La Jornada NegraEl aire en St James Park estaba cortado, más denso que nunca. No era la expectación habitual, sino una mezcla palpable de temor y resignación. Era el partido del "todo o nada" contra el Charlton, y el Exeter City de Alasdair Guarani Campbell se jugaba la permanencia. La derrota anterior, la desilusión de Brisbane Road, flotaba en el ambiente como un fantasma. Desde el primer minuto, Alasdair vio el reflejo de sus esfuerzos en el campo. El Exeter jugó mejor, con una fluidez que recordaba esos prometedores diez minutos ante el Leyton Orient. Crearon más oportunidades claras, la posesión era suya, y el Charlton, pese a su posición en la tabla, se veía por momentos superado. Pero el fútbol, como la vida, a veces es amargura. La debilidad anímica de los jugadores, esa falta de temperamento que Alasdair tanto señalaba, saboteó cada intento. Pases que buscaban el gol se volvían imprecisos en el último toque, remates que debían ser certeros acababan desviados, y la desidia ante las órdenes desde el banquillo se hizo evidente en momentos cruciales. Y entonces, el gol del Charlton. Un golpe seco, sin avisar, que se sintió como una puñalada en el corazón de la afición. El segundo tanto fue la estocada final. El pitido que marcó el final del partido se ahogó en el silencio atónito de St James Park. El Exeter City, ante su público, descendía. La "nada" había llegado. Alasdair se quedó unos segundos inmóvil en el banquillo, el rostro una máscara de frustración y derrota. Lentamente, se levantó y cruzó el campo con la mirada fija en el túnel. No hubo gritos, ni reproches. Solo un vacío abrumador. El Cónclave Post-DescensoAfuera del estadio, en la tenue luz del crepúsculo, Alasdair se encontró con el presidente del club. El mismo se acercó a Alasdair con una palmada en la espalda que, aunque intentaba ser reconfortante, se sintió pesada. "Alasdair", comenzó el presidente, su voz suave pero firme, "esto es una mierda, no hay otra forma de decirlo. Pero quiero que sepas algo". Hizo una pausa, mirando a los ojos a su entrenador. "Esto no es tu culpa. Llegaste con una misión imposible, con el agua al cuello. No había forma de enderezar este barco en tan poco tiempo, con esta inercia. Tienes mi total y absoluta confianza para la próxima temporada. Vamos a reconstruir, y vamos a volver a poner al Exeter en la League One. Cuentas con todo mi apoyo". Alasdair asintió, apreciando el gesto, pero la rabia contenida le exigía acciones, no solo palabras. Sacó de su bolsillo una hoja de papel, doblada y arrugada, producto de noches sin dormir. "Aprecio la confianza, presidente. De verdad. Pero necesito acciones. Necesito que se haga lo que hay que hacer. Para reconstruir, hay que demoler lo que no funciona", dijo, extendiendo la lista. "Estos jugadores... no deben seguir en el equipo. Más de diez nombres. Han demostrado que no tienen la mentalidad, el temperamento, la sangre que necesitamos para este proyecto". El presidente tomó la lista con una ceja arqueada, sus ojos recorriendo los nombres. Su sorpresa era evidente, pero no hubo objeción. La mirada decidida de Alasdair no dejaba lugar a dudas. "Tus pedidos serán órdenes, Alasdair. Absolutas órdenes. Empezaremos a trabajar en esto mañana mismo". Un paso bielorruso de esperanzaA pesar de la negrura de la jornada, un rayo de luz había aparecido. Un rayo llamado Nechaev. El lateral derecho bielorruso, la primera contratación de Alasdair, fruto de su intenso seguimiento, había debutado en el partido fatídico. Llegó como jugador libre, sin ritmo de competencia, pero su rendimiento había sido una promesa en medio del desastre. Nechaev, a pesar de la falta de estado físico, se había desenvuelto con notable soltura. Sus desbordes por la banda derecha habían sido constantes, aportando una ofensiva que el Exeter rara vez mostraba. Su puntuación de 6.9, en un equipo que se hundía, era una prueba de su temple. Había corrido, luchado cada balón, y aunque el resultado fue adverso, su debut dejó claro lo que Alasdair exigiría de ahora en adelante: sangre, sudor y lágrimas. Nechaev era el primer ladrillo de una nueva era, un signo de que, incluso en el fondo del mar, se podía empezar a nadar hacia la superficie.