Abel Ferreira llega a los estudios de Corriere dello Sport con varios minutos de antelación. Bajo el brazo trae una libreta gastada, de esas que delatan a los entrenadores meticulosos, y antes incluso de sentarse se detiene a saludar, uno por uno, a los miembros de la redacción. Lo hace en italiano, con un acento aún incipiente pero decidido. Todavía no ha sido presentado oficialmente y ya se esfuerza por hablar el idioma. El gesto, aparentemente menor, define bien al personaje: preparación, respeto y una clara voluntad de integración. El primer mensaje de la entrevista es directo, casi desafiante. «Cuando llegué a Palmeiras la gente me cuestionaba porque nunca había ganado un título. Ahora me cuestionarán por no tener experiencia reciente en Europa», explica con serenidad. Y enseguida aporta datos para sostener su argumento: «La realidad es que nunca me han destituido, que el PAOK pagó al Sporting de Braga, que Palmeiras pagó al PAOK y que ahora el Atalanta ha pagado al Palmeiras para que yo esté aquí». No hay arrogancia en su tono, pero sí una convicción firme: su carrera no ha sido fruto del azar, sino de decisiones coherentes y resultados. Ferreira habla con la misma naturalidad de éxitos que de riesgos. No esquiva el recuerdo de su salida hacia Brasil, quizá el movimiento más controvertido de su trayectoria. «Todo el mundo me decía que no aceptara. Algunos lo interpretaban como un paso atrás; incluso mi familia no quería que fuera», confiesa. «Pero lo hice». La frase cae con fuerza, sin necesidad de adornos. Aquel salto al vacío terminó marcando su carrera. Hoy, sin embargo, la situación es distinta: «Ahora la familia está encantada con venir a Bérgamo y eso ha sido muy importante para tomar esta decisión». La estabilidad personal, deja claro, también juega. Los números respaldan su paso por Palmeiras: dos Copas Libertadores y dos Brasileiraos, un palmarés que lo convirtió en el técnico más laureado de la historia del club. Aun así, Ferreira huye de cualquier tentación de protagonismo excesivo. «No son mis Libertadores», puntualiza. «Son de un grupo de jugadores que, gracias a su trabajo, su disciplina y su fe, podrían haber ganado esos títulos incluso sin entrenador». Es una declaración que revela tanto humildad como una concepción colectiva del fútbol, en la que el entrenador guía pero no eclipsa. Conoce, eso sí, las diferencias entre continentes. «Europa no es Brasil», admite, antes de desmontar uno de los prejuicios más habituales: «Aquí existe la idea de que en Brasil no hay presión, que los medios no aprietan, que la afición es mansa… y no es verdad». Ferreira eleva el tono cuando defiende el nivel competitivo del fútbol sudamericano: «Palmeiras o Flamengo clasificarían para la Champions League en las mejores ligas de Europa. La gran diferencia está en la profundidad de plantilla y, por tanto, en la cantidad de equipos capaces de ganar a cualquiera cada fin de semana». Sus ojos se iluminan cuando aparece el nombre de Gian Piero Gasperini. «Lo que ha hecho Gasperini en el Atalanta es una maravilla», afirma sin rodeos. «En cierto modo, puede ser similar a lo que yo construí en Palmeiras». Pero enseguida marca distancias: «Nadie puede esperar que yo haga lo mismo. Mi punto de partida es distinto. El Atalanta ya ocupa un lugar entre los grandes de Italia; mis objetivos deben ser otros». La comparación no le incomoda, aunque sí aclara su identidad futbolística: «Su estilo y el mío son agua y aceite. Y eso es lo bonito del fútbol: hay mil formas de ganar. No tengo nada que ver con él, pero eso no significa prender fuego a todo o rechazar su legado». Ferreira tampoco se esconde cuando se le etiqueta como entrenador defensivo. «Es mi principal objetivo cuando mi equipo salta al campo: no encajar», afirma con honestidad. «Especialmente cuando llegas a un club nuevo, la prioridad es construir desde atrás». Luego lanza la pregunta retórica: «¿Eso me convierte en un técnico defensivo? Yo me considero un técnico ganador». En su análisis hay también una reflexión cultural: «En Brasil, jugar con las líneas juntas y con un equipo ordenado se considera defensivo porque no reina la anarquía característica del fútbol brasileño». Entre sus virtudes, destaca una que considera clave para su nueva etapa. «Creo que mi faceta como entrenador formador encaja perfectamente con el espíritu del Atalanta de las últimas temporadas», señala. Y pone nombres propios sobre la mesa: «Jugadores como Scalvini, Bernasconi o Maldini serán importantes para el club». No es una promesa vacía, sino una declaración de intenciones. Cuando se le pregunta por los objetivos de la temporada, Ferreira evita grandes titulares. «Ser cada día un poquito mejores que el anterior», resume. «Suena a tópico, parece sencillo, incluso parece una evolución natural, pero es un objetivo muy complicado. Solo así seremos capaces de ganar partidos, sumar puntos y pelear por títulos». La entrevista se cierra con un mensaje directo a la afición. «El ciclo Gasperini ya pasó. Ya no somos un club en crecimiento», afirma. «Ahora nos toca reafirmarnos y asentarnos como un club importante en Italia y en Europa». Ferreira se levanta, recoge su libreta y se despide en italiano. Otra vez el gesto, pequeño pero revelador, que explica mucho más de lo que dicen las palabras.
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