Miré el reloj por quinta vez en dos minutos. Eran las 17:10. La ansiedad me estaba matando y más aún porque odio llegar tarde, sobre todo cuando se trata de una reunión importante. Diez minutos no es tan grave, pensé mientras trataba de tranquilizarme.
El taxi llegó a la calle Carlos María Ramírez, donde está la sede del Club Atlético Progreso, más conocido como "Los Gauchos del Pantanoso" o el equipo del barrio La Teja. No sé por qué la vida me puso por delante este club, pero debo admitir que la oportunidad era imposible de desperdiciar para mí, un joven periodista con una carrera avanzada en psicología deportiva, además de mi recién horneado título de entrenador.
Mientras pasaba la puerta principal, miré detenidamente la leyenda escrita sobre ella: "Fundado el 30 de abril de 1917". Nada más y nada menos que 98 años pasaron desde que Héctor Vardesio fundó el club. Hoy, la institución que en 1989 se coronó campeona por primera y única vez en su historia del torneo uruguayo, reposa en la Segunda División, esperando el milagro que le devuelva un privilegio y una copa que es para un selecto grupo de equipos. Desde que comenzó la era profesional en 1932, sólo Defensor (4), Danubio (4), Bella Vista (1), Central Español (1) y Progreso (1) lograron arrebatarle el cetro a Peñarol y Nacional.
El presidente, Andrés Álvarez, me esperaba sentado junto a una pequeña mesa de madera. A juzgar por su expresión, estaba aliviado por mi arribo pero molesto por la hora. Durante todo el viaje, estuve pensando seriamente si la Segunda División no era un reto muy grande para mi primer trabajo como entrenador, pero lo cierto es que jamás me achiqué ante los desafíos. Además, esta categoría de mi país tiene un tinte muy particular... Jugadores que destacan tanto por su juego como por su panza, escenarios de barrio que guardan miles de historias, pelotas que ponen en riesgo a los autos (y peatones) que merodean la zona y un rótulo de "profesional" que derrite las retinas más resistentes.
Extendí mi mano y apreté fuertemente la del señor Álvarez mirándolo firme a los ojos. Luego, retiré la silla hacia atrás y me senté lentamente, calculando cada movimiento como si fueran a calificarme según cómo apoyo los glúteos sobre el asiento.
Yo: - Disculpe la demora...
AÁ: - ¿Y usted pretende imponer disciplina a un plantel sin dar el ejemplo?
Yo: - Créame que fue sólo esta vez y sé que no es la mejor imagen que puedo dar.
AÁ: - Usted es bastante joven, pero debo admitir que tiene aptitudes interesantes. He leído alguna de sus columnas en los medios y sé que hace tiempo estudia aspectos los aspectos psicológicos del deporte de competencia. No haga que me arrepienta de esta decisión.
Acto seguido, me pasó el contrato y lo miré una, dos, tres veces... Estaba seguro y a su vez no tanto del paso que estaba a punto de tomar, pero aún así, firmé y se lo devolví con una sonrisa que mezcló la felicidad y los nervios de asumir el primer reto de mi carrera como entrenador.
Soy un hombre más en esta tierra, pero llevo a todos lados mi ambición y mi sed de gloria. Mi nombre es Ricardo Gómez. Bienvenidos a mi historia.
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De La Teja a la Gloria
in Historias
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Miré el reloj por quinta vez en dos minutos. Eran las 17:10. La ansiedad me estaba matando y más aún porque odio llegar tarde, sobre todo cuando se trata de una reunión importante. Diez minutos no es tan grave, pensé mientras trataba de tranquilizarme.
El taxi llegó a la calle Carlos María Ramírez, donde está la sede del Club Atlético Progreso, más conocido como "Los Gauchos del Pantanoso" o el equipo del barrio La Teja. No sé por qué la vida me puso por delante este club, pero debo admitir que la oportunidad era imposible de desperdiciar para mí, un joven periodista con una carrera avanzada en psicología deportiva, además de mi recién horneado título de entrenador.
Mientras pasaba la puerta principal, miré detenidamente la leyenda escrita sobre ella: "Fundado el 30 de abril de 1917". Nada más y nada menos que 98 años pasaron desde que Héctor Vardesio fundó el club. Hoy, la institución que en 1989 se coronó campeona por primera y única vez en su historia del torneo uruguayo, reposa en la Segunda División, esperando el milagro que le devuelva un privilegio y una copa que es para un selecto grupo de equipos. Desde que comenzó la era profesional en 1932, sólo Defensor (4), Danubio (4), Bella Vista (1), Central Español (1) y Progreso (1) lograron arrebatarle el cetro a Peñarol y Nacional.
El presidente, Andrés Álvarez, me esperaba sentado junto a una pequeña mesa de madera. A juzgar por su expresión, estaba aliviado por mi arribo pero molesto por la hora. Durante todo el viaje, estuve pensando seriamente si la Segunda División no era un reto muy grande para mi primer trabajo como entrenador, pero lo cierto es que jamás me achiqué ante los desafíos. Además, esta categoría de mi país tiene un tinte muy particular... Jugadores que destacan tanto por su juego como por su panza, escenarios de barrio que guardan miles de historias, pelotas que ponen en riesgo a los autos (y peatones) que merodean la zona y un rótulo de "profesional" que derrite las retinas más resistentes.
Extendí mi mano y apreté fuertemente la del señor Álvarez mirándolo firme a los ojos. Luego, retiré la silla hacia atrás y me senté lentamente, calculando cada movimiento como si fueran a calificarme según cómo apoyo los glúteos sobre el asiento.
Yo: - Disculpe la demora...
AÁ: - ¿Y usted pretende imponer disciplina a un plantel sin dar el ejemplo?
Yo: - Créame que fue sólo esta vez y sé que no es la mejor imagen que puedo dar.
AÁ: - Usted es bastante joven, pero debo admitir que tiene aptitudes interesantes. He leído alguna de sus columnas en los medios y sé que hace tiempo estudia aspectos los aspectos psicológicos del deporte de competencia. No haga que me arrepienta de esta decisión.
Acto seguido, me pasó el contrato y lo miré una, dos, tres veces... Estaba seguro y a su vez no tanto del paso que estaba a punto de tomar, pero aún así, firmé y se lo devolví con una sonrisa que mezcló la felicidad y los nervios de asumir el primer reto de mi carrera como entrenador.
Soy un hombre más en esta tierra, pero llevo a todos lados mi ambición y mi sed de gloria. Mi nombre es Ricardo Gómez. Bienvenidos a mi historia.