Capítulo 3: “Donde empieza la ciudad” Escalinatas de la Akureyrarkirkja. Noche cerrada El presidente me citó allí, no en su despacho. “Ven a la iglesia”, dijo. No para rezar, sino para hablar. Subí los escalones con las manos en los bolsillos y la bufanda hasta la nariz. Desde lo alto, Akureyri parecía dormida, pero viva. Como un animal que respira lento en invierno. Aðalsteinn Ingi Pálsson me esperaba junto a la barandilla, mirando al fiordo. La iglesia, con sus torres gemelas y su silueta modernista, parecía más una fortaleza que un templo. Dentro, un órgano de 3.200 tubos dormía en silencio. —¿Sabes por qué te he traído aquí? —preguntó sin girarse. —Porque desde aquí se ve todo —respondí. —No. Porque desde aquí se entiende todo. Esta iglesia no es solo un edificio. Es el corazón de la ciudad. Aquí se casaron nuestros abuelos. Aquí se despidió a los que se fueron al mar y no volvieron. Aquí se canta cuando ganamos… y se calla cuando perdemos. Se volvió hacia mí. Sus ojos no tenían dureza, pero sí peso. —Y Þór, nuestro club, tiene que parecerse a esto. A algo que no se mueve. Que no se vende. Que no se olvida. Guardó silencio un instante, como si buscara las palabras exactas. —Por eso te lo digo claro, Alberto: los nuevos jugadores deben ser de Akureyri. No es una norma escrita. Es una promesa. A la ciudad. A su gente. A los que vienen al estadio con la misma bufanda que usaban sus padres. Yo asentí. No por cortesía. Porque lo entendía. —Y tú —añadió—, tú eres la excepción. Pero no por ser español. Sino porque te has comportado como uno de los nuestros desde el primer día. Has trabajado, has callado, has escuchado. No has venido a enseñar, sino a aprender. Y eso, aquí, vale más que cualquier título. Sacó una carpeta de su abrigo. Números. Márgenes. Frío en papel. —Tenemos 52.000 € en caja, sin deudas. El club está sano, pero frágil. Gastamos 932.000 € de un presupuesto salarial de 958.000. No estamos al borde del abismo, pero si no corregimos el rumbo, podríamos cerrar la temporada con pérdidas cercanas a los 700.000 €. Me miró con la seriedad de quien no dramatiza, pero tampoco disimula. —No quiero que te obsesiones con eso. Pero sí que lo tengas presente. Mi objetivo es claro: poner la economía en positivo en tres temporadas. No a costa del juego, sino a través de él. Con cantera. Con identidad. Con sentido común. —¿Y en lo deportivo? —Mitad de tabla en liga. Competir con dignidad en la Deildabikar y la VISA-Bikar. No te pido milagros. Te pido que cada vez que saltemos al campo, la ciudad vea a sus hijos… y a ti, que ya eres uno más. Volvió a mirar la iglesia. —Aquí no buscamos héroes. Buscamos raíces. Y tú, Alberto… tú has echado raíces en la nieve. Nos quedamos en silencio. Solo el viento hablaba. Y en ese momento, supe que no entrenaba a un equipo. Entrenaba a una ciudad.
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