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Mazzotti corría desaforado por las calles de Palermo. Llevaba manteniendo el mismo ritmo desde hacia aproximadamente 10 minutos, cuando había saltado por la ventana de su propia casa y escapado en plena noche. Sin embargo, nunca habia logrado una distancia considerable respecto a los matones que le perseguían… y poco a poco comenzaba a decaer la intensidad de su marcha.

Tres años atrás, habría podido recorrer Palermo entero corriendo a una velocidad considerablemente mayor que la que ahora llevaba. De hecho, cada fin de semana sus piernas iban y venían dentro de un rectángulo de césped durante noventa minutos. Pero esos tiempos lejos habían quedado. Su cuerpo apenas podía mantener el ritmo. Y sobre todo esa noche. Luego de varios chutes de heroína, su mente se encontraba en un nebuloso estado. Las luces de Palermo aparecían ante sus ojos como estrambóticas y surrealistas visiones. El aire que respiraba le resultaba ajeno, extraño, insuficiente. ¿Serian aquellas las ultimas bocanadas que daría en su vida? ¿Porque tendrían ese demoníaco gusto agrio? ¿Acaso seria la muerte quien soplaba el aire que el respiraba?

Miro hacia atras y vio que los matones se habían acercado demasiado. Apenas veinte metros los separaban. Volvio la vista al frente, justo a tiempo para evitar colisionar con un transeúnte. Lo esquivo con un rapido quiebre de cintura mientras el hombre lo miraba asombrado. Mazzotti rio. Tal vez fuera por la heroina, o porque ese amague le habia recordado los cientos que habia realizado cuando jugaba al fútbol. Fuera por lo que fuera, esa risa había resonado en la muda ciudad siciliana como lo que era, los últimos estertores de un hombre muerto.

Volvió a mirar atrás. Los matones ya estaban a escasos 10 metros. Se detuvo en seco. No moriria escapando. Mientras sus asesinos llegaban a su encuentro, el los miraba y reia. Su risa se mezclaba con jadeos produciendo un extraño sonido. 5 metros, 4 metros, 3, 2... Un metro separaba al hombre y sus verdugos. Ambos hombres miraron a Mazzotti. El primero de ellos saco un revolver y un silenciador. Acoplo ambas partes mientras su victima esperaba en el imaginario patibulo. El segundo, un fornido hombre de 30 años, se dirigio a Mazzotti en una marcado tono siciliano:

- Disculpenos Nicolino, ordenes son ordenes.

- No te preocupes Luca, lo entiendo.

- Nunca se lo dije, pero soy un gran fanatico suyo.

Mazzotti sonrio. - Te daria un autografo, pero imagino que su amigo estara apurado por terminar el asunto

El hombre llamado Luca miro a su compañero con expresión suplicante. Este asintió con la cabeza. Luca busco en el interior de su traje y saco un bello bolígrafo de oro. Tomo el pañuelo de seda que se encontraba en el bosillo delantero de su saco y le tendio ambos objetos a Mazzotti, mientras su compañero seguia apuntando el arma.

El antiguo jugador tomo la lapicera y estampo su firma, por ultima vez, en el pañuelo. Luego devolvio ambos a su dueño, que los recupero visiblemente contento.

- Cuidalo bien, en instantes valdra el doble. - Bromeo Nicolino.

Los tres hombres rieron al amparo de la noche italiana. Pero sus risas se vieron interrumpidas por el sonido del celular de Toni. Con la mano libre, tomo el celular y atendio. Apenas pronuncio un saludo para con su interlocutor del otro lado de la linea, cuando ya había cortado.

- Cambio de planes - dijo.

Lo ultimo que vio Mazzotti antes de caer inconsciente fue la culata del revolver que se acercaba a su rostro.

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