Capítulo 15: La conversación que no quería tener El partido contra Samherjar fue lo que esperábamos: ritmo bajo, errores de invierno, piernas pesadas. Ganamos 3-0, pero eso era lo de menos. Lo importante era ver cómo respondían los nuevos, cómo se movía el bloque, cómo respiraba el equipo tras semanas de silencio. Kristófer jugó 45 minutos. No brilló, pero tampoco falló. Lo vi algo desconectado, como si su cabeza estuviera en otro sitio. Lo confirmé al día siguiente. Me lo encontré en el pasillo del club, justo antes de la sesión de vídeo. Me pidió hablar. Lo llevé a mi despacho. Cerró la puerta. Se sentó. No dudó. —Quiero irme —dijo. —¿A dónde? —A un club más grande. Donde pueda crecer. Donde me vean. Me quedé en silencio. No por sorpresa. Por decepción. —¿Y aquí no creces? —Sí, pero… no es suficiente. Quiero más. Quiero competir a otro nivel. Lo miré. Tenía 19 años. Talento puro. Pero también impaciencia. —Kristófer, este club te ha dado minutos, confianza, responsabilidad. Te ha protegido. Y ahora, cuando más te necesitamos, ¿quieres irte? —No es por ego. Es por ambición. —La ambición no es irse. Es quedarse y hacer que te vengan a buscar. Se quedó callado. Sabía que no me iba a convencer. —No te voy a dejar marchar —le dije—. No ahora. No así. —¿Y si insisto? —Entonces hablaremos con el presidente. Pero te aseguro que no será fácil. Se levantó. Me dio la mano. No con rabia. Con respeto. Pero también con distancia. Sveinn entró en la sala de reuniones con el abrigo aún puesto. Afuera, el viento del norte seguía azotando los cristales. Se sacudió la nieve de los hombros, dejó el móvil sobre la mesa y se sentó frente a mí. El café ya estaba servido, humeante, como cada domingo tras partido. —Bueno, esto ya está —dijo, sin levantar la vista—. Próxima parada: ÍA. Cinco partidos. Cinco victorias. Samherjar (3-0), Hviti Riddarinn (5-4), KFA (4-1), Vestri (2-1), y Valur (5-0). Los primeros cuatro, rivales de menor entidad. El último, un gigante dormido. Pero todos con algo en común: el equipo respondió. Y lo hizo con carácter. —Mejor de lo esperado —añadió Sveinn, cruzando los brazos. —¿De verdad lo crees? —Sí. Ingimar ha explotado como ‘9’. No es solo que marque, es cómo se mueve, cómo arrastra defensas. Kristófer sigue siendo nuestro metrónomo. Y Sigfús ha vuelto con otra cara. Más físico, más lectura. Nos da aire en el medio. Asentí. El regreso de Sigfús Gunnarson había sido una de las pocas certezas del invierno. Su cesión le había curtido. Ya no era el chico tímido que se escondía entre líneas. Ahora pedía el balón, rompía líneas, y corregía errores ajenos. Pero no todo eran luces. —La banda derecha sigue siendo un dolor de cabeza —dije. Sveinn asintió, con gesto serio. —Mover a Víðarsson fue necesario. Marinó estaba siendo un coladero. Pero ahora tenemos un agujero en el centro. Biering no está listo. Lo sabe él, lo sabemos nosotros. —¿Y qué hacemos? —No lo sé. Víðarsson da solidez en el lateral, pero nos deja cojos por dentro. Biering tiene buena salida, pero no gana duelos. Y cuando nos atacan por dentro, sufrimos. Lo sabíamos. Atacar era divertido. Pero no podíamos ser vulnerables. El sistema 4-2-3-1 nos daba fluidez arriba, pero dejaba huecos atrás. Los laterales se iban demasiado, y los mediocentros no siempre cerraban bien. Ahora, además, el eje defensivo estaba desequilibrado. —¿Y el mercado? Sveinn negó con la cabeza. —¿Qué mercado? Solo fichamos nacidos en Akureyri. Y no hay centrales disponibles. Ni laterales. Ni nada. Lo que hay está en nuestra cantera... o en casa. Silencio. Solo el sonido del viento afuera. —¿Y si probamos con tres centrales? —¿Con qué tercer central? —replicó, sin pensarlo. Tenía razón. No había plantilla para eso. No aún. La pretemporada ilusionaba. Pero también avisaba. El equipo tenía gol, tenía energía, tenía hambre. Pero también tenía grietas. Y el calendario oficial no perdonaría. —ÍA nos va a exigir. Mucho más que Valur —dije. —Lo sé. Pero si salimos con esta actitud, podemos competir. Y eso ya es algo. Nos quedamos en silencio. El café se enfriaba. Afuera, la nieve seguía cayendo. Dentro, el fútbol empezaba a arder.
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