CAPÍTULO 2:SOMBRAS EN EL BERNABÉULa llegada de mediados de agosto llegó con una inesperada niebla que envolvió el Santiago Bernabéu cómo si fuese un sudario de su nueva piel de acero. Una niebla danzando alrededor del coliseo madridista, envolviéndolo todo y dando una imagen siniestra con una niebla inaudita en un mes de agosto. Tomás de Torquemada, el inquisidor resucitado ahora al mando del Real Madrid, permanecía en su despacho, contemplando un crucifijo colgado de la pared. La pretemporada había sido un éxito, salvo algún tropiezo puntual, consiguiente victorias contra equipos europeos con un fútbol feroz y disciplinado que parecía bendecido por una fuerza superior. Sin embargo, tras cada gol, cada pase perfecto, latía en el corazón de Torquemada su misión secreta: purificar la plantilla, forjando un equipo de cristianos devotos que no solo dominara La Liga, sino que redimiera almas en el proceso. Las ventas habían sido ejecutadas con una precisión quirúrgica, como si fuesen edictos de la antigua Inquisición: David Alaba, el austríaco cuya fe protestante le habían llevado a perderse en una vida de lujos modernos, fue transferido al Liverpool por 21.5M€, una suma que Torquemada consideró un justo castigo para un club pérfido cómo el inglés. Ferland Mendy, el lateral francés de raíces senegalesas y con devoción para con el Islam, partió al PSG por 25M€. Con su salida, un apagón general tuvo lugar en Francia, lo que Torquemada consideró un aviso de Dios a los siempre tibios franceses por contratar a un infiel. Antonio Rüdiger, el alemán musulmán, fue enviado al Bayern de Múnich por 27M€, un traspaso que fue rápido y ejecutado de una forma excelsa que pareció ser orquestado por una mano invisible que acompañó al club a liberarse de uno de los más devotos de la religión del infiel. Raúl Asencio, canterano canario cuya tibieza espiritual no pasó desapercibida por Tomás de Torquemada, fue despachado al Estoril por unos míseros 87.000€, un acto que Torquemada justificaba cómo limpieza necesaria. Al igual que, su ya excompañero, Lucas Vázquez. El gallego, de lealtad dividida entre sus propios intereses y los del club, siguió a Mendy al PSG por 5M€. Tras la salida de Lucas, un viento helado en pleno Agosto dejó lluvia y granizo en el Curtis, pueblo de nacimiento de Lucas. Para Torquemada fue otra señal de Dios, castigando a un pueblo gallego por engendrar a un jugador de ese pírrico nivel. Aún quedaban por salir varios jugadores, entre ellos Güler y Brahim. Sobre el primero no había dudas de su lealtad al turco, pero no llegaban las ofertas para darle salida aunque tenía muchos clubs detrás de él. Sobre el segundo, aún había dudas de su lealtad religiosa, pero su salida era inminente por sus raíces marroquíes y su juramento para jugar con la selección africana. Para reforzar al equipo, Torquemada había supervisado fichajes que parecían guiados por una visión divina. Antonio Silva, el central portugués del Benfica, llegó con una cruz tatuada en el brazo, jurando lealtad a la fe católica. Rodrigo mora, el mediapunta del Oporto, cuya familia devota había peregrinado a Fátima, deslumbraba con su visión de juego, como si cada pase fuera una ofrenda al Señor. Ronny Bardghji, el sueco de raíces kurdas pero bautizado en Conpenhague, aportaba un talento explosivo que Torquemada veía como un don celestial. Por último, Martin Baturina, el corata del Dinamo de Zagreb, un centrocampista con fe católica-ortodoxa, completaba la nueva hermandad. En una ceremonia secreta en el hipogeo del Santiago Bernabéu, los cuatro fichajes firmaron su contrato en un relicario antiguo, sus nombres inscritos junto a unas runas latinas que brillaban con un fulgor sobrenatural. Durante el entrenamiento nocturno, con La Liga apunto de comenzar, el equipo practicaba tácticas inspiradas en las Cruzadas: defensas sólidas como fortalezas de Tierra Santa, ataques liderados por Bellingham que cortaban como espadas templarias. Vinicius Júnior driblaba con una furia que parecía alimentada por el temor al nuevo entrenador. Estamos jugando bien... pero este tipo no es normal, pensaba más de un jugador. Luka Módric, devoto y silencioso, se persignaba antes de cada pase, pero incluso el había notado algo extraño: durante un partido amistoso, un rival no cristiano falló un penalti tras un destello cegador en el cielo, como si una mano invisible hubiera desviado el balón. Aquella noche, tras el entrenamiento, Torquemada regresó al hipogeo del Bernabéu dónde el relicario que había encontrado días antes, en una visita junto al presidente Florentino Pérez - el cuál guardaba infinitos secretos-, vibraba con un zumbido inquietante. Al abrirlo, un antiguo mapa de Madrid se desplegó, marcando puntos que antes no aparecían: iglesias olvidadas, puntos de fe. Torquemada pensó en esos traspasos tan bien saldados, en unos partidos resueltos de formas divinas... justo antes de encontrar una nota al lado del mapa que, hasta entonces, le había pasado desapercibida. Notó que estaba escrita en tinta roja... no, no era tinta, era sangre y aún estaba húmeda. La nota rezaba: La herejía se esconde entre los fieles. Purifica o el fuego te reclamará. ¿De quién hablaba esa nota? ¿Jugadores aparentemente devotos que no lo eran? ¿Acaso aquellos que portaban la cruz en su cuello eran traidores a la fe? Torquemada cerró el relicario y volvió sobre sus pasos hacía su despacho, tocando su el crucifijo que portaba en su cuello con sus dedos mientras en su cabeza resonaba una frase que no parecía provenir de él mismo: Torquemada, ¿eres un cazador o una presa?