Capítulo 2: El latido del cielo azul30 de octubre de 2025, 23:59 h Estadio 30 de Junio, El Cairo Hassan Safar cerró la puerta del vestuario principal y se quedó solo bajo las luces frías. Habían pasado exactamente cuarenta y dos días desde que firmó el contrato en septiembre, con la mano temblando apenas mientras Salem Al-Shamsi le susurraba: «Bienvenido a la eternidad, entrenador». Cuarenta y dos días en los que Pyramids FC había aplastado al Power Dynamos (7-1 global) y después había levantado la Copa África-Asia-Pacífico en el estadio 30 de Junio con un gol de Marei que aún resonaba en todos los televisores de Egipto. El país estaba en éxtasis. Él, en cambio, no dormía desde hacía una semana. Porque cada victoria parecía alimentar algo. El primer síntoma llegó tras la vuelta en Zambia: cuando el autobús del equipo regresó al estadio a las tres de la madrugada, Hassan vio que el césped brillaba. No reflejaba la luna; brillaba desde dentro, con un azul tenue y pulsante, como si el terreno respirara. Lo achacó al cansancio. Después de la final frente al Al-Ahli, en las pantallas gigantes apareció un plano aéreo del Estadio 30 de Junio… y por tres segundos exactos la forma del campo dibujó una pirámide perfecta, invertida, con el vértice apuntando al subsuelo. Nadie más pareció verlo; la transmisión siguió como si nada. Y ahora, esta noche, después del entrenamiento ligero de recuperación, había vuelto a sentirlo: el suelo latiendo bajo sus pies. Un latido cada siete segundos. Siete. Siempre siete. Bajó al túnel. El estadio estaba desierto, las gradas en penumbra. Solo las luces de emergencia dibujaban sombras largas sobre el césped. Se detuvo en el círculo central, justo encima del escudo del club. Puso la palma de la mano en la hierba. BUM… BUM… BUM… Esta vez no era una vibración. Era un corazón. Y hablaba. La voz llegó en árabe antiguo, pero él la entendió como si fuera su propia lengua materna. - Has traído la copa. Has alimentado la Casa. Pero el ciclo se acelera. Faltan 791 días… y la deuda crece. Hassan retrocedió. El césped bajo sus pies se onduló, como si algo enorme se moviera debajo. Entonces vio las marcas: cuatro líneas paralelas, profundas, que atravesaban el terreno de banda a banda, como zarpas. No estaban ahí durante el entrenamiento. Un foco del estadio se encendió solo, iluminando la grada oeste. En la fila 33, asiento 7, había alguien sentado. Una silueta envuelta en una túnica negra, la cara oculta bajo una capucha. En su regazo descansaba la Copa África-Asia-Pacífico… pero la copa sangraba. Un hilo rojo oscuro caía desde el borde y se perdía entre los asientos. Hassan tragó saliva. - ¿Quién eres? -preguntó. La figura levantó la cabeza. No tenía rostro; solo dos puntos de luz azul donde deberían estar los ojos. - Soy el anterior. Me quedé aquí para advertir al siguiente. Tú eres el siguiente, Hassan Safar. La copa dejó de sangrar. En su lugar, el metal empezó a brillar con el mismo azul del césped. - El ciclo ya no es de siete años, entrenador. Cada título lo acorta. El último trofeo ha restado trescientos treinta y tres días. Ahora solo quedan setecientos noventa y uno… hasta el 31 de diciembre de 2027. La figura se puso en pie. Donde pisaba, el hormigón se agrietaba y de las grietas brotaba arena fina, roja como la del desierto occidental. - Escucha bien: El estadio no está construido sobre una necrópolis. El estadio es la tapa. Debajo hay una pirámide que nunca fue para un faraón. Fue construida para contenerlo a Él. Y cada vez que Pyramids gana algo importante, Él se despierta un poco más. Hassan sintió que el aire se volvía pesado, como si respirara plomo. - ¿Qué… qué es Él? La figura señaló el centro del campo. El escudo del club se hundió dos centímetros, como si algo desde abajo lo succionara. - El Guardián del Cielo Azul. El que fue enterrado vivo con la orden de proteger Egipto… pero que lleva cuatro milenios queriendo salir. El club solo es su respiración. Los jugadores, sus pulmones. Tú, Hassan, eres el nuevo diafragma. Un viento helado barrió el terreno. Los focos empezaron a apagarse uno a uno, sumiendo el estadio en oscuridad. La última frase llegó flotando, ya sin cuerpo que la pronunciara: - Gana todo lo que puedas, entrenador. Porque cada trofeo le da fuerza… y cada trofeo te acerca al día en que tendrá que elegir: o Egipto cae con Él… o tú ocupas su lugar bajo la arena. Cuando las luces volvieron, el estadio estaba vacío. Solo quedaba, en el centro del campo, la copa de verdad (la de metal, la que habían ganado frente al Al-Ahli) clavada boca abajo en el césped como una daga. Y en su base, grabadas con algo que no era fuego ni cuchillo, cuatro palabras en jeroglífico azul eléctrico: EL CIELO AZUL TIENE HAMBRE Hassan se quedó allí hasta el amanecer. Cuando el sol salió, el césped volvía a estar perfecto. La copa había desaparecido. Pero en su mano derecha, donde se pinchó al firmar el contrato, la herida ya no sangraba. Ahora brillaba. Con el mismo azul imposible del Pyramids FC.
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