El Bautismo de Fuego en EzeizaEl aterrizaje del vuelo AZ680 de Alitalia en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza no fue el recibimiento tranquilo que Giacomo Arzani da Silva había imaginado. Apenas bajó del avión, el aire húmedo y cálido de Buenos Aires lo golpeó, y con él, la cruda realidad del fútbol argentino. Antes de que pudiera siquiera pensar en llegar a Parque Patricios, Quinto Cornaggia, con el rostro tenso, lo interceptó en la sala VIP. Giacomo, la directiva está bajo un fuego infernal —dijo Quinto, sin preámbulos, mientras lo guiaba hacia una sala atestada—. La prensa quiere explicaciones. Han organizado una rueda improvisada aquí, ahora. No hay tiempo para prepararte, solo sé tú mismo. El corazón de Giacomo se aceleró. "Barro, no alfombra roja", había dicho Quinto. Pues esto era más que barro; era una emboscada. Al entrar en la sala, el flash de las cámaras lo cegó por un instante, y una cacofonía de voces, micrófonos y grabadoras se abalanzó sobre él. El rostro serio del presidente Garzón, visiblemente incómodo a su lado, le confirmó la magnitud de la situación. Un periodista de un diario deportivo importante lanzó la primera estocada: — Arzani, bienvenido a la Argentina. Con todo respeto, pero, ¿cómo explica su llegada a un club histórico como Huracán sin ninguna experiencia previa en la máxima categoría? ¿Es cierto lo que se comenta en los pasillos, que su nombramiento obedece a 'favores' de su agente a la directiva? Giacomo respiró hondo, la vergüenza inicial mezclándose con una rabia fría. Se aferró a la mesa, buscando la entereza que había cultivado en Coverciano. — Gracias por la bienvenida. Y por la pregunta directa. Sé que mi currículum como técnico en clubes profesionales es una hoja en blanco. Pero mis credenciales como jugador y mi formación teórica no lo son. Sé lo que es la alta competencia, la presión. En cuanto a los rumores… — hizo una pausa, mirando directamente al periodista— los entiendo. Pero los invito a que, en lugar de especular sobre 'favores personales', me midan en los próximos meses por los resultados en el campo. Por el trabajo que este cuerpo técnico y este plantel van a realizar. Otra voz, más agresiva, se alzó: — Profesor, Huracán se salvó del descenso por muy poco. ¿Usted cree que un equipo que viene de pelear abajo, con un presupuesto limitado y con un técnico sin experiencia, puede terminar en la parte alta de la tabla, como dicen que le ha pedido la directiva? ¿No es eso vender humo a la gente? No, no es vender humo —respondió Giacomo con firmeza, aunque por dentro la duda carcomía—. Es ambición. Es la mentalidad que quiero instalar en este club. Huracán tiene historia, tiene una gran afición, tiene una estructura para crecer. Mi metodología se basa en la organización defensiva, en la disciplina táctica y en construir desde la base. Con trabajo, con inteligencia en el mercado de pases y con el compromiso de todos, vamos a sentar las bases para esa aspiración. Soy consciente de la dificultad, pero no me asustan los desafíos. Una joven reportera, con una cámara en mano, preguntó con tono más conciliador: —Giacomo, usted tiene raíces paraguayas. ¿Qué significa para usted llegar al fútbol sudamericano, justamente al país campeón del mundo? La pregunta le dio un respiro. — Significa mucho. Una conexión profunda. Mi padre es paraguayo, y el fútbol sudamericano es pasión pura. No puedo pedir un escenario más grande para comenzar mi carrera. Es una responsabilidad enorme, pero también un honor inmenso. Y sí, la Argentina, con su historia, con su último Mundial… es el mayor desafío posible, y por eso estoy aquí. Para probarme a mí mismo. Las preguntas continuaron, mordaces y persistentes, sobre su conocimiento del fútbol argentino, sobre los refuerzos, sobre su estilo de juego. Giacomo se mantuvo en pie, respondió con entereza, con la seriedad y la aparente convicción de quien sabe dónde está parado. Se esforzó por proyectar la imagen del líder que Huracán necesitaba. Finalmente, Garzón, con un gesto brusco, dio por terminada la rueda de prensa. Giacomo salió de la sala, las luces todavía danzando en sus ojos, el eco de las preguntas taladrándole la cabeza. Por fuera, había sorteado el temporal; por dentro, la aparente solidez se resquebrajaba. La idea de llegar al club esa tarde, de repente, se sintió como tragar una bolsa de cemento. La magnitud de la tarea, la furia contenida de la prensa, la expectación de los hinchas… todo se le venía encima. La soledad del mánager, incluso rodeado de una multitud, ya se hacía presente. El barro de las ligas bajas que Quinto había mencionado, en Argentina, se sentía como arena movediza en la Primera División.
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