La Primera Arenga y el Respaldo del Capitán.Después de un día de descanso en el que su mente no cesó de repasar gráficos y tácticas, el lunes llegó con la promesa del contacto directo. Giacomo Arzani da Silva se dirigió a las instalaciones de La Quemita con una mezcla de nerviosismo y la determinación férrea que le había infundido Quinto. Esta no era una reunión con datos y pizarras, sino con personas, con la esencia viva de Huracán. Al entrar al vestuario, el ambiente era pesado, una amalgama de recelo, curiosidad y un silencio casi palpable. Los jugadores, algunos jóvenes con rostros aún imberbes, otros veteranos con la sabiduría tatuada en las arrugas de sus ojos, lo observaban fijamente. Habían escuchado los rumores, las especulaciones de la prensa. Conocían su nombre de ex-jugador, pero desconocían al hombre que ahora se paraba frente a ellos como su nuevo mánager. Giacomo se paró en el centro del vestuario. Respiró hondo, buscando esa calma que solo el conocimiento profundo del fútbol podía darle. Buenos días a todos — comenzó, su voz en un español impecable, con el ligero acento italiano que lo distinguía —. Mi nombre es Giacomo Arzani da Silva, y a partir de hoy, soy su nuevo entrenador. Sé lo que se dice, lo que se especula. Sé que muchos aquí se preguntan qué hace un técnico sin experiencia en un banquillo como este. Y es una pregunta justa. Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran. Miró a cada rostro, intentando establecer una conexión. — No he venido a Huracán para prometer triunfos rimbombantes ni a venderles sueños fáciles. He venido a prometerles algo mucho más simple y mucho más valioso: mucho trabajo y dedicación. Aquí no buscaremos títulos ni estrellas de buenas a primeras. Lo que vengo a buscar es experiencia, una experiencia total, con ustedes, en el camino a lograr cosas importantes. La mirada de los jugadores seguía siendo cautelosa, pero atenta. Esta no fue una temporada fácil, lo sé — continuó Giacomo, con un tono más íntimo —. Hemos analizado lo que pasó, cada partido, cada estadística. Y créanme, lo que he visto me hace creer que podemos mejorar de manera agigantada. Pero esto no se logrará con corazonadas o impulsos. Se logrará con templanza, con mucho más "pienso" que "corazonadas". Con cabeza fría y corazón ardiente, pero, sobre todo, con un plan. Se movió ligeramente, buscando el apoyo en su propia experiencia. — El fútbol, al final, es el eterno retorno de la prueba y el error. Vamos a equivocarnos, claro que sí. Pero lo que no podemos permitirnos es que el miedo a equivocarnos nos paralice. Levanten la cabeza, no tengan miedo de arriesgar, de intentar, de aprender de cada error. Eso es el fútbol en su esencia. Eso es lo que nos va a hacer crecer. Giacomo concluyó con una promesa más personal. — Sé que esto es mucha información de golpe. Por eso, les pido un poco de paciencia. En los siguientes días, me sentaré a hablar con cada uno de ustedes. Quiero conocerlos, entender qué buscan en este Huracán, qué les duele, qué los ilusiona. Y quiero que entiendan qué puedo yo darles desde la dirección técnica. Mi puerta estará siempre abierta. Un silencio se apoderó del vestuario por un instante, pesado y expectante. Luego, un jugador, un veterano de mil batallas, comenzó a aplaudir tímidamente. Le siguieron otros, y pronto, el aplauso se hizo unánime, un estruendo que resonó en el ambiente. Era un aplauso no solo de bienvenida, sino de aceptación, de un reconocimiento de la honestidad de Giacomo. Cuando los aplausos cesaron, el capitán, el experimentado defensor Fernando Tobio, se puso de pie. Su presencia imponente y su voz grave llenaron el espacio. Profesor Arzani, en nombre de todo el plantel, le doy la bienvenida al Club Atlético Huracán —dijo Tobio, mirando a Giacomo con respeto —. Agradecemos su honestidad y su claridad. No ha sido fácil para nosotros, como jugadores, después de una temporada así, recibir a un nuevo técnico, pero sus palabras… nos llegan. Tobio giró ligeramente para dirigirse a sus compañeros. — Sé que todos aquí apostamos a las ideas de Giacomo. Las hemos escuchado, las hemos sentido. Y hay algo más importante: sabemos con creces lo que es entrar a jugar, sentir la presión y lidiar con todo lo que implica ser un futbolista. Usted lo ha vivido en el más alto nivel. Eso, para nosotros, vale oro. Queremos que sepa que tiene nuestro compromiso. Vamos a darlo todo. La ovación que siguió a las palabras de Tobio fue más fuerte aún, un sello de aprobación del vestuario. Giacomo sintió una punzada de alivio. Había superado la primera prueba, no solo con su pizarra, sino con su verdad. El camino sería largo, pero al menos, ya no estaba solo. Tenía un plantel, y un capitán que apostaba por él.
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