Las luces de Riazor ya no brillan en las noches europeas y el eco del "Súper Dépor" se ha convertido en un susurro melancólico. El gigante gallego, aquel equipo que tuteó a los más grandes y conquistó una Liga contra todo pronóstico, se encuentra perdido, lejos de los focos y con el peso de una historia demasiado grande para sus hombros actuales. En una era dominada por los petrodólares y los fichajes galácticos, el Deportivo de la Coruña ha sido relegado al olvido, atrapado en la dura realidad de la Segunda División y con las arcas vacías. El camino de vuelta a la cima parece imposible, una quimera inalcanzable. Pero la respuesta nunca estuvo en el dinero. La clave para despertar al gigante dormido no se encuentra en el mercado, sino en casa, en los campos de entrenamiento de la Ciudad Deportiva de Abegondo. Para desvelar ese secreto, regresa el eterno capitán, José Ramón. Un hombre que ya una vez lideró al equipo desde la oscuridad hasta la gloria y que ahora vuelve al banquillo no con una chequera, sino con un plan. Basado en la analítica de datos, el ojeo minucioso y una fe inquebrantable en la cantera, su misión es iniciar una reconquista silenciosa. Este no es el relato de un ascenso; es la forja de una identidad, la construcción de un club sostenible que demuestre al mundo que el mayor tesoro del Dépor siempre ha sido su gente. El secreto de Abegondo está a punto de ser revelado. Objetivos: Situar al equipo entre los habituales en Europa con un proyecto sostenido con la cantera y método moneyball Temporada 1 Cuando el eterno capitán José Ramón regresó al banquillo, más de uno en Coruña pensó que se había equivocado de década. Su plan, bautizado como "El Secreto de Abegondo", sonaba a poción mágica de un druida gallego más que a un proyecto de fútbol moderno. Con veteranos que se negaban a hacer las maletas y un vestuario que parecía una cumbre de la ONU, con más cedidos que jugadores en propiedad, el objetivo del ascenso parecía una quimera. La directiva pedía luchar por subir; la afición soñaba con ello. Nadie, absolutamente nadie en su sano juicio, se imaginó que este equipo, construido con retales, canteranos con acné y un delantero italiano prestado, acabaría descorchando el champán como campeón de LaLiga Hypermotion. El "Tsunami Blanquiazul" fue menos una táctica y más un estado de ánimo. Riazor vio a un equipo que presionaba como si le debieran dinero y atacaba con la alegría de un adolescente en su primer festival. Samuele Mulattieri, un bombardero llegado de Italia, se hinchó a marcar goles (28, nada menos) con la contundencia de un centurión romano, mientras un chaval inglés llamado Charlie Patiño impartía clases de fútbol en el mediocampo con la flema de un Lord. A su alrededor, los niños de Abegondo, como David Mella y Rubén López, corrían más que los caballos de Padrón, demostrando que el secreto de la casa era, simplemente, tener más hambre que nadie. Por supuesto, no todo fue un camino de rosas, y la humillante eliminación copera contra el Pontevedra sirvió como cura de humildad y, probablemente, para centrarse en lo que de verdad importaba: hacer historia en la liga. Y así, contra todo pronóstico, se obró el milagro. El Deportivo de La Coruña no solo ha vuelto a Primera División, sino que lo ha hecho por la puerta grande, levantando un título que sabe a gloria bendita. Los mismos que arqueaban la ceja en agosto ahora corean el nombre de un José Ramón que ha pasado de leyenda en el césped a arquitecto de sueños en la banda. El Secreto de Abegondo ha dejado de ser un susurro para convertirse en un grito que resuena en toda España. El gigante ha despertado. Ahora empieza lo divertido: el año que viene nos tocan el Madrid y el Barça. Que vayan preparando las raciones extra de pulpo, porque este equipo tiene un hambre voraz. Temporada 2 El retorno del Dépor a Primera fue recibido con el cariño que se le tiene a un abuelo que vuelve a casa por Navidad: mucha nostalgia, palmaditas en la espalda y la certeza de que no aguantaría el ritmo de los jóvenes. Los expertos nos daban por desahuciados antes de empezar, augurando una lucha encarnizada por no volver al pozo de Segunda. La directiva, con un optimismo conmovedor, pedía "combatir con valentía contra el descenso". Lo que nadie se esperaba es que el "Secreto de Abegondo" de José Ramón no era una receta para sobrevivir, sino un manual para conquistar. Con un delantero ucraniano de nombre impronunciable (Kukharevych) y un portero alemán (Mantl) fichados con la calderilla del sofá, este equipo ha convertido cada partido en Riazor en una fiesta de pulpo y goles. La temporada ha sido una montaña rusa de emociones que haría vomitar a un astronauta. Empezamos dubitativos, pero la maquinaria del "Tsunami Blanquiazul" se engrasó con victorias épicas en casa, como el 2-0 a un Barça que todavía busca el balón o el 6-1 a un Valencia que se fue de Riazor necesitando terapia. Kukharevych se ha destapado como un depredador del área, metiendo 22 goles que han valido su peso en oro. A su lado, los de siempre: Villares corriendo como si le persiguiera la Santa Compaña y Patiño poniendo pases que deberían ser expuestos en el Prado. Por supuesto, no todo fueron alegrías. La eliminación en Copa contra Osasuna nos recordó nuestra condición de mortales, y las palizas contra el Madrid y el Barça nos enseñaron lo que cuesta el pan en la panadería de los ricos. Al final, con el corazón en un puño, el Dépor no solo se ha salvado con una holgura insultante, sino que ha pescado un billete para la Conference League en la última jornada. ¡Europa, allá vamos! Séptimos en LaLiga, por delante de equipos con presupuestos de superproducción de Hollywood. José Ramón ha pasado de ser una leyenda a ser un santo al que ponerle una vela. Los mismos que nos daban por muertos, ahora se preguntan cuál es el secreto de este equipo. Y el secreto, señores, sigue guardado bajo llave en los campos de Abegondo. Que se prepare el continente, porque la verbena gallega está a punto de empezar una gira europea. Temporada 3 Nadie daba un duro por nosotros. La idea de jugar en Europa era vista en Coruña como una excusa para que la afición cogiera vuelos baratos y probara cervezas raras. El plan original era la Conference League, una especie de Interrail futbolístico para coger experiencia. Pero entonces, la UEFA, en un acto de generosidad que aún se estudia en Cuarto Milenio, nos regaló un billete para la Europa League. La directiva, fiel a su política de fichar con lo que encuentra en los cojines del sofá, nos trajo un delantero serbio de 20 años (Zivkovic) por lo que cuesta un piso en Arteixo y un extremo croata (Murić) que llegó más gratis que el aire que respiramos. Los gurús del fútbol nos daban por eliminados en la fase de grupos. Pobres ilusos. La temporada en Liga ha sido un electrocardiograma de un hombre a punto de ver al Dépor en una final. Capaces de recibir un sonrojante 1-5 del Sevilla en casa que nos hizo replantearnos la vida, y a la semana siguiente endosarle un 6-1 al Betis como si tal cosa. A los grandes les perdimos el respeto. Fuimos al Camp Nou y le ganamos 1-2 a un Barça que todavía debe estar buscando a David Mella por las ramblas. El "Tsunami Blanquiazul" no avisaba, simplemente arrasaba. Y los nombres propios... ¡qué espectáculo! El imberbe Zivkovic ha metido 26 goles, convirtiéndose en el terror de los defensas de media Europa. A su lado, Diego Villares, nuestro Forrest Gump particular, ha decidido que además de correr por tres, ahora marca goles como si no hubiera un mañana (¡17!). Y Charlie Patiño sigue dando pases con escuadra y cartabón que deberían cotizar en bolsa. Mención especial para Murić, un señor que llegó a coste cero y ha repartido 16 asistencias. El mejor chollo desde las rebajas de enero. Pero la verdadera verbena, la orquesta Panorama de nuestra temporada, fue Europa. Tras una fase de grupos en la que parecíamos un turista con chanclas y calcetines, llegaron las eliminatorias. Y el Dépor se puso el frac. Despachamos al Gladbach con un 6-0 global que aún escuece en Alemania. Nos vengamos del Sporting de Portugal con una autoridad pasmosa. Y llegó la semifinal contra el Anderlecht. Perdimos 2-0 allí. La prensa ya escribía nuestro obituario. Pero se olvidaron de que la vuelta era en Riazor. Aquella noche mágica, con un 4-1 épico, nos colamos en una final europea. La final contra el Atalanta fue el equivalente a quedarte sin batería en el móvil cuando estás a punto de ganar el Wordle. Un 1-0 doloroso que nos dejó con cara de tontos, pero con el orgullo de un pavo real. Al final, entre goleada y susto, el equipo no solo ha repetido la gesta europea, sino que la ha superado con creces. Cuartos en Liga. ¡CUARTOS! La temporada que viene, el himno de la Champions sonará en Riazor. Que vayan preparando los desfibriladores en la ciudad. El "Tsunami Blanquiazul" ha subido de categoría: ahora es un maremoto con ganas de conquistar Europa. Temporada 4 La pretemporada fue un paseo militar contra equipos cuyos nombres parecían sacados de un generador aleatorio. Goleadas de escándalo para coger moral antes de que empezara lo serio. Y lo serio empezó pronto: debut en Champions con un 6-1 al Dinamo de Kiev y paliza a domicilio por 0-4 al Ajax. Media Europa se atragantó con el café. El "Tsunami Blanquiazul" no había venido a la Champions de turismo, había venido a llevarse la vajilla. En Liga, la historia fue la de Sísifo con una camiseta del Dépor. Empujábamos la roca hasta la cima, pero siempre se nos acababa cayendo. Hemos tuteado a los dos gigantes: ganamos 2-0 en el Metropolitano al Atleti y empatamos 1-1 en el Bernabéu. Pero en Riazor nos pintaron la cara tanto el Barça como el Madrid. Nos hemos convertido en ese hermano mediano respondón que le roba el bocadillo a los mayores de vez en cuando, pero que todavía duerme con una luz encendida. Al final, un meritorio 3er puesto, volviendo a sellar el pasaporte para la Champions. Ya no somos una sorpresa, somos una puñetera realidad. Si hay un equipo que tiene nuestro número de teléfono, ese es el Atleti del Cholo. En la Supercopa de España, nos eliminaron en semifinales en un partido loco que acabó 4-3 en la prórroga. En la Copa del Rey, más de lo mismo: semifinales y para casa. Parece que Simeone tiene un muñeco de vudú con la cara de nuestro escudo. A pesar de todo, llegar a semifinales en ambas competiciones es un éxito rotundo. Nuestra primera aventura en la máxima competición ha sido para enmarcar. La fase de grupos fue una montaña rusa. Capaces de golear al Ajax fuera y al Leipzig en casa, pero también de recibir un sonrojante 5-0 del Inter en Milán que nos recordó que en Europa hay señores muy serios que no están para bromas. Pasamos la fase previa contra el AC Milan con una victoria épica en San Siro por 2-3, y el sorteo de octavos nos deparó el coco: el FC Barcelona. La ida en Riazor fue una de esas noches mágicas, un 2-1 con el estadio rugiendo como en los viejos tiempos. Por un momento, creímos que el "Súper Dépor" había vuelto. Pero la vuelta en el Camp Nou fue un baño de realidad. Un 4-1 que nos mandó a casa con la cabeza alta, pero eliminados. Morimos matando, eso sí. Este año, la responsabilidad se ha repartido. Kukharevych y Zivkovic se han turnado para ser los pistoleros, con 6 y 13 goles en Liga respectivamente. Pero la verdadera estrella ha sido Christián Herc, nuestro hombre para todo. El eslovaco ha sido el mejor del equipo en Champions y Copa, apareciendo en los momentos clave con goles y asistencias. Y qué decir de los de siempre: Murić sigue siendo un francotirador desde la banda y la conexión gallega de Mella y Yeremay ha puesto en aprietos a las mejores defensas de Europa. Temporada 5 Llegamos a esta quinta temporada con la mochila cargada de lecciones. Ya no éramos los advenedizos que pedían permiso para sentarse en la mesa de los grandes; éramos el equipo que les quitaba la silla. La directiva, que antes hablaba de "ser competitivos", ahora exigía resultados en la "zona alta". El plan de José Ramón, "El Secreto de Abegondo", había dejado de ser un proyecto para convertirse en una máquina de ganar, y España entera se preguntaba hasta dónde podía llegar este Dépor construido con fe, datos y talento de casa. La temporada ha sido una sinfonía de fútbol total, una demostración de autoridad que ha silenciado a los escépticos. La Liga no ha sido una carrera, ha sido una coronación. Nos hemos proclamado CAMPEONES DE LALIGA con una superioridad insultante, sumando 93 puntos y dejando al Real Madrid y al Barcelona peleando por las migajas. Riazor se convirtió en una fortaleza inexpugnable donde cayeron todos, incluido un Barça al que le endosamos un 4-0 que todavía escuece en la Ciudad Condal. Pero la verdadera consagración llegó en enero. En la Supercopa de España, escribimos una de las páginas más gloriosas de nuestra historia reciente. Primero, nos vengamos del Barça en semifinales con un 3-2 épico. Y en la final, contra esa bestia negra llamada Atlético de Madrid, el equipo sacó un carácter de leyenda para ganarles por 3-2 y levantar el primer gran título de la era José Ramón. Aquella noche, el grito del deportivismo se escuchó en toda la península. El gigante no solo había despertado; ahora llevaba corona. Sin embargo, Europa sigue siendo nuestra asignatura pendiente, esa cima que se nos resiste. En la Champions, volvimos a demostrar que podemos bailar con cualquiera. Goleamos al Molde, empatamos en Marsella y, en una noche para el recuerdo, tumbamos al Real Madrid por 1-0 en Riazor. Pero la fortuna, esa vieja caprichosa, nos cruzó en el playoff con el ogro alemán, el Bayern de Múnich. En una eliminatoria de infarto, donde llegamos a ganar 4-3 en la ida, caímos cruelmente en la tanda de penaltis en el Allianz Arena. Morimos en la orilla, sí, pero lo hicimos plantando cara al campeón, demostrando que este Dépor ya no tiene miedo a nadie. Al final de la temporada, la sensación es de un éxito abrumador. Hemos conquistado el reino de España, levantando una Liga y una Supercopa que saben a gloria. Hemos visto a nuestros canteranos, como David Mella y Yeremay, convertirse en estrellas mundiales, y a fichajes "Moneyball" como Igor Silva o Kukharevych rendir como auténticos galácticos. La eliminación europea duele, sí, pero solo sirve de combustible. El Secreto de Abegondo ya no es un secreto, es una advertencia. Hemos conquistado España; ahora, volvemos a por Europa. Y esta vez, no pediremos permiso. Temporada 6 Que alguien pare el mundo, que nos queremos bajar. O mejor no, que este viaje es demasiado bueno. La temporada 2028/29 ha terminado y la sensación que nos queda en el cuerpo es la de haber corrido una maratón a sprint, haber celebrado una boda y haber ido a un funeral, todo en el mismo día. Porque sí, amigos, en LaLiga hemos quedado terceros, a una distancia indecente del Barça que da hasta vergüenza ponerla en letra impresa. Pero que le pregunten a los culés quién les metió un 4-0 en Riazor. Spoiler: fuimos nosotros. La competición doméstica ha sido el peaje que hemos pagado por soñar. El desgaste de las noches europeas nos ha convertido en un equipo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Capaces de golear 5-0 al Girona para, a la vuelta de la esquina, perder 0-3 contra ellos mismos. Una bipolaridad que nos ha alejado del título, pero que nos ha vuelto a meter en Champions por la puerta grande. ¿Terceros? Un mal menor para un equipo que tenía la cabeza en otra parte. Y esa otra parte, amigos, era Europa. ¡Bendita Europa! Lo de este equipo en la Champions League no ha sido una campaña, ha sido una epopeya, un cantar de gesta que los bardos recitarán en las tabernas de la Calle de la Estrella durante generaciones. La fase de grupos fue un aperitivo: 4-0 al Legia, 2-1 al Barça, 1-0 al Real Madrid... Los gigantes venían a Riazor y salían con la cartera vacía y un par de goles en la maleta. Luego, las eliminatorias. ¡Ay, las eliminatorias! Despachamos al Porto como quien se quita una pelusa. Y entonces, Anfield. Fuimos a ese estadio donde dicen que nunca caminarás solo, y salimos no solo caminando, sino bailando una muiñeira tras eliminar al Liverpool. A continuación, el Manchester City de Guardiola, con sus millones y su tiki-taka de diseño. Pues bien, se llevaron un 3-3 en su casa y una lección de coraje gallego. En semifinales, el destino nos puso delante al fantasma, al ogro, al Bayern de Múnich. Y esta vez, la historia fue nuestra. Les ganamos en Alemania y aguantamos en Riazor para meternos en la final. ¡LA FINAL DE LA CHAMPIONS! Que alguien pellizque a la Torre de Hércules, porque esto no podía ser verdad. La final en París contra el PSG fue una daga en el corazón. Un solitario gol nos dejó con la cara de tontos y la medalla de plata, que brilla, sí, pero pesa como una losa. Perdimos, qué se le va a hacer. Pero perdimos tras haber conquistado Europa. Y en medio de esta locura, la fábrica de Abegondo ha seguido produciendo a pleno rendimiento. A los ya consagrados Mella y Yeremay, se han sumado dos balas salidas de la cantera. Chechu, con la desfachatez de un juvenil, ha sido el pulmón de repuesto en el lateral. Y José, saliendo desde el banquillo, se ha hinchado a marcar goles (¡13!) con la frescura de quien no sabe lo que es el miedo. Así que sí, somos terceros en Liga. Somos subcampeones de Europa y de la Supercopa. Y qué. Hemos vuelto a poner a Coruña en el mapa. Hemos hecho temblar a los más grandes. Y hemos demostrado que, a veces, los sueños, aunque terminen con una lágrima en París, merecen la pena ser vividos. Que se preparen, porque el año que viene, volvemos a por lo que es nuestro. Y esta vez, no perdonaremos. Temporada 7 Afrontábamos la temporada con el doloroso recuerdo de la final aún en la retina y el cuchillo entre los dientes. La directiva, en un alarde de ambición (o de haberse tomado un par de licor cafés de más), nos pedía "Clasificar para la UEFA Europa League". Nosotros, teníamos la mira puesta en cotas más altas. El problema es que, este año, hemos descubierto que ser el segundo es el primer perdedor, y hemos sacado un máster en ello. En Liga, hemos sido la sombra de un Barça imperial que ha sumado 100 puntos. Quedar cuartos con 76 puntos sabe a poco después de haber sido campeones, pero nos devuelve a la Champions, que es lo mínimo que se le despacha a este equipo. La temporada ha sido un quiero y no puedo, un quiero ganar al Madrid (3-0 en casa, ¡qué gozada!) y un no puedo evitar perder puntos tontos contra equipos que deberían estar luchando por no bajar a Segunda a pescar con dinamita. En las copas, la historia se ha teñido de un azulgrana que ya empieza a ser indigesto. En la Supercopa de España, eliminados en semifinales por el Barça en los penaltis. En la Copa del Rey, más de lo mismo: semifinales y para casa contra el mismo verdugo. Parece que a Flick le hemos debido de quitar la plaza de aparcamiento en algún sitio, porque nos tiene tomada la matrícula. El único consuelo ha sido ver al chaval Bruno Fernández, nuestro fichaje para el mediocampo, erigirse como la estrella del torneo con una media de 7.72. Tenemos un nuevo mago en la ciudad. Pero la verdadera epopeya, y la mayor de las decepciones, ha vuelto a ser la Champions League. Hemos recorrido Europa como Atila, dejando un rastro de destrucción. Goleadas al Leipzig, al Athletic, al Beşiktaş... Eliminamos al Porto, al Barcelona (¡venganza!) en octavos, y al Manchester City de Guardiola en unos cuartos de final de infarto (¡8-4 en el global!). Llegamos a semifinales contra el Milan y, tras una exhibición en San Siro (4-4), nos plantamos en nuestra ¡SEGUNDA FINAL DE CHAMPIONS CONSECUTIVA! Y de nuevo, París. Y de nuevo, el PSG. Y de nuevo, la misma pesadilla. Un 2-0 que nos ha vuelto a dejar con la miel en los labios. Dos años seguidos siendo el novio plantado en el altar. Es para arrancarse el pelo a tiras. Hemos demostrado que somos uno de los mejores equipos del mundo, pero nos falta ese último paso, esa pizca de suerte o de mala leche para levantar la "Orejona". Volveremos, vaya si volveremos. Porque a cabezones no nos gana nadie. Temporada 8 Afrontábamos esta octava temporada con la resaca de dos finales de Champions. El objetivo, casi por inercia, era volver a pelear por todo. Nadie en Coruña, ni el más agorero de los druidas, podía imaginar que estábamos a punto de vivir una de las campañas más decepcionantes de la era José Ramón. El "Tsunami Blanquiazul" ha perdido fuerza y nos ha dejado varados en una orilla muy incómoda. Lo de este año en la competición doméstica ha sido un batacazo en toda regla. Hemos caído del trono a un desolador 5º puesto, fuera de los puestos de Champions League y clasificados por los pelos para la Europa League. La regularidad que nos hizo campeones se ha esfumado. Hemos sufrido derrotas sonrojantes contra los tres de arriba (0-2 vs Madrid, 1-2 vs Barça, 0-3 vs Atleti en casa) y hemos sido incapaces de dominar a equipos de la zona media. La sangría de puntos ha sido constante, un goteo lento que nos ha descolgado de la pelea por el título antes de Navidad. Ni siquiera los 13 goles de Zivkovic han podido maquillar una campaña liguera para el olvido. Por si el descalabro liguero fuera poco, en las copas hemos vuelto a chocar contra nuestros fantasmas. En la Supercopa, el Barça nos mandó a casa en semifinales. En la Copa del Rey, fue la UD Las Palmas quien nos humilló en cuarta ronda. Una eliminación tempranera e inaceptable que evidenció la falta de tensión competitiva del equipo en los torneos del KO. Solo en Europa este equipo ha recordado quién es. Hicimos una fase de grupos muy sólida, con victorias de prestigio como el 2-0 al Manchester United en Riazor. Superamos al Benfica en el playoff y nos plantamos en octavos de final de nuevo contra el United. Y ahí, en Old Trafford, se acabó el sueño. Caímos 3-1. A pesar de la eliminación, el rendimiento de los nuestros en Europa ha sido lo único salvable de la temporada. Chechu, con una media de 7,32, fue nuestro mejor hombre en la competición, y el joven Bruno Fernández, con 4 asistencias, demostró tener la calidad para estas grandes noches. La temporada nos deja varias lecturas preocupantes. El bloque que nos hizo campeones muestra síntomas de agotamiento. Jugadores clave han bajado su rendimiento y el equipo ha perdido esa chispa de invencibilidad. Sin embargo, en medio del desierto, han crecido flores. La consolidación de los canteranos Chechu y José como jugadores importantes y el impacto inmediato del fichaje Bruno Fernández son las únicas noticias a las que aferrarse. Han sido los jóvenes quienes han tirado del carro cuando los veteranos flaqueaban. En resumen, Míster, ha sido un año de cura de humildad. Hemos vuelto a la tierra de golpe. La caída en Liga es un aviso muy serio: o reaccionamos, o nuestro imperio puede desmoronarse. Toca hacer autocrítica, tomar decisiones difíciles y reconstruir la ambición de un equipo que parece haber perdido el hambre.