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Capítulo 5: Sabor a decepción

Paseaba tranquila cabizbaja por Las Ramblas de Barcelona. Lunes por la tarde. Primer día de la semana, el más odiado. La tarde, eterna. De fondo, sonaba una melódica guitarra con un elemento bastante triste. Apenas me guiaba por los chicles fosilizados en el suelo con el paso del tiempo. Desfasados, pero descansando en la eternidad, con miles de historias que contar, con muchas gotas de agua abrazada y, por qué no, otras tantas lágrimas derramadas.

Miraba el reloj y la fecha se confirmaba. 17 de septiembre de 2012. Llevaba en Barcelona casi tres meses, pero el tiempo no parecía pasar. Se me estaba haciendo extremadamente largo, tanto como el paseo que había iniciado, pero encerrada en casa la amargura era mayor. Mis vecinos seguían con ese recelo hacia a mí, y aunque yo me empeñaba en aprender español, lo cierto es que no era fácil. Me costaba puesto que era un idioma francamente complicado. ¿De dónde demonios sacan tantas palabras y tanta gramática?

Pese a que los medios mediatizaron el hecho de que una mujer entrenaba al Espanyol ‘B’, poca gente reconocía mi rostro en la calle. Entre otras cosas porque de mi nombre se había hablado hasta la saciedad, más incluso de mi sexo, pero apenas nadie me había visto jamás la cara. Era una suerte. Así no tenía que pasar vergüenza. Prefería mantenerme en lo desconocido, aunque una revista se puso en contacto conmigo para hacer una sesión fotográfica un tanto impertinente. La rechacé, por supuesto. Lo cierto es que me costaba adaptarme a Barcelona, pese a que la ciudad me gustaba porque tenía todos esos sitios solitarios que, una chica como yo, necesitaba.

Paré en un quiosco. En realidad, no sé por qué lo hice. Allí me hice con uno de los pocos ejemplares que quedaban de El Periódico de Catalunya. Era muy poco lo que yo podría llegar a entender, pero simplemente quería visualizar lo que se había dicho del equipo. El titular, “Con la cara ‘colorá’”, ya me hizo imaginarme por dónde podrían ir los tiros, aunque no tenía ni idea de que aquello era una expresión. Con el tiempo supe que alegaba a un buen bofetón y no sólo al sonrojo.

Caminé hasta la costa, en busca del mar. Allí me senté en la arena a escuchar la brisa del viento y las olas del mar. Me recordaba a la costa búlgara a orillas del Mar Negro. Yo y mi periódico, el cual guardé por siempre como un símbolo y un homenaje a esos días amargos en los que volvía a escuchar la voz de mi padre en mi mente. La única diferencia era que ahora pensaba que tenía razón. Nunca debí embarcarme en esa aventura.

No había demasiada gente allí, entre otras cosas porque el día estaba nublado y aunque no había llovido no era el día de playa ideal. Apenas alguna pareja melancólica que quería dibujar rayos de romanticismo en el agua, o alguna chica tan perdida como yo, o ese chico que no se explica cómo ha podido perder a esa persona que tanto quería. Quizás aquel hombre adulto que no sabía cómo arreglar su situación laboral, con un negocio estancado por la crisis. También esa mujer que disfruta de la sonrisa de su hijo revolcándose en los granos de arena pero que por dentro está destrozada porque se siente sola. Si existe el muro, también debe existir el mar de las lamentaciones.

Todo parecía estar compuesto por elementos que no encajaban de ningún modo en un puzzle de tantas piezas. No había forma de encontrar la simetría, ni el contorno que pudiera engancharse a otra, y luego ésta a otro, y luego esa otra a aquella, y así sucesivamente. Mi sonrisa se había borrado, pese a que me prometí que la mantendría fuera bien o fuera mal. A pesar de que me dije a mí misma que lo importante era haber dado el paso, que el resultado era algo secundario. Algún día llegaría. La suerte no se olvida. Simplemente, iba tarde.

¿Qué me ocurría exactamente? Mi sueño no terminaba de arrancar, si es que lo había hecho, por mucho que de que yo me

convenciera a mí misma de que así era. El equipo estaba en puestos de descenso, con apenas un empate en cuatro partidos. Los jugadores ni siquiera me hablaban porque no creían en mí. Apenas una frase esporádica y algún asentimiento a alguna orden, resignados a que yo era una autoridad por encima de ellos, cuando yo nunca quise que fuera así.

Desde los puestos altos del club no se había dicho nada, pero Ramón ya me miraba con cierta amenaza. Él había sido mi gran valedor, y estaba defraudado porque, entre otras cosas, se jugaba el puesto de trabajo casi conmigo. Esa responsabilidad, ante alguien que siempre me trató bien, me ahogaba aún más. El ambiente estaba desangelado en el entorno del equipo. Había una depresión global. Un contagio de penas de los que algunos buscaban sacar pecho advirtiendo de que ellos ya lo habían anunciado.

En todo este tiempo, por supuesto, nadie de mi familia se había puesto en contacto conmigo. Desde Rusia obviamente no llegó nada. Ni siquiera una llamada de teléfono. Nada. Parecía como si se hubieran quitado un peso de encima. La hija problemática. Tan sólo por recordarlo me enervaba y golpeaba mi puño contra aquello que tuviera cerca. En aquella tarde se desparramaron por el aire cientos de gramos de arena cual polvo dulce encima de una tarta al soplar las velas. Alegría y decepción, dos sabores. Por desgracia, el paladar de mis sentimientos sólo distinguía el segundo.

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Editado por Elessar

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