Die Geschichte von Matthias - Der Enkel des Kleinen Toni (La historia de Matthias - El nieto del pequeño Toni) Kapitel 1 – Matthias Schall (Capitulo 1. Matthias Schall) Teil 2 – Der Platz der Erinnerungen (Parte 2. El lugar de los recuerdos) En algún lugar de Bariloche, Argentina. La carta permanecía sobre la mesa, intacta, como si respirara por sí sola. Matthias la observó un instante más, pero no estaba listo. El silencio de la casa se volvió denso, y decidió salir antes de que el peso de la ausencia lo aplastara. Tomó su campera, bajó los escalones de madera y dejó que el aire frío de Bariloche le mordiera el rostro. Caminó sin rumbo fijo, siguiendo el impulso de sus pasos hasta que, casi sin darse cuenta, se encontró en la Ruta 40, frente al portón oxidado del Estadio Teófilo Teodoro Knell. El cartel de Alas Argentinas colgaba torcido, golpeado por el viento, pero para Matthias seguía siendo un símbolo sagrado. Empujó la reja con un leve chirrido y entró. El olor a pasto húmedo y a tierra revuelta lo envolvió al instante. El campo estaba vacío, pero su mente se llenó de voces, risas, gritos de aliento y el eco lejano de una pelota golpeando el travesaño. Caminó hasta el centro del campo. Desde allí, el lago Nahuel Huapi brillaba a lo lejos, reflejando los últimos tonos anaranjados del atardecer, y las montañas dibujaban sombras azules sobre el horizonte. El viento traía consigo el eco de viejos inviernos y veranos interminables. Recordó su primer entrenamiento, cuando tenía apenas ocho años. Los botines le quedaban grandes y el corazón, más grande aún. El entrenador gritaba su nombre, y Karl, su padre, observaba desde la tribuna con una sonrisa que ahora dolía recordar. Matthias se vio a sí mismo corriendo por la banda, el balón pegado al pie, dejando atrás a los rivales. Jugaba de extremo, rápido, escurridizo, con esa mezcla de instinto y alegría que solo tienen los niños. Cada vez que marcaba un gol, levantaba la vista hacia su padre, buscando su aprobación. “Der Tödliche”, le decía Karl entre risas. “El mortal.” Así lo había bautizado después de un clásico contra Cruz del Sur, cuando Matthias había marcado tres goles en la cancha embarrada y se había ido a dormir con las medias todavía llenas de barro y orgullo. El apodo quedó para siempre, como una marca secreta entre ellos. Matthias sonrió al recordarlo, pero la sonrisa se quebró rápido. Se sentó en el borde del área, mirando hacia el lago. El viento movía la red del arco, como si el tiempo siguiera jugando un partido que él ya no podía disputar. Sacó el sobre de su bolsillo. Lo sostuvo un momento, sintiendo el temblor en los dedos, pero volvió a guardarlo. No era el momento. Aún no. El sol se escondió detrás de las montañas, y el estadio quedó envuelto en un silencio casi reverente. Matthias respiró hondo y levantó la vista al cielo. Por primera vez en días, no lloró. Solo dejó que el aire helado le recordara que estaba vivo, que aún tenía un camino por delante, aunque no supiera cuál. Mientras salía de la cancha, una brisa suave levantó polvo del suelo. Por un instante, creyó escuchar la voz de su padre en la distancia, llamándolo como cuando era niño. Matthias se detuvo, miró atrás, y luego siguió caminando hacia la oscuridad, con la carta en el bolsillo y el peso de una historia que recién empezaba.
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