Hace muchos años que juego Football Manager, y para mí siempre fue más que un juego. Es una especie de ritual, una costumbre que mezcla paciencia, estrategia y emoción. Uno no solo dirige un club: arma historias, se encariña con jugadores que inventa el propio juego, sufre eliminaciones absurdas y celebra títulos como si fueran reales. Por eso, cada nueva versión siempre la espero con ganas, pero también con cierto miedo. Con el Football Manager 2026 me pasa algo raro. Por un lado, el salto técnico es innegable. El nuevo motor gráfico —el tan anunciado cambio a Unity— le da otra vida a los partidos. Se ven mejor, los movimientos son más naturales, y por momentos el fútbol parece más “vivo” que nunca. Pero al mismo tiempo, siento que algo de la esencia del juego se diluyó, y que en el intento de modernizarse se perdió parte del vínculo que muchos tenemos con la saga. La nueva interfaz, por ejemplo, me dejó una sensación ambigua. Es más moderna, más limpia, pero también más fría. Cuesta encontrar cosas que antes estaban donde uno las esperaba. Es como si me hubieran cambiado de oficina sin avisar: la mesa está más ordenada, pero no encuentro mis papeles. Football Manager siempre tuvo esa lógica interna que te hacía sentir “en casa”, aunque fuera compleja. Ahora parece un lugar nuevo, prolijo, pero un poco ajeno. Y eso no es un detalle menor. Porque en este tipo de juegos el vínculo emocional pesa tanto como las novedades técnicas. Uno no juega FM por los gráficos, sino por la continuidad: esa sensación de que, aunque cambien los jugadores o los torneos, uno sigue siendo el mismo DT que empezó hace mas de veinte años. Romper con esa continuidad genera una especie de distancia, un extrañamiento que te saca del clima. Siento que el estudio quiso dar un salto fuerte, necesario quizás, pero sin medir bien lo que significaba para la comunidad. Innovar está perfecto, pero hay una línea muy fina entre mejorar y cambiar por cambiar. A veces se confunde evolución con ruptura. Y cuando una marca, o un juego, se construye sobre una historia tan larga, cualquier cambio que no respete esa historia se siente como una pérdida. No me molesta que el motor de los partidos evolucione —eso siempre suma—, pero la interfaz, los menús, las rutinas, eran parte de la identidad del juego. Formaban parte de su lenguaje, de su memoria. En el fondo, uno no abría Football Manager para ver algo nuevo, sino para volver a un lugar familiar y seguir escribiendo la historia que había empezado. Hoy, con la versión 2026, el desafío es justamente ese: cómo seguir innovando sin perder el alma. Porque si el cambio técnico termina alejando a los que lo jugaron toda la vida, el riesgo es grande. Football Manager no se sostiene solo por sus sistemas o algoritmos, sino por la relación emocional que cada jugador construyó con él. Lo mismo, por el momento, lo sigo jugando. Pero cada vez se siente más como si fuera el último día. Estoy a un paso de pedir el reembolso. Algo parecido me pasó con la serie Civilization y también con PES: juegos que amé durante años y que, con el tiempo, se fueron alejando de lo que eran hasta que dejé de jugarlos. Terminé volviendo a las versiones viejas, y después, simplemente, los olvidé. No me gustaría que Football Manager siguiera ese mismo camino. Tengo la amarga sensación de que mi querido FM perdió el sentido de lo que era, donde la gracia de cada versión nueva estaba en esas pequeñas adiciones que valían oro, detalles que fortalecían esa dependencia casi personal que uno tenía con el juego. Hoy, en cambio, parece que en el intento de reinventarse, se olvidó de su mayor logro: hacernos sentir que cada nueva temporada era una continuación de nuestra propia historia.
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