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I. Cuestión de talento

No existe talento sin gran voluntad

Honoré de Balzac

El talento nunca muere. Hay infinitos tipos de talentos. Cada cual con su peculiaridad. Al fin y al cabo, todos tenemos un genio dentro. Yo, tuve suerte. Tenía talento con los pies. Mucho talento. Pronto lo descubrí. Recuerdo las pachangas en el parque. Ahí, cuando lo hacía por placer y diversión es cuando disfrutaba. Es cuando aprendí a amar este deporte. Era pequeño. Fue ya con doce o trece años cuando comencé a sentir la presión. Mi barrio, la Olivereta, en Valencia, tenía un equipo. El Rumbo. Recuerdo que pronto destaqué sobre mis compañeros. Podía jugar del mediocampo hacia arriba. Todas las posiciones. Tenía magia en los pies. Manejaba las dos piernas. Ése era mi talento. Ese era mi mundo.

Recuerdo que nunca fui un estudiante modelo. Tenía buena memoria y eso fue lo que me salvó siempre. Cuando la presión del fútbol comenzó a hacerse mayor, comencé con sólo 15 años en el juvenil del Levante, llegó mi explosión emocional. Los amigos, las fiestas, las chicas… y el fútbol. Me echaron a los 17 años del equipo. Yo era su joya de la corona, pero a veces, el talento no basta. Mi explosiva personalidad no encajaba en su proyecto. Tampoco en el Valencia, club de mis amores, pero ellos decidieron ficharme para su filial.

Recuerdo que por aquel entonces tenía varios grupos de amigos que solía frecuentar. No es que fuese la persona más sociable del mundo, pero tampoco solía llevarme mal con la gente. Por un lado estaba el grupo del colegio. Casi todos nos conocíamos desde que entramos en infantil a los tres años. Eran más bien cerveceros. Cerveza y canutos era su rollo. Recuerdo buenas tardes con ellos. Más que noches. Eran algo más maduros en ciertos aspectos, pero poco espabilados en otros. No solían haber mujeres en su entorno. Luego, estaba la gente del barrio. Había gente de 16 años que iba con gente de 28. Era un grupo grande dividido en pequeños subgrupos, donde todos se conocían y podían juntarse unas veces unos y otros, sin importar su zona de influencia más importante. Con ellos salía de fiesta. Con ellos hacía lo que quería.

Recuerdo una bronca de Rufete con especial cariño. Él sabía lo que hacía, como vivía, pero confiaba en mí. Y le prometí dejarlo. No podía arriesgar mi carrera de esa forma. No podía privar al mundo de mi talento. Esas eran sus palabras.

Pero mi talento con el fútbol no era el único. Como Pinto, tenía muchas otras curiosidades. Y muchos de mis amigos, también tenían talentos. Había quienes cantaban, quienes escribían, quienes pintaban, a quienes se le daban de maravilla los números… había de todo. Y recuerdo en especial a uno de mis mejores amigos. Lo conocía desde los doce o trece años, en el equipo de barrio. Y ya con 19 años que teníamos, cada uno había hecho explotar su talento. No era raro vernos juntos de fiesta, y algunos medios de comunicación se hicieron eco de ello, de nuestras locuras, de nuestros desfases. No había quien nos parase cuando salíamos juntos. Y yo era la estrella en ciernes de un Valencia en plena reconstrucción.

Reconozco que cuando comencé a salir en la prensa no me sorprendió. Era un jugador algo polémico en el campo. Me creía superior, y normalmente, así era. Y ya si me ponías una cámara y un micro delante, me crecía. Nunca intenté cambiar. Y eso fue lo que a Rufete, tras dos años de escándalo y con 22 años casi, le llevo a traspasarme al Sporting de Lisboa que me cedió al Sevilla. Y cómo me gustó Sevilla que pedí quedarme otro años más.

El primer año en Sevilla tuve un rol que me encantó. Era el jugador número doce del equipo, y no tenía ni presión ni galones. Salía a disfrutar y lo hacía. Jugué bien. Fue en la segunda, cuando comenzaron a hacer girar el equipo hacia mi. Tenían pensado ejercer la opción de compra y construir un equipo para mi. También tenía más amistades en la ciudad y siempre había alguien de mi barrio por aquí. La afición del Sevilla no me recordará con buenos ojos. Sufrí una tremenda pitada al ser sustituido un partido y cuando un periodista me preguntó por ella en la zona mixta, mis palabras textuales fueron: "no me importan los pitos de unos subnormales". Ni Ballotelli.

No pedí disculpas como me exigió la directiva y el último mes y medio me lo pasé apartado del equipo. Donde tampoco dejé buenos amigos. Llegué a Lisboa, y tras media temporada, directamente me rescindieron el contrato. Era un crack. Volví a España y poco a poco fui creciendo otra vez, tras tres temporadas muy buenas en el Getafe, el Real Madrid llamó a mis puertas. Querían que fuese el jugador doce, como en el Sevilla. Tenía 28 años y era la oportunidad de mi vida. Fallé. Mi carácter, no gustó en el vestuario. Había una mafia montada increíble. Celos, falsedad. Al fin y al cabo, era el vestuario de un grande. Pocos jugadores se salvaban. Recuerdo que si uno del filial que entrenaba con ellos no les caía bien, las entradas eran más duras. Era muy injusto. Allí no encajé, y pasé mis últimas cuatro temporadas ganando títulos, creando polémicas, dinamitando el vestuario, siendo transferible siempre y nunca yéndome. Lo único que me salvó es que era el ojito derecho del presidente.

Fueron mis cuatro años más duros, más polémicos, más inverosímiles, y por supuesto, más divertidos. Dinamité el Bernabeu y escandalicé a la siempre tan señorial afición. La última temporada fue la peor. Tras llegar tarde a un entrenamiento, la afición y los compañeros se me echaron encima. Era el final de temporada y nos jugábamos semifinales de Champions. Por Twitter escribí "Lo siento, tenía resaca". Discutí con el capitán. En el siguiente entrenamiento, fue a por mí y me destrozó. Tenía casi 32, acababa contrato y era una lesión de más de 9 meses. Se cargó mi carrera.

Dejé pocos amigos en el fútbol. Lo sé. Sé que no triunfé, que el mundo no se maravilló con mi talento. Pero mi talento me ha ayudado a descubrir otros talentos nuevos. Me ha ayudado a entender que a lo mejor mi momento de maravillar al mundo, no era ese. Recuerdo lo que les dije al salir de aquel vestuario tras recoger mis cosas. "Tened por seguro que volveré y os ganaré la partida". Esas fueron mis últimas palabras como futbolista. Pero más de uno las recordará.

Prólogo del libro "El fracaso del talento", escrito por el exfutbolista Iván Sancho Monedero

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"Aquí ya lo he ganado todo"

Emotiva rueda de prensa del técnico francés del Real Madrid, que en vísperas de la reelección del presidente, anuncia su adiós de la entidad blanca, pese a restarle un año de contrato.

Sólo había un coche aparcado en la ciudad deportiva del Real Madrid, en la zona reservada para jugadores y miembros del cuerpo técnico. Precisamente, era el coche de Laurent Blanc. El francés, acudió ayer a su puesto de trabajo a recoger sus pertenencias. Pocas personas sabían del anuncio que esta mañana ha tenido lugar en el Santiago Bernabeu.

La rueda de prensa que el presidente José Roberto, había convocado para las 12 del mediodía, traía consigo una inesperada noticia. Laurent Blanc renunciaba al último año de contrato que le quedaba con el club blanco. Tras once exitosas campañas en el club, el francés de 63 años, anunciaba su adiós. "Han sido once años de trabajo duro, y nos vamos con la cabeza bien alta". Lo repitió hasta en tres ocasiones. Le preguntaron por los cruces de declaraciones entre los miembros de su equipo, especialmente entre algunos veteranos como el central italiano Monteleone, que en reiteradas ocasiones ha acusado a los jugadores más jóvenes de no dar la talla.

El ambiente en el vestuario comenzó a estar enrarecido cuando durante la campaña 27/28, el mediapunta Iván Sancho, popularmente conocido como Party Game por su forma de jugar y de vivir la vida, aseguró que "algunos partidos las alineaciones las hacían ciertos jugadores". Blanc, el presidente y el capitán del equipo, entre otros, criticaron la actitud del español, quien volvió a responder. Lo cierto, es que el jugador valenciano nunca había sido muy querido dentro del vestuario y no era la primera declaración con la que sacudía a los pesos pesados. No fue la última.

"He ganado 6 Ligas, 4 Copas del Rey, una Europa League, una Champions y 7 Supercopas. Todo esto en once años. Creo que mi currículum al frente de este magnífico club es intachable, pero ya era hora de decir adiós". Y tras esto, enumeró las distintas razones que le habían hecho tomar la decisión. "Puesto que en unos días se celebrarán elecciones, el presidente ya me había informado sobre el nuevo proyecto que iba a haber para el futuro si salía reelegido -sería la cuarta reelección de José Roberto-. El proyecto me gustaba, por supuesto, pero tengo 63 años y no creo que tenga fuerzas para culminarlo. Mejor dejarle esa labor a alguien con más fuerzas que yo. No me quiero retirar, pero sí que necesito, tal vez, trabajar con algo menos de presión." También hizo alusión al resto de candidatos a la presidencia, "prefiero dar margen de trabajo a los posibles candidatos para poner a quien ellos quieran al mando de esta nave". Y no se olvidó de la afición, crítica con él a pesar de sus éxitos. "No digo que no merezca crítica, pues si es cierto que ha habido unas cuantas veces que no he podido controlar a los jugadores, que han aireado los trapos sucios frente a la prensa".

El presidente, por su parte, agradeció el "trabajo hecho durante estos últimos años", asegurando además que "Blanc se ha ganado un sitio en el corazón del Madridismo, pues su etapa ha estado plagada de éxitos y de aciertos." La afición, por su parte, agradecía el gesto de honestidad del francés, aunque los sectores más críticos celebraban su marcha.

La papeleta para el futuro técnico del club merengue es dura. A la regeneración de una plantilla envejecida, se le unen que esta último año se ha ganado la Champions, lo que añade un punto de presión más a un puesto, que ya de por sí, tiene una elevada presión. Ninguno de los cuatro candidatos a la presidencia ha hablado sobre su posible sustituto, y las quinielas, comienzan a volar. ¿Quién será el elegido?

Madrid, 17 de junio de 2029.

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