban enérgicamente cuando uno de ellos vio a Artyom. Él, sentado en un banco y poniéndose los harapos de los que disponía, no había hablado una palabra en toda la práctica. Uno de los chicos le lanzó la tapa del desodorante. Artyom se rascó y volvió a lo suyo. Entonces, empezaron a increparle.

- Me han dicho que eres de Chernobyl, ¿no?
-dijo con retintín uno de los chavales.

- Sí, soy de allí.

- ¿Y cómo es
-preguntó otro-
que no tienes ninguna deformidad?

- No todos salimos deformes.

- ¡Pues no deberían salir directamente! ¡Monstruo!

Dos días más tardes, Artyom, acompañado de Babov, caminaba hacia la academia apoyado en unas muletas y con un yeso en el brazo izquierdo. Su nombre estaba en la lista de aceptados.

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Adiós a una infancia que nunca fue...

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Canarion... me tienes enganchado con tus relatos... planteate seriamente lo del libro...

Por cierto... cerraste la de Homer Simpson y se me olvido preguntarte sobre como te fue por EEUU... viste algún partido NBA???

Saludos!!!!

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Osea que lo coñeazearon FEEEEEEEEEEEOOOOOO!!!! Bueno que se puede hacer, a lo mejor les saca un poder radioactivo y los congela a todos en venganza...

PD: Es joda...

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