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Capítulo 2

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verano de 2.006,

"Malditos, malditos sean..."

La imagen era curiosísima. Colter Bell salía furioso de un edificio en el centro de Londres con una carpeta bajo el brazo, maldiciendo y soltando aspavientos sin notar que estaba rodeado de gente y que los golpeaba. Media hora antes había estado reunido con gente de la editorial deportiva más grande de Reino Unido. Bell había pasado los últimos dos años escribiendo un libro de nombre muy polémico y escritura muy pomposa en el que, básicamente, se cargaba al fútbol inglés, como una mantos religiosa que asesina al macho cuando ya no le es útil. Pensamos que Bell es un tipo clase media, con ínfulas de rico y mujeriego, que trabaja del fútbol. Aunque es inglés, vivió gran parte de su vida en Francia y sólo volvió a las islas de piedra y lluvía hace unos diez años con nada en el bolsillo y telerañas de sueños en la cabeza. Tras completar sus estudios, con las más gratas recomendaciones de los que fuesen sus profesores, empezó una carrera bastante meteórica y hoy trabaja en un club de primera línea de Inglaterra. No sirve el café, claro, pero tampoco es que se siente en el banquillo cada fin de semana.

Llegó al Liverpool cuando su pseudo paisano Houllier estaba al mando del equipo. Gérard vio en él un tipo prometedor, con el que compartía muchas ideas, y que, en unos años, le podía acompañar cuando se paseara en los mejores campos de Europa goleando con Gerrard, Owen y quién sabe que otras estrellas más. Pensaba incluso Houllier que un día, tras varios años de carrera, podría dejarle el testigo a Bell, quién ya sería un diamante bien pulido por su talento incomparable. El caso es que el proyecto del francés se fue a las recónditas profundidades del fracaso y su sexy football se engordó, quebró y se fue a vivir a Gales en un remolque de segunda y hasta tercera mano con tres hijos y sin padre a la vista. Colter Bell se quedó sin padrino ni promesas de dirigir al dragón rojo de Merseyside, pero permaneció en la institución porque, quién lo diría, lo estaba haciendo francamente bien. Tanto, que años más tarde, saldría enconado de un edificio en Londres con una carpeta bajo el brazo y creyéndose más especial que el Special One que por esos días reinaba en la Premier League.

El libro de Colter Bell fue rechazado. Bell, ya más calmado y sentado en su escritorio, reflexionaba sobre los eventos de esa tarde. Antes de entrar al edificio sabía que nadie iba a aprobar la publicación de lo que había escrito. Titular un libro ¿Por qué Inglaterra no es una potencia futbolística? no era la mejor forma de convencer a unos ingleses que editaran miles de copias y las vendieran en las librerías de todo el mundo. Lo que no se esperaba era que se burlaran de él. Bell habría recibido con regocijo el rechazo si este hubiese estado acompañado de comentarios halagüeños y una que otra referencia su valentía y brillantez, pero no que se rieran de él, de lo que había escrito y hasta de su acento afrancesado y su ropa de caché.

Las mofas en la editorial no eran las únicas que habían sido recibidas por Bell. Recordó cuando en el 98', en la fiesta de cumpleaños de uno de sus amigos, una treintena de personas se burló porque dijo que Inglaterra no pasaría la fase de grupos del mundial de Francia. Se equivocó, aunque acertara en que los franceses serían los campeones. Vino a su mente también la vez que tuvo que romper con una novia, la despampanante Molly Saunders, porque esta, aficionada del Manchester United, había convencido a sus padres de invertir largas sumas de dinero en que los 'Red Devils' iban a ganar la Champions League ese año. Eso era lo que Bell le había dicho una madrugada, emborrachado de amor y mareado por la maratoniana faena pasional que acababan de concluir, argumentando que los de Ferguson habían fichado al mejor centrocampista del mundo y el fútbol, sabes Molly, va de jugadores así, como Verón.

La fortuna, esa que no le había sonreído mucho a Bell durante sus años en Inglaterra, decidió atravesar como un relámpago la vida de Colter Bell. Una campana lejana interrumpió los moribundos pensamientos de Colter, quién, ensimismado, perdió el equilibrio y se dio de bruces contra la cabecera de su cama. Al levantar la cabeza vio en la TV a Steven Gerrard desperdiciar un penalti. Bell, que es tan supersticioso que no veía Sabrina para no tener que mirar al gato negro, lo entendió como una señal.

Y se fue.

Editado por rey

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