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Respuestas destacadas

Pq Peru y Venezuela merecen mas? No lo entiendo.

@hellacopter Estuve el viernes y el sábado en el En Vivo, muy buen cartel y los conciertos cojonudos. ¿Te pasaste por Kobetamendi?

No... no subí. Miré el cartel y a mi personalmente no me llamaba.

No soy de macros, tiene que haber algo que me apetezca mucho para ir. Me gustan los bolos en pequeñas o medianas salas, tipo Antzoki, Bilborock, Azkena o así, donde tienes a los músicos muy cerca. Y bolos de 2 o 3 bandas. Los macros son tan largos que para cuando toca la banda cabeza de cartel estoy ya que no puedo ni con mi alma (viejuno). :biggreen

Un saludo!

Yo la veo muy fea esta doble fecha de las eliminatorias......

VAMOS KAKÁ

Uruguay uruguay!!!! (le ganamos en basquet a Brasil)

Sin rencores @gubasi :mrgr:

@hellacopter Estuve el viernes y el sábado en el En Vivo, muy buen cartel y los conciertos cojonudos. ¿Te pasaste por Kobetamendi?

No... no subí. Miré el cartel y a mi personalmente no me llamaba.

No soy de macros, tiene que haber algo que me apetezca mucho para ir. Me gustan los bolos en pequeñas o medianas salas, tipo Antzoki, Bilborock, Azkena o así, donde tienes a los músicos muy cerca. Y bolos de 2 o 3 bandas. Los macros son tan largos que para cuando toca la banda cabeza de cartel estoy ya que no puedo ni con mi alma (viejuno). :biggreen

Yo sí he disfrutado mucho de varios festivales como el Kobetasonic, En Vivo o el Bilbao Live (cuando traían grupos decentes), quizás tenga algo más de entergía que tú :biggreen Aunque es cierto que las sensaciones son diferentes respecto a un concierto en salas de tamaño más reducido, creo que hay actuaciones como las de Rammstein que requieren escenarios de ese tamaño.

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Hablando de música, os dejo una historia que quizás no conozcáis. Habla de un hombre llamado Jesús (Sixto) Rodríguez y de cómo fue su historia en el mundo de la música, historia que ha sido llevada a la gran pantalla con el documental "Searching for Sugar Man". Os recomiendo encarecidamente leerla mientras escucháis

“Porque he perdido mi trabajo dos semanas antes de Navidad…” así empieza la canción que compuso el protagonista de esta historia magistralmente llevada al cine en la película “Searchig for Sugar Man”. Si vas a ver la película, espera a leer esta entrada cuando la hayas visto. Si no vas a ir a verla o no crees que vayas a hacerlo, sigue leyendo. Con esas duras palabras empezaba la última canción que el protagonista de esta historia compuso para la discográfica para la que trabajaba. Paradojas de la vida, la discográfica le despidió poco después, dos semanas antes de Navidad. Su historia es una de esas miles de historias anónimas de sueños rotos que viven a nuestro alrededor y que no vemos porque hemos perdido la capacidad de interesarnos por los demás, de querer conocer al otro, de querer vivir la vida… Su nombre es Jesús Rodríguez; Sixto Rodríguez le llamaban en su familia porque era el sexto hijo; Rodríguez es el nombre artístico que eligió siguiendo la senda de la humildad y la sencillez con la que vivió desde que era un niño. Hijo de inmigrantes mejicanos llegados a los EEUU, tuvo que empezar a trabajar desde muy joven para ayudar a su familia. Lo hizo en lo que tenía más a mano: la construcción. A lo largo de su vida conoció la dureza de todos los oficios de la construcción. La música era un espacio común en su familia. Todos cantaban o tocaban algún instrumento. Él descubrió la guitarra cuando cumplió los dieciséis. Nadie le enseñó a tocarla. Nunca le hizo falta. No tardó en empezar a simultanear su trabajo de albañil con conciertos nocturnos en bares y clubes de los suburbios de Detroit, esos suburbios fríos y duros en los que la vida o la felicidad parecen haber pasado de largo. Eran los años sesenta, los años en los que los jóvenes querían cambiar el mundo. El movimiento Hippie y la guerra de Vietnam, eran las imágenes de aquella película; Elvis y los Beatles su banda sonora. Rodríguez era un poeta, un soñador, un ser libre e independiente que cantaba lo que veía, lo que sufría, era un trovador de la calle. El azar, conocido por muchos como destino, quiso que dos productores fuesen a oírle tocar una noche. El impacto fue brutal. La música de Rodríguez, la desgarrada y profunda letra de sus canciones, hacían de él un músico formidable. Bob Dylan, que entonces empezaba a dar sus primeros pasos, era absolutamente light comparado con él. No dudaron en ofrecerle un contrato para grabar su primer disco. Las expectativas creadas eran enormes. Rodríguez estaba llamado a convertirse en un icono mundial de la música, en un ídolo de su generación. La realidad fue muy distinta. Solo vendió un puñado de discos. Puede que llamarse Rodríguez contribuyese a ello ya que en aquellos años la sociedad norteamericana despreciaba todo lo que fuese o sonase a latino. El rotundo fracaso no pudo con él y un par de años después grabó su segundo disco. El fracaso todavía fue mayor. Nadie lo compró. Faltaban dos semanas para la Navidad y la discográfica le despidió. La letra de su canción no había sido más que una triste premonición de lo que le esperaba en la vida. Pero él tampoco se desanimó. Siguió trabajando en la construcción con el mismo ahínco y dignidad con la que lo había hecho hasta entonces y siguió tocando la guitarra en su casa por las noches. Lo hacía para los suyos, solo para los suyos. Así pasaron los siguientes cuarenta años.

El destino, mal llamado azar por muchos, quiso que a principios de los setenta una joven norteamericana se enamorase de un joven sudafricano y se fuese a vivir a Sudáfrica. Su ajuar doméstico era escaso, pero en su maleta no faltó una de las escasas copias vendidas del primer disco de Rodríguez. Era la Sudáfrica del apartheid, de la segregación racial, de la necesidad de rebelarse contra la injusticia que sentían muchos jóvenes blancos sudafricanos. El disco empezó a correr de casa en casa y de barrio en barrio. Aquellas canciones hablaban de lo que los jóvenes sudafricanos sentían, hablaban de sueños, de libertad, de ganas de vivir… Toda rebelión necesita un himno y las canciones de Rodríguez no tardaron en convertirse en el himno de todos los que luchaban por la justicia y la libertad en Sudáfrica. Las discográficas sudafricanas compraron los derechos de aquel cantante norteamericano del que solo conocían el nombre y vendieron millones de discos. Rodríguez fue para aquella generación de sudafricanos más popular que Elvis, los Beatles o los Rollings. Todo el mundo conocía las canciones de Rodríguez, cantaba sus letras y se sentía absolutamente identificado con lo que significaban. Sin embargo, el misterio en torno a la figura de Rodríguez era total. Nadie sabía quién era, qué hacía o dónde cantaba aquel ídolo de masas que todos los sudafricanos querían ver. No tardó en conocerse la noticia de su trágica muerte. Corrió como la pólvora: se había suicidado. Unos decían que se había pegado un tiro en el escenario durante un concierto, otros que sabían de buena tinta que se había quemado vivo delante de su público, otros que habían podido comprobar sin lugar a dudas que, como tantos, había muerto de una sobredosis… Lo cierto es que mientras en Sudáfrica millones de personas cantaban y veneraban las canciones del icono del rock que para ellos era el enigmático Rodríguez, en los suburbios de Detroit el auténtico Rodríguez seguía trabajando en un andamio durante el día y tocando la guitarra en su casa por las noches. Las discográficas sudafricanas enviaban los royalties a las norteamericanas. Jamás dejaron de pagarlos. Fueron millones de dólares los que pagaron por aquellas canciones. Rodríguez nunca recibió un duro. Nunca supo que era un mito en Sudáfrica, un ídolo de masas.

De hecho la figura del propio Rodríguez, un hombre reservado que detesta hablar de sí mismo, era absolutamente desconocida incluso para sus compañeros de trabajo en Detroit. Le querían, era un buen compañero que defendía el trabajo como algo que dignificaba al ser humano, siempre estaba dispuesto a echar una mano, a ayudar a quien lo necesitase, pero por no saber, no sabían ni dónde vivía. Muchos pensaban que era un sin techo, un vagabundo soñador que tenía una mirada mística y poética de la vida al que le gustaba tocar la guitarra, pero al que nunca habían escuchado tocarla. Mientras Rodríguez seguía viviendo su anónima vida en la blanca y helada Detroit viviendo en una humilde casa de los suburbios y trabajando a la intemperie de sol a sol para sacar adelante a su familia, sus discos seguían vendiéndose en Sudáfrica por millones consiguiendo que su música pasase de generación en generación. Era un icono del rock que no sabía que lo era.

Dos jóvenes musicólogos sudafricanos quisieron saber más acerca de su ídolo. Necesitaban saber qué había sido de él, cómo había muerto, cuánto había de verdad y de mentira en la historia de su suicidio. Pero la búsqueda era tremendamente difícil. La única pista a seguir era la de las discográficas. Tras meses de duro trabajo y pesquisas, consiguieron saber quién recibía el dinero de los royalties en Estados Unidos. Y allí fueron. Se encontraron con una puerta cerrada. La discográfica norteamericana había quebrado hacía años y su editor aseguraba no conocer nada de aquella historia, y menos del dinero que habían estado enviando durante años desde Sudáfrica.

Los dos investigadores no se amilanaron y, espoleados por el amor a su ídolo y por la curiosidad y la necesidad de saber, se dedicaron a analizar las letras de las canciones de Rodríguez en busca de pistas. Parecía no haber referencias a lugares concretos, todas las historias eran universales y podían haber pasado en cualquier lugar. Hasta que una de ellas les dio una pista que seguir. Eran finales de los noventa y la tecnología hizo posible el milagro. A través de internet contactaron con una persona que decía conocer a Rodríguez. Era una de sus hijas. La alegría de los jóvenes sudafricanos fue inmensa. Al fin, después de tantos años de búsqueda, habían encontrado a alguien que les podía contar cómo había muerto Rodríguez. Su sorpresa y su alegría fueron todavía mayores cuando la hija les confirmó que su padre no había muerto sino que seguía vivo y trabajando. No se lo podían creer. Pidieron hablar con él pero no era posible porque Rodríguez vivía sin teléfono ni ordenador en un aislamiento casi absoluto. Solo sus hijas y sus compañeros de trabajo tenían contacto con él. Al día siguiente los investigadores sudafricanos recibieron una llamada desde Detroit. Era Rodríguez.

Así es como él se enteró de que había sido y seguía siendo un ídolo en Sudáfrica, de que había vendido y seguía vendiendo millones de discos durante los cuarenta años que hacía que no había vuelto a tocar en público o a grabar un disco. Los investigadores no podían creérselo. Dudaban de que en realidad aquel hombre que les hablaba desde Detroit fuera el Rodríguez que había compuesto e interpretado la banda sonora de sus vidas. Le invitaron a visitar Sudáfrica. Organizaron una serie de cuatro conciertos. Rodríguez fue con sus hijas. Al bajar del avión en Ciudad del Cabo vieron unas cuantas limusinas en la pista. Pensaron que debían ser para alguien importante. No les cabía en la cabeza que pudiesen ser para ellos. Las habitaciones del hotel donde les hospedaron eran más grandes que su casa en Detroit. Rodríguez, acostumbrado a dormir en un pequeño catre durmió en el sofá en lugar de en la enorme cama que tenía en la habitación. Había venido con su guitarra pero sin músicos, nunca los había tenido. Varios de los músicos sudafricanos que habían crecido con su música le acompañaron. En cuanto empezaron a ensayar se dieron cuenta de que estaban frente al gran Rodríguez al que tanto habían idolatrado. No tuvieron ninguna duda. Llegó el día del concierto. Rodríguez y sus hijas pensaban que actuaría frente a 20 o 30 nostálgicos. El pabellón, sin embargo, estaba lleno. Más de cinco mil sudafricanos de todas las edades le recibieron con un aplauso que duró diez minutos. Cuando empezó a cantar todos cantaron con él. Jóvenes y viejos sabían las letras de todas sus canciones de memoria. Llenó los cuatro conciertos. Fue una experiencia inolvidable llena de amor y de belleza. Aquel humilde y sencillo albañil de Detroit se dio cuenta de que estaba frente a miles de personas para las que había sido y era su ídolo. A aquella serie de conciertos le siguieron varias más con el mismo éxito que en la primera. A pesar de que le invitaron a quedarse a vivir en Sudáfrica, donde una de sus hijas se quedó por amor al haberse casado con uno de los guardaespaldas que les acompañaron en su primer viaje, Rodríguez nunca renunció a vivir en su pequeña y destartalada casa de los suburbios de Detroit. Siguió trabajando en la obra, poniendo ladrillos, y donó la mayor parte del dinero de aquellos conciertos a fines benéficos. Años después Malik Bendjelloul, un joven director de cine sueco que solo había hecho documentales para la televisión hasta entonces, conoció esta historia y decidió llevarla al cine. No encontró ningún apoyo para hacerlo pero, con el mismo ímpetu y la misma ilusión que pusieron los investigadores en su búsqueda, él rodó la película con su teléfono móvil y la montó. Tardó cinco años en encontrar productores que le ayudasen a distribuirla. Muchos a los que les habló de su proyecto le dijeron que la historia no merecía la pena, que no había tema para una película. Pero él no se desanimó. Luchó por convertir su sueño en realidad y grabó “Searching for Sugarman”. La película ha sido galardonada en Festivales como Sundance o Tribeka y ha ganado el Bafta y el Oscar al mejor documental de este año.

Sus palabras reflejan perfectamente lo que esta película representa para él y las dificultades a las que tuvo que enfrentarse para llevarla a cabo: “En 2006, después de cinco años realizando documentales en Suecia, me pasé seis meses viajando por África y Sudamérica buscando buenas historias. En Ciudad del Cabo me encontré con Stephen “Sugar” Sergeman (uno de los dos investigadores) y él me habló sobre Rodríguez. Me quedé totalmente atónito, no había escuchado una historia mejor en mi vida. Esto fue hace cinco años y he estado trabajando en esta película prácticamente todos los días desde entonces… Nunca había oído nada de Rodríguez antes de que Stephen Sergeman me hablara de él por primera vez. Me quedé tan enamorado de su historia que casi me daba miedo escuchar su música, pensaba que había muy pocas posibilidades de que fuera tan buena como la historia, que me desilusionaría y perdería el impulso. Empecé a escuchar su música cuando regresé a Europa y literalmente no podía creer lo que escuchaba. Pensé que mis sentimientos acerca de la historia podían haber influido en mi opinión y necesitaba que otra gente la escuchara para ver si estaban de acuerdo. Sus reacciones me convencieron, realmente eran unas canciones del nivel de las mejores de Dylan o incluso de las de los Beatles… Lo más duro fue encontrar a la gente adecuada que creyera en el proyecto. En mi opinión era evidente que la historia era buena, si la hubiese inventado un guionista habría parecido demasiado increíble para tener sentido. Pensaba que el hecho de que esto hubiera pasado y la forma en que había pasado bastarían para encontrar inversores. Finalmente la historia atraía a todo el mundo menos a los inversores. Quizá fuera porque era mi primera película como director. Aún tengo en la bandeja de entrada el email de un conocido productor de cine a quien le envié la película cuando estaba preparada al 90%. Me dijo que no veía un largometraje en el material, que como mucho podía servir para un documental televisivo de media hora y que por tanto no podía financiarme. Me quedé hecho polvo, pensé que sin ese dinero estaba perdido y que tendría que abandonar la película. Llevaba tres años sin cobrar un sueldo y necesitaba encontrar un trabajo adecuado en lugar de continuar. Al mismo tiempo sentía que sería un desperdicio no completar la película. Aún me faltaba encontrar la forma de pagar a un encargado del montaje online, a un compositor para la música y a un animador para las ilustraciones. Eran unos elementos caros necesarios para acabar la película y sabía que no podía pagarlos.

Así que decidí ver qué podía hacer por mi cuenta. Empecé a dibujar la animación yo mismo. Me pasé un mes sentado en la mesa de mi cocina dibujando con tiza. No había dibujado en mi vida, pero pensé que mis esfuerzos servirían al menos como bosquejos y reduciría el trabajo de un animador real más tarde. Luego intenté lo mismo con la música. Usé un software midi de 400 euros y compuse una música ficticia para la música original. Y monté la película tan bien como pude en Final Cut. Y entonces mi suerte cambió. Me puse en contacto con los productores Simon Chinn y John Battsek, ganadores del Oscar por “Man on wire”, y les mostré en lo que había estado trabajando. Les encantó la película. Me ayudaron muchísimo y tenían un montón de ideas creativas. Cuando les pregunté quién debía completar el montaje, la animación y la música, me sorprendieron diciéndome que todo eso ya estaba en la película. De repente, sin que yo supiera cómo había ocurrido, la película estaba acabada. Por fin estaba hecha.

Cuando me embarqué en el proyecto asumí que sería un documental de media hora para televisión, pero me enamoré totalmente de la historia y no podía dejar de trabajar en ella. Tras los primeros seis meses tenía hecho el 80% de la película. Los últimos tres años los he pasado completando el último 20% restante. La participación de Simon Chinn y John Battsek equivale a un año extra de aportación a la película. Es difícil para un director primerizo convencer a la gente adecuada sobre el poder de su historia. La primera vez que llamé a Simon solo llegué hasta la recepcionista. Le pedí que me diera tres minutos al teléfono con Simon y le prometí que le iba a contar una historia que era tan buena como la de Man On Wire… con esta película he aprendido que si creas cualquier cosa, sea un cuadro, una película, un guión, está allí para siempre y no sabes lo que va a pasar. Quizá en algún momento o en algún lugar a alguien le parezca maravilloso”

La historia de “Searching for Sugar man” es de las que te hacen recobrar la esperanza en el ser humano. Son tantos los valores que encierra: la humildad y sencillez con la que vive Rodríguez; su visión espiritual y poética de la vida; su grandeza al compartir entre los más necesitados los resultados de su éxito; el control de sí mismo para no permitir que un éxito como ese se le subiese a la cabeza; la mezquindad de las discográficas que le robaron millones durante años; el tesón de dos fans que les lleva a buscar a su ídolo durante años venciendo todas las dificultades; el amor de un público, el sudafricano, por la música que ha sido la banda sonora de su vida; la fuerza con la que Malik Bendjelloul persigue su sueño hasta hacer que la película sea una realidad; la supina estupidez de la mayor parte de los productores incapaces de reconocer una historia tan maravillosa como ésta; la valentía de dos productores al llevar adelante el proyecto de un director novel y totalmente desconocido… Gracias a esta película, a este sueño, la figura de Rodríguez es hoy conocida en todo el mundo. Ahora no para de dar conciertos en Estados Unidos, Europa, África, Asia, y sus discos se venden por millones. Se ha hecho justicia. La ha hecho la ilusión y el amor de personas capaces de perseguir sus sueños cueste lo que cueste, de no rendirse y decir no puedo más, de no apartarse del camino por mucho que les empujen a hacerlo… Este mundo necesita soñadores como estos, personas capaces de sacrificarse y de luchar por convertir sus sueños en realidad. Así que no te desanimes, busca tu sueño, persíguelo y lucha por él con todas tus fuerzas. Solo tú puedes vencer a tus miedos. No renuncies a lo que llevas dentro. No te dejes vencer. Son, somos, muchos los que te necesitamos.

Uruguay uruguay!!!! (le ganamos en basquet a Brasil)

Sin rencores @gubasi :mrgr:

Recien me entero, creo q es uno de los triunfos mas importantes del basquet en varios años, por mas q brasil tiene bajas, nosotros tambien y ni que hablar de otras diferencias.

Tengo ganas de un futbol 5 xD

Nueva jornada de la penca, pase el que guste.

Pq Peru y Venezuela merecen mas? No lo entiendo.

Así a la ligera porque con menos plantel, en mi opinión, juegan mejor.

No tengo dudas que Uruguay podría estar tercero, cuarto o incluso quinto, pero con un puntaje más alto (está todo muy parejo con Ecuador y Chile).

Hablando de música, os dejo una historia que quizás no conozcáis. Habla de un hombre llamado Jesús (Sixto) Rodríguez y de cómo fue su historia en el mundo de la música, historia que ha sido llevada a la gran pantalla con el documental "Searching for Sugar Man". Os recomiendo encarecidamente leerla mientras escucháis
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“Porque he perdido mi trabajo dos semanas antes de Navidad…” así empieza la canción que compuso el protagonista de esta historia magistralmente llevada al cine en la película “Searchig for Sugar Man”. Si vas a ver la película, espera a leer esta entrada cuando la hayas visto. Si no vas a ir a verla o no crees que vayas a hacerlo, sigue leyendo. Con esas duras palabras empezaba la última canción que el protagonista de esta historia compuso para la discográfica para la que trabajaba. Paradojas de la vida, la discográfica le despidió poco después, dos semanas antes de Navidad. Su historia es una de esas miles de historias anónimas de sueños rotos que viven a nuestro alrededor y que no vemos porque hemos perdido la capacidad de interesarnos por los demás, de querer conocer al otro, de querer vivir la vida… Su nombre es Jesús Rodríguez; Sixto Rodríguez le llamaban en su familia porque era el sexto hijo; Rodríguez es el nombre artístico que eligió siguiendo la senda de la humildad y la sencillez con la que vivió desde que era un niño. Hijo de inmigrantes mejicanos llegados a los EEUU, tuvo que empezar a trabajar desde muy joven para ayudar a su familia. Lo hizo en lo que tenía más a mano: la construcción. A lo largo de su vida conoció la dureza de todos los oficios de la construcción. La música era un espacio común en su familia. Todos cantaban o tocaban algún instrumento. Él descubrió la guitarra cuando cumplió los dieciséis. Nadie le enseñó a tocarla. Nunca le hizo falta. No tardó en empezar a simultanear su trabajo de albañil con conciertos nocturnos en bares y clubes de los suburbios de Detroit, esos suburbios fríos y duros en los que la vida o la felicidad parecen haber pasado de largo. Eran los años sesenta, los años en los que los jóvenes querían cambiar el mundo. El movimiento Hippie y la guerra de Vietnam, eran las imágenes de aquella película; Elvis y los Beatles su banda sonora. Rodríguez era un poeta, un soñador, un ser libre e independiente que cantaba lo que veía, lo que sufría, era un trovador de la calle. El azar, conocido por muchos como destino, quiso que dos productores fuesen a oírle tocar una noche. El impacto fue brutal. La música de Rodríguez, la desgarrada y profunda letra de sus canciones, hacían de él un músico formidable. Bob Dylan, que entonces empezaba a dar sus primeros pasos, era absolutamente light comparado con él. No dudaron en ofrecerle un contrato para grabar su primer disco. Las expectativas creadas eran enormes. Rodríguez estaba llamado a convertirse en un icono mundial de la música, en un ídolo de su generación. La realidad fue muy distinta. Solo vendió un puñado de discos. Puede que llamarse Rodríguez contribuyese a ello ya que en aquellos años la sociedad norteamericana despreciaba todo lo que fuese o sonase a latino. El rotundo fracaso no pudo con él y un par de años después grabó su segundo disco. El fracaso todavía fue mayor. Nadie lo compró. Faltaban dos semanas para la Navidad y la discográfica le despidió. La letra de su canción no había sido más que una triste premonición de lo que le esperaba en la vida. Pero él tampoco se desanimó. Siguió trabajando en la construcción con el mismo ahínco y dignidad con la que lo había hecho hasta entonces y siguió tocando la guitarra en su casa por las noches. Lo hacía para los suyos, solo para los suyos. Así pasaron los siguientes cuarenta años.

El destino, mal llamado azar por muchos, quiso que a principios de los setenta una joven norteamericana se enamorase de un joven sudafricano y se fuese a vivir a Sudáfrica. Su ajuar doméstico era escaso, pero en su maleta no faltó una de las escasas copias vendidas del primer disco de Rodríguez. Era la Sudáfrica del apartheid, de la segregación racial, de la necesidad de rebelarse contra la injusticia que sentían muchos jóvenes blancos sudafricanos. El disco empezó a correr de casa en casa y de barrio en barrio. Aquellas canciones hablaban de lo que los jóvenes sudafricanos sentían, hablaban de sueños, de libertad, de ganas de vivir… Toda rebelión necesita un himno y las canciones de Rodríguez no tardaron en convertirse en el himno de todos los que luchaban por la justicia y la libertad en Sudáfrica. Las discográficas sudafricanas compraron los derechos de aquel cantante norteamericano del que solo conocían el nombre y vendieron millones de discos. Rodríguez fue para aquella generación de sudafricanos más popular que Elvis, los Beatles o los Rollings. Todo el mundo conocía las canciones de Rodríguez, cantaba sus letras y se sentía absolutamente identificado con lo que significaban. Sin embargo, el misterio en torno a la figura de Rodríguez era total. Nadie sabía quién era, qué hacía o dónde cantaba aquel ídolo de masas que todos los sudafricanos querían ver. No tardó en conocerse la noticia de su trágica muerte. Corrió como la pólvora: se había suicidado. Unos decían que se había pegado un tiro en el escenario durante un concierto, otros que sabían de buena tinta que se había quemado vivo delante de su público, otros que habían podido comprobar sin lugar a dudas que, como tantos, había muerto de una sobredosis… Lo cierto es que mientras en Sudáfrica millones de personas cantaban y veneraban las canciones del icono del rock que para ellos era el enigmático Rodríguez, en los suburbios de Detroit el auténtico Rodríguez seguía trabajando en un andamio durante el día y tocando la guitarra en su casa por las noches. Las discográficas sudafricanas enviaban los royalties a las norteamericanas. Jamás dejaron de pagarlos. Fueron millones de dólares los que pagaron por aquellas canciones. Rodríguez nunca recibió un duro. Nunca supo que era un mito en Sudáfrica, un ídolo de masas.

De hecho la figura del propio Rodríguez, un hombre reservado que detesta hablar de sí mismo, era absolutamente desconocida incluso para sus compañeros de trabajo en Detroit. Le querían, era un buen compañero que defendía el trabajo como algo que dignificaba al ser humano, siempre estaba dispuesto a echar una mano, a ayudar a quien lo necesitase, pero por no saber, no sabían ni dónde vivía. Muchos pensaban que era un sin techo, un vagabundo soñador que tenía una mirada mística y poética de la vida al que le gustaba tocar la guitarra, pero al que nunca habían escuchado tocarla. Mientras Rodríguez seguía viviendo su anónima vida en la blanca y helada Detroit viviendo en una humilde casa de los suburbios y trabajando a la intemperie de sol a sol para sacar adelante a su familia, sus discos seguían vendiéndose en Sudáfrica por millones consiguiendo que su música pasase de generación en generación. Era un icono del rock que no sabía que lo era.

Dos jóvenes musicólogos sudafricanos quisieron saber más acerca de su ídolo. Necesitaban saber qué había sido de él, cómo había muerto, cuánto había de verdad y de mentira en la historia de su suicidio. Pero la búsqueda era tremendamente difícil. La única pista a seguir era la de las discográficas. Tras meses de duro trabajo y pesquisas, consiguieron saber quién recibía el dinero de los royalties en Estados Unidos. Y allí fueron. Se encontraron con una puerta cerrada. La discográfica norteamericana había quebrado hacía años y su editor aseguraba no conocer nada de aquella historia, y menos del dinero que habían estado enviando durante años desde Sudáfrica.

Los dos investigadores no se amilanaron y, espoleados por el amor a su ídolo y por la curiosidad y la necesidad de saber, se dedicaron a analizar las letras de las canciones de Rodríguez en busca de pistas. Parecía no haber referencias a lugares concretos, todas las historias eran universales y podían haber pasado en cualquier lugar. Hasta que una de ellas les dio una pista que seguir. Eran finales de los noventa y la tecnología hizo posible el milagro. A través de internet contactaron con una persona que decía conocer a Rodríguez. Era una de sus hijas. La alegría de los jóvenes sudafricanos fue inmensa. Al fin, después de tantos años de búsqueda, habían encontrado a alguien que les podía contar cómo había muerto Rodríguez. Su sorpresa y su alegría fueron todavía mayores cuando la hija les confirmó que su padre no había muerto sino que seguía vivo y trabajando. No se lo podían creer. Pidieron hablar con él pero no era posible porque Rodríguez vivía sin teléfono ni ordenador en un aislamiento casi absoluto. Solo sus hijas y sus compañeros de trabajo tenían contacto con él. Al día siguiente los investigadores sudafricanos recibieron una llamada desde Detroit. Era Rodríguez.

Así es como él se enteró de que había sido y seguía siendo un ídolo en Sudáfrica, de que había vendido y seguía vendiendo millones de discos durante los cuarenta años que hacía que no había vuelto a tocar en público o a grabar un disco. Los investigadores no podían creérselo. Dudaban de que en realidad aquel hombre que les hablaba desde Detroit fuera el Rodríguez que había compuesto e interpretado la banda sonora de sus vidas. Le invitaron a visitar Sudáfrica. Organizaron una serie de cuatro conciertos. Rodríguez fue con sus hijas. Al bajar del avión en Ciudad del Cabo vieron unas cuantas limusinas en la pista. Pensaron que debían ser para alguien importante. No les cabía en la cabeza que pudiesen ser para ellos. Las habitaciones del hotel donde les hospedaron eran más grandes que su casa en Detroit. Rodríguez, acostumbrado a dormir en un pequeño catre durmió en el sofá en lugar de en la enorme cama que tenía en la habitación. Había venido con su guitarra pero sin músicos, nunca los había tenido. Varios de los músicos sudafricanos que habían crecido con su música le acompañaron. En cuanto empezaron a ensayar se dieron cuenta de que estaban frente al gran Rodríguez al que tanto habían idolatrado. No tuvieron ninguna duda. Llegó el día del concierto. Rodríguez y sus hijas pensaban que actuaría frente a 20 o 30 nostálgicos. El pabellón, sin embargo, estaba lleno. Más de cinco mil sudafricanos de todas las edades le recibieron con un aplauso que duró diez minutos. Cuando empezó a cantar todos cantaron con él. Jóvenes y viejos sabían las letras de todas sus canciones de memoria. Llenó los cuatro conciertos. Fue una experiencia inolvidable llena de amor y de belleza. Aquel humilde y sencillo albañil de Detroit se dio cuenta de que estaba frente a miles de personas para las que había sido y era su ídolo. A aquella serie de conciertos le siguieron varias más con el mismo éxito que en la primera. A pesar de que le invitaron a quedarse a vivir en Sudáfrica, donde una de sus hijas se quedó por amor al haberse casado con uno de los guardaespaldas que les acompañaron en su primer viaje, Rodríguez nunca renunció a vivir en su pequeña y destartalada casa de los suburbios de Detroit. Siguió trabajando en la obra, poniendo ladrillos, y donó la mayor parte del dinero de aquellos conciertos a fines benéficos. Años después Malik Bendjelloul, un joven director de cine sueco que solo había hecho documentales para la televisión hasta entonces, conoció esta historia y decidió llevarla al cine. No encontró ningún apoyo para hacerlo pero, con el mismo ímpetu y la misma ilusión que pusieron los investigadores en su búsqueda, él rodó la película con su teléfono móvil y la montó. Tardó cinco años en encontrar productores que le ayudasen a distribuirla. Muchos a los que les habló de su proyecto le dijeron que la historia no merecía la pena, que no había tema para una película. Pero él no se desanimó. Luchó por convertir su sueño en realidad y grabó “Searching for Sugarman”. La película ha sido galardonada en Festivales como Sundance o Tribeka y ha ganado el Bafta y el Oscar al mejor documental de este año.

Sus palabras reflejan perfectamente lo que esta película representa para él y las dificultades a las que tuvo que enfrentarse para llevarla a cabo: “En 2006, después de cinco años realizando documentales en Suecia, me pasé seis meses viajando por África y Sudamérica buscando buenas historias. En Ciudad del Cabo me encontré con Stephen “Sugar” Sergeman (uno de los dos investigadores) y él me habló sobre Rodríguez. Me quedé totalmente atónito, no había escuchado una historia mejor en mi vida. Esto fue hace cinco años y he estado trabajando en esta película prácticamente todos los días desde entonces… Nunca había oído nada de Rodríguez antes de que Stephen Sergeman me hablara de él por primera vez. Me quedé tan enamorado de su historia que casi me daba miedo escuchar su música, pensaba que había muy pocas posibilidades de que fuera tan buena como la historia, que me desilusionaría y perdería el impulso. Empecé a escuchar su música cuando regresé a Europa y literalmente no podía creer lo que escuchaba. Pensé que mis sentimientos acerca de la historia podían haber influido en mi opinión y necesitaba que otra gente la escuchara para ver si estaban de acuerdo. Sus reacciones me convencieron, realmente eran unas canciones del nivel de las mejores de Dylan o incluso de las de los Beatles… Lo más duro fue encontrar a la gente adecuada que creyera en el proyecto. En mi opinión era evidente que la historia era buena, si la hubiese inventado un guionista habría parecido demasiado increíble para tener sentido. Pensaba que el hecho de que esto hubiera pasado y la forma en que había pasado bastarían para encontrar inversores. Finalmente la historia atraía a todo el mundo menos a los inversores. Quizá fuera porque era mi primera película como director. Aún tengo en la bandeja de entrada el email de un conocido productor de cine a quien le envié la película cuando estaba preparada al 90%. Me dijo que no veía un largometraje en el material, que como mucho podía servir para un documental televisivo de media hora y que por tanto no podía financiarme. Me quedé hecho polvo, pensé que sin ese dinero estaba perdido y que tendría que abandonar la película. Llevaba tres años sin cobrar un sueldo y necesitaba encontrar un trabajo adecuado en lugar de continuar. Al mismo tiempo sentía que sería un desperdicio no completar la película. Aún me faltaba encontrar la forma de pagar a un encargado del montaje online, a un compositor para la música y a un animador para las ilustraciones. Eran unos elementos caros necesarios para acabar la película y sabía que no podía pagarlos.

Así que decidí ver qué podía hacer por mi cuenta. Empecé a dibujar la animación yo mismo. Me pasé un mes sentado en la mesa de mi cocina dibujando con tiza. No había dibujado en mi vida, pero pensé que mis esfuerzos servirían al menos como bosquejos y reduciría el trabajo de un animador real más tarde. Luego intenté lo mismo con la música. Usé un software midi de 400 euros y compuse una música ficticia para la música original. Y monté la película tan bien como pude en Final Cut. Y entonces mi suerte cambió. Me puse en contacto con los productores Simon Chinn y John Battsek, ganadores del Oscar por “Man on wire”, y les mostré en lo que había estado trabajando. Les encantó la película. Me ayudaron muchísimo y tenían un montón de ideas creativas. Cuando les pregunté quién debía completar el montaje, la animación y la música, me sorprendieron diciéndome que todo eso ya estaba en la película. De repente, sin que yo supiera cómo había ocurrido, la película estaba acabada. Por fin estaba hecha.

Cuando me embarqué en el proyecto asumí que sería un documental de media hora para televisión, pero me enamoré totalmente de la historia y no podía dejar de trabajar en ella. Tras los primeros seis meses tenía hecho el 80% de la película. Los últimos tres años los he pasado completando el último 20% restante. La participación de Simon Chinn y John Battsek equivale a un año extra de aportación a la película. Es difícil para un director primerizo convencer a la gente adecuada sobre el poder de su historia. La primera vez que llamé a Simon solo llegué hasta la recepcionista. Le pedí que me diera tres minutos al teléfono con Simon y le prometí que le iba a contar una historia que era tan buena como la de Man On Wire… con esta película he aprendido que si creas cualquier cosa, sea un cuadro, una película, un guión, está allí para siempre y no sabes lo que va a pasar. Quizá en algún momento o en algún lugar a alguien le parezca maravilloso”

La historia de “Searching for Sugar man” es de las que te hacen recobrar la esperanza en el ser humano. Son tantos los valores que encierra: la humildad y sencillez con la que vive Rodríguez; su visión espiritual y poética de la vida; su grandeza al compartir entre los más necesitados los resultados de su éxito; el control de sí mismo para no permitir que un éxito como ese se le subiese a la cabeza; la mezquindad de las discográficas que le robaron millones durante años; el tesón de dos fans que les lleva a buscar a su ídolo durante años venciendo todas las dificultades; el amor de un público, el sudafricano, por la música que ha sido la banda sonora de su vida; la fuerza con la que Malik Bendjelloul persigue su sueño hasta hacer que la película sea una realidad; la supina estupidez de la mayor parte de los productores incapaces de reconocer una historia tan maravillosa como ésta; la valentía de dos productores al llevar adelante el proyecto de un director novel y totalmente desconocido… Gracias a esta película, a este sueño, la figura de Rodríguez es hoy conocida en todo el mundo. Ahora no para de dar conciertos en Estados Unidos, Europa, África, Asia, y sus discos se venden por millones. Se ha hecho justicia. La ha hecho la ilusión y el amor de personas capaces de perseguir sus sueños cueste lo que cueste, de no rendirse y decir no puedo más, de no apartarse del camino por mucho que les empujen a hacerlo… Este mundo necesita soñadores como estos, personas capaces de sacrificarse y de luchar por convertir sus sueños en realidad. Así que no te desanimes, busca tu sueño, persíguelo y lucha por él con todas tus fuerzas. Solo tú puedes vencer a tus miedos. No renuncies a lo que llevas dentro. No te dejes vencer. Son, somos, muchos los que te necesitamos.

No me alcanzan los +1 para expresarte lo que sentí al leer toda la historia y escuchar su música.

@Okos leete esto. Todos muchachos, lean, es totalmente emotivo, excelente. Y muy buena música...ya tengo algo nuevo apra escuchar.

Gracias por compartir Asier :thumbsup: :thumbsup:

La canción de la que habla en la historia, impresionante.

Muy emotivo todo Asier, gracias por acordarte nuevamente.

Editado por Andy10

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