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Capítulo 1: Rozar el horizonte

Me desperté, aunque apenas había podido conciliar el sueño aquella madrugada. Era 6 de junio de 2012, una fecha como otra cualquiera dentro de una rutina rauda y desfasada. Mis pies descalzos apenas notaron el frío del suelo al bajar de la cama. Pleno verano, y apenas ocho grados de temperatura. Tampoco era ninguna novedad por la que alarmarse. Caminé hasta la ventana y despejé las cortinas. Más allá del cristal, un sol de justicia en un cielo completamente azul sin ninguna nube que supusiera obstáculo para una estampa de extrema belleza. No nos paramos a pensar casi nunca en la simbología que tiene cada cosa que nos rodea. Aquel día fue frío sentimentalmente, desagradable. Sin embargo, tenía en el fondo una meta que relucía en mi corazón desde mi infancia como el sol que gobernaba en la ciudad de Samara.

Fui hasta el comedor para desayunar, y como de costumbre mi madre ya me había dejado preparado el desayuno. Siempre tan atenta y mirando por los demás. No había nadie en casa. Ella estaría comprando en ese infierno que son las calles de esta ciudad. Mi padre, por el contrario, trabajaba en ese maldito empleo de producción textil que nos había traído hasta este suburbio insoportable. Hasta el café sabía más amargo que de costumbre. Mientras llenaba mi estómago con un par de croissants, leía la revista de fútbol de siempre. Era de 1992, un anuario que repasaba lo mejor que había acontecido el año. Una reliquia que le descubrí a mi padre años más tarde, cuando yo crecí un poco más. Dinamarca reventaba la Eurocopa por sorpresa, mientras que España se alzaba con el oro olímpico de Barcelona en su primer gran éxito tantos años después. La selección de mi país estaba cerca de convertirse en una de las mejores del mundo de forma efímera, pero tan sólo se vislumbraban destellos en el cielo.

Me fui hasta la habitación de nuevo y guardé la revista en una maleta que ya tenía preparada. Tenía veintidós años y tenía decidido que quería escapar de aquella cárcel en la que la vida me metió hacía dieciocho. Sin que mis padres se diesen cuenta, había preparado toda mi ropa, mis objetos y todo aquello que necesitaba para marchar en cuanto pudiera, pero realmente no lo hacía nunca. Me faltaba ese último empujón. Al fin y al cabo, no me era fácil emprender un nuevo rumbo dejándoles atrás. Me senté en la cama, deslicé mis manos por la cara y eché mis cabellos atrás. El suspiro expresó por mí mis sentimientos.

Como cada mañana, revisé toda la documentación por si tenía que partir en cualquier momento. Todo estaba en regla, aunque con esa mancha en el apartado de segunda nacionalidad que me hacía sentir vergüenza. También estaba, entre todo ese papeleo simbólico, la licencia que me permitía entrenar a cualquier equipo del planeta. Yo, tan insignificante en el mundo, con un abanico tan amplio de posibilidades. Me saqué el título a escondidas, pues mi padre renegaba de la posibilidad de que pudiera cumplir mi sueño. Tenía una visión demasiado anclada. Todo por ese estúpido miedo a poder triunfar y que las cosas salieran bien. Acostumbrado a tener que nadar contracorriente, parecía querer someterme a ese mismo camino. Él, en realidad, era un gran aficionado al fútbol. Le apasionaba, aunque en casa no quería ni aparentarlo para evitar cualquier tipo de conexión mía con ese deporte que tanto amaba. Era absurdo querer retenerme en un lugar que ellos eligieron por mí, con buena intención y por necesidad, pero al que yo nunca me aclimaté ni me dejaron aclimatar. Lo odiaba.

Con cuatro años partí de mi ciudad natal rumbo hasta Rusia, en un cambio que me pilló sin ser demasiado consciente. Aquí en Samara tuve que crecer entre la marginación de vecinos, compañeros de clase y un reproche generalizado sólo por ser de donde era. No tenía ni un solo amigo, ni una sola amiga. Todo, por ser simplemente de un lugar que ellos mantenían que siempre debió formar parte de Rusia, y que no éramos más que sus subordinados y unos desagradecidos que no reconocíamos su autoridad. Una mentalidad cerrada, desfasada y dañina. La paradoja es una de las grandes amantes que tiene la vida. Siempre a su lado. Nosotros éramos los invasores y los que estábamos en su tierra, cuando eran ellos los que consideraban que la nuestra debía estar anexionada a la suya por siempre.

Todos me miraban mal. Me asfixiaban con sus comentarios xenófobos, que siempre iban finalizados con coletillas poco agradables. Era sorprendente que, en una ciudad tan grande, hubiera acabado en un lado tan conservador en el que incluso los profesores me miraban con recelo. Ni siquiera cuando adquirí su nacionalidad, por obligación de mis padres, me quisieron integrar. Así fueron mis años en el colegio y en el instituto. Un trauma permanente para una mente que maduró a través de la filosofía del rechazado, especialidad de la casa para una sociedad insolente y llena de prejuicios con un postre de maldad. Por supuesto, rechacé ir a la universidad. Ya me había doctorado en decenas de lágrimas diarias. Ésa era mi carrera.

Todo empezó cuando mi ciudad sufrió los golpes de una crisis que siempre asoló a mi país, donde la pobreza era más destacada que en otros lugares. La industria textil se fue a pique y mi padre quedó desempleado. En realidad, hace 20 años la vida no era tan diferente a como lo era ahora, ¿verdad? Desesperados, ellos vieron como mejor opción partir hacia Rusia, un país que había sufrido una terrible crisis por la desintegración de su conglomerado imperial de explotación de naciones que era la URSS. Necesitaban mano de obra. Mi padre ayudó a levantar el país a estos energúmenos que nunca tuvieron ni una palabra de consideración hacia mi persona. El odio impregnó cada papel que decidí llenar de palabras vacías de utilidad pero ricas en alma. Mi habitación era la musa para mi lado poético.

Me vestí y malgasté el día haciendo lo mismo de siempre. Leer, pensar, volver a leer, reflexionar, llorar, gritar para terminar soñando era mi consumición rutinaria. Así llegó la noche. Mi padre llegó de trabajar a las seis de la tarde, como siempre. Nos sentamos a cenar en un silencio tan incómodo como habitual. Se rompió cuando, al finalizar ya la comida, me preguntó cómo me había ido el día. Le contesté lo de siempre, que había encontrado algo nuevo en una revista que tenía 20 años de antigüedad.

- “¿De nuevo con el maldito fútbol?”, me replicó.

Comenzó la enésima discusión. El triste e intragable pan de cada día. Nos enzarzamos en voces hasta que algo en mí me hizo reaccionar. Mi madre, ajena en la cocina, no daba demasiada importancia a lo que ocurría, anestesiada por ser algo diario. Sin embargo, aquello fue diferente. Me encerré en mi habitación con un portazo, mi padre aporreaba la puerta desde fuera y yo me quedé completamente paralizada en un vacío mental mientras observaba el reflejo de mis ojos grises en el cristal de la ventana. Echaría de menos mi habitación, mi cama, mi escritorio, mi armario, la esencia de aquel lugar que era mi único regocijo. Ojalá pudiera haberme llevado aquello conmigo, pero ni siquiera pertenecía a mi familia. Cerré las maletas y salí dispuesta a abandonar mi hogar.

- “¿Adónde crees que vas?”, me amenazó mi padre.

Mi madre, asomada al salón, se quedó sin habla y boquiabierta. Sé que ella nunca imaginó que yo pudiera hacer algo así.

- “Me voy a saber lo que se siente a rozar con los dedos el horizonte”, le repliqué.

Salí de la casa mediante otro portazo y corrí todo lo que pude presa del miedo. La incertidumbre me aterraba, pues no era consciente de lo que había hecho en realidad. Ninguno de mis padres abrió la puerta y gritó mi nombre para un último intento de rescate. Los viandantes vecinos al verme sonrieron a la vez que se quedaron sorprendidos. Estaba de suerte, podría ir hasta la estación de autobuses de Samara. Hoy era el primer día de la semana en que partía un autobús hacia mi querido y anhelado país. La salvación a este infierno.

Fui andando, aunque estaba a treinta minutos. En realidad me sobraba tiempo. Sabía perfectamente que el horario de salida eran las nueve y media de la noche. No quería pasar mis últimas horas en un taxi de aquel infierno ruso. Sabía que algún día tendría que regresar, pero sería para culminar mi venganza en cada visita en la consecución de mi sueño. Todo el mundo siempre se burló de él. Su mísero argumento, que alguien como yo jamás podría optar a conseguirlo. Siempre deseé volver con mi selección nacional para derrotar y humillar a la gran potencia Rusia.

Compré el billete. No había muchos asientos ocupados en aquel transporte que era mi apoyo moral hacia alcanzar mis sueños. Resoplé. Estaba al límite. Tantas veces imaginé en realizar aquel drástico cambio, y ahora estaba ya inmerso en él. La gran diferencia con el de hacía dieciocho años es que este fue voluntario, aunque contenía la misma incógnita. Errar me perseguiría como un fracaso estrepitoso. Pero, ¿acaso no había sido mi vida completa prácticamente un fracaso? El bus abandonó el andén de la estación. Atrás quedaban las calles de Samara entre una lluvia que sorprendió a todos. Las gotas se enamoraban de la parte externa del cristal. Las lágrimas derramadas de mis ojos se fundían en un abrazo desde el otro lado, enfrascadas en la canción que resonaba en mis oídos, Had a bad day. La paradoja, siempre la paradoja. Mis padres, en realidad, no merecían eso. Tocaba volver a casa, a recuperar mi identidad. Mi vista, empañada, no quitaba la mirada de mi pasaporte. Melissa Bulgarov, en busca de rozar con los dedos el horizonte.

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Capítulo 2: La senda cinematográfica
Apenas era capaz de reconocer el paisaje que se presentaba a mi alrededor. Cuando me marché era demasiado pequeña y sólo algunos pequeños recuerdos florecían en mi memoria. La manta de niebla me recibió cuando me bajé en la pequeña estación de mi localidad natal. Por fin, dieciocho años más tarde, estaba en Tryavna. Por fin, dieciocho años más tarde, estaba en mi amada Bulgaria. La fragancia de las calles era otra. Mi corazón latía de distinta forma. Con la maleta, paseaba por esos acerados tan cercanos y familiares. El sonido de las ruedas al rodar era una excelsa melodía que me acompañaba hasta mi ansiado destino, la casa donde viví mis primeros cuatro años de vida. Me quedaría allí hasta que diera un nuevo rumbo en mi vida. Ahora necesitaba descansar pues la carga emocional había sido importante.

Los vecinos murmuraban entre ellos al verme. Eran incapaces de reconocer a esta chica de largo y liso pelo moreno, ojos grises y alta, comparada con aquella niña con mofletitos, aspecto infantil y que, en definitiva, no dejaba de ser una cría. Los tiempos cambian. Muchas veces, ni somos conscientes de cuánto. Para algunos, se pasa volando. Para mí, fue eterno.

Entré en casa. Como de esperar, aquello tenía un aspecto de inhabitabilidad absoluta. Empolvado y viejo, aquel hogar había sufrido el mismo abandono que yo. Por delante tendría una tarea ardua haciendo de aquel lugar un sitio en el que vivir. Para reconstruir mi vida, tenía que reconstruir la casa. En realidad, todo me valdría pues aunque fuera de antaño, una segunda oportunidad es necesaria para todo el mundo. Yo apenas buscaba la primera.

Así pasé los siguientes diez días, construyendo una rutina sobre la que vivir. Limpié a fondo mi nuevo hogar, lo reordené y le di un aspecto rejuvenecido. Tryavna había vuelto dieciocho años atrás en el tiempo. Una parte encantadora de su esencia había vuelto. En todo este tiempo, mis familiares que vivían en aquella zona pasaron a visitarme. Quise evitar las polémicas y di una versión falsa de lo que pasó. Me limité a explicarles, simplemente, que había decidido iniciar mi vida de forma independiente. Ninguno daba crédito a cómo había crecido. La pequeña Melissa era toda una mujer. Ellos nunca pudieron ver cómo crecí. Mis vecinos más cercanos, anonadados, siguieron los mismos pasos que mis abuelos, mis tíos y mis primos. Estaban encantados de tenerme cerca otra vez.

Realmente, yo no tenía muchos planes de futuro. No sabía muy bien cuál era el paso que iba a dar, pero estaba claro que iba a ir en torno al fútbol, ahora que quedaba liberada de la presión estereotipada de mi querido padre. No supe nada de ellos en todo este tiempo. Ni una llamada, y por supuesto, ninguna carta. Sin embargo, comprendía perfectamente el dolor que ellos debían guardar en su interior. De algún modo, me había escapado de casa. Visité las instalaciones deportivas del equipo local, el de mis amores, el FC Tryavna. Desde la distancia seguí todos los resultados y la trayectoria que habían tenido. Sólo eran unos desconocidos que militaban en el Grupo “V”, tercera división búlgara. Siempre soñé con que algún día les entrenaría o les vería jugar partidos de élite. Como otros tantos sueños, parecía quemarse en el mar cálido de las quimeras. No esperaba ni mucho menos hacerme con el puesto. Vassil Boiaev era el entrenador del equipo y llevaba al mando veintitrés años consecutivos. Su trabajo siempre fue admirado. Simplemente, quería oler y sentir la esencia de un campo de fútbol. El de Samara me daba pánico por el odio que le tenía.

Presumiblemente, un miembro de la pequeña Junta Directiva se sorprendió al verme allí sola en las gradas. Me preguntó. Quedó sorprendido por mi pasión por el fútbol, y me dijo que era agradable saber que una vecina era tan hincha del equipo. Me recomendó seguir de cerca los movimientos de Vassil durante los partidos, para aprender en ese intento de convertirme en entrenadora. Asentí con la cabeza para después ofrecer mi colaboración en lo que pudiera. Sonrió y se marchó.

Aproveché también para ponerme en contacto vía telefónica con la federación búlgara de fútbol. Incrédulos, insistieron en que no les hiciera perder el tiempo con bromas. Les insistí en que mi licencia de entrenadora era auténtica, y que aunque fuese obtenida en Rusia, quería recibir el apoyo de la federación de mi país. Yo no tenía ningún contacto, y el equipo de mi ciudad ya tenía ocupado el puesto del equipo, así que me resultaría muy difícil encontrar un empleo con el que iniciar mi anhelada carrera. Peor noticia era ser mujer. Conseguí que me inscribieran en un programa informático en el que aparecían puestos vacantes según iban conociendo equipos que despedían o se quedaban sin entrenador. En realidad no tenía muchas esperanzas, este deporte siempre estuvo anclado en el pasado en cuestiones de género. Lo que no faltaban eran secretarias en las distintas organizaciones. Suspiré desangelada.

Me aclimaté fácilmente merced a la voluntad que tenía de regresar a Tryavna. Sarna con gusto no pica, dicen. Sabía que no podría aguantar mucho tiempo con los ahorros que había ido obteniendo en los últimos meses, así que medité la posibilidad de buscar un trabajo. La situación no era la mejor. La crisis económica ahogaba a una ciudad que vivía en exceso de la industria textil, y cuyo sector servicios tenía mucho que crecer aún. En cualquier caso, no desistí, sabía que me las apañaría como pudiese y que por necesidad encontraría algo con lo que subsistir mientras esperaba alguna llamada, algún correo, alguna visita que abriera esa senda que toda mirada busca en esa película llamada vida.

Tryavna es una ciudad situada en el centro de Bulgaria. Es pequeña, con algo menos de 10.000 habitantes. Las posibilidades de salir del desempleo eran escasas, pero había que intentarlo. Deposité currículums por todos los establecimientos y empresas que encontré a mi paso, sólo había que dar un poco de tiempo y que alguien se decidiera a darme una forma de vivir. Conseguí olvidarme, incluso, del mundo de los banquillos. Lo primordial pesaba demasiado.

Las cosas llegan cuando menos las buscas; todo ocurre cuando menos lo esperas; tu sueño aparece cuando menos deseas que aparezca. Hay gran cantidad de frases hechas, vacías de contenido pero que, inexplicablemente, sirven al ser humano para consolarse por dentro y sentir complicidad de sí mismo. No hay mayor debilidad que esconderse en el regocijo de la pena, pero siempre asumí que era necesario y una característica innata del ser humano. ¿Existen las casualidades? Este debate filosófico lleva siglos instalado en la sociedad y en las creencias. ¿Tienen un argumento todas esas paparruchadas que se dicen por decir? No, no lo creo. La complejidad de esta confrontación que nunca terminará por acabarse vivió su idilio con la paradoja – cómo no – cuando al abrir la puerta de mi casa encontré un par de cartas. La primera, con la distinción de urgente, tenía el remite de alguien que era completamente desconocido para mí, Lavsko Verlovskiy. Cuando terminé de leer la carta, ésta cayó al suelo. No daba crédito a lo que mis ojos habían leído. El pulso me temblaba. Los escalofríos se apoderaron de mí. Boquiabierta fui incapaz de reaccionar en la propia entrada de mi casa. Sin embargo, el paso a seguir ya había sido definido. Tenía que marchar, cuanto antes, rumbo a Sofia. La senda de esa películas que llamamos vida se había abierto.

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Bueno, una historia muy bonita que parece que continua con final feliz. Parece que ahora la buena de Melissa Bulgarov se viene a España a entrenar a la cantera del Espanyol, una buena cantera del nuestro fútbol. Veremos de lo que es capaz.

Saludos!

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Bueno, una historia muy bonita que parece que continua con final feliz. Parece que ahora la buena de Melissa Bulgarov se viene a España a entrenar a la cantera del Espanyol, una buena cantera del nuestro fútbol. Veremos de lo que es capaz.

Saludos!

Lo primero, gracias por pasarte por aquí. Tiene mérito leerse estas parrafadas, jajaja. Pretendo hacer una historia profunda, con un cierto contenido social más allá del fútbol puramente, de ahí que el personaje sea femenino. La narrativa va a tener un papel fundamental.

Sorprendentemente, el Espanyol 'B' ha apostado por Melissa, lo que para mí fue algo increíble porque creo que es un gran lugar desde el que empezar. La cantera es portentosa, aunque no tuvo suerte la temporada pasada. A ver cómo se las arregla la búlgara-rusa para salir adelante. Mimbres hay para conseguir el objetivo.

Un abrazo y bienvenido.

Editado por Elessar

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Capítulo 3: Buena suerte

No busques mi nombre por ningún lado, es falso. Tampoco la dirección, no existe. Soy un anónimo que, por unas circunstancias que no tienen cabida ahora mismo, conozco tu caso. Por favor, no me preguntes el porqué, tan sólo limítate a hacer lo que te explicaré más adelante si realmente quieres realizar tu sueño. Los inicios siempre son difíciles, más cuando el proyecto a emprender es demasiado ambicioso. Sin embargo, todos mereces una oportunidad, ¿no? Estoy seguro de que eres capaz de hacerlo bien, así como también sé que hay muchos intereses en una contratación tuya, los cuales no voy a desvelar. Simplemente, en cuanto recibas esta carta, que no creo que pasen más de tres o cuatro días, llama al número de teléfono que te indico más abajo. Ellos te están esperando. Tienes nuevo destino, preciosa. Buena suerte.

Mientras estaba en el avión, no podía dejar de leer una y otra vez la carta que había llegado a mis manos. Realmente estaba intrigada porque dejó demasiadas cuestiones. ¿Quién era? ¿Por qué me conocía? ¿Cuáles eran esos intereses de los que me hablaba? Estaba en ascuas. Era la primera vez que viajaba en avión, y el trayecto se me hizo muy largo. Al aterrizar me esperaría una nueva vida, empezar a cumplir poco a poco ese sueño que siempre tuve. No sabía lo que había que hacer. La incertidumbre me agobiaba.

Llegué a Barcelona y me quedé alucinada. Sólo en el aeropuerto ya me dí cuenta de que aquello era radicalmente diferente al ambiente en los que había estado hasta ahora. Todo estaba magnificado en una multiplicación por tres, cuatro o cinco veces. ¿Qué hacía una chica búlgara perdida en aquel océano de personas que se movían por sistema? Sabía que mi presencia allí llamaría la atención, aunque sólo fuera porque me quedé boquiabierta y daba unos pasos tan lentos como tímidos. España era un maremágnum que me pilló por sorpresa.

Salí del aeropuerto para coger un taxi. Tenía la dirección apuntada en un papel por pura previsión en caso de que el taxista no hablara inglés. Yo no tenía la menor idea de español, así que esa sería la primera barrera con la que me tendría que chocar. Dudaba que la gente hablara búlgaro, macedonio o ruso, los otros tres idiomas que yo hablaba a la perfección. En efecto, no me equivoqué y tuve que indicarle la dirección por el papel. Tras 30 minutos, ya había llegado a las instalaciones del R.C.D. Espanyol.

Yo conocía al equipo, aunque obviamente estaba eclipsado por el FC Barcelona, un equipo que movía masas en el ámbito internacional, sobre todo en Bulgaria, gracias a Stoichov, uno de mis grandes ídolos. Sin embargo, estar en el otro equipo de la ciudad me suponía un gran atractivo porque, además, era un histórico del fútbol español. No sólo eso, la idea de que fuera el filial de un equipo así, me permitiría aprender con algo de más paciencia, y esperaba que el técnico del primer equipo me ayudara en ese apartado. Tenía mucho camino por recorrer.

Me recibió Ramón Planes en las oficinas del club. Me dio la bienvenida y que cualquier cosa que necesitase tan sólo tenía que pedirla. Incluso hizo un comentario que no supe interpretar muy bien, cuando me dijo que nunca pudo imaginarse que habían fichado a una entrenadora tan guapa. Me dejó desconcertada. Me presentó las instalaciones de Cornellá-El Prat, el estadio del primer equipo. Me explicó dónde estaba cada cosa para que me familiarizara cuanto antes. Era un hombre bastante agradable. Me presentó también a Emili Montagut, el segundo entrenador del filial y el que sería mi mano derecha a partir de ahora. Su experiencia me sería vital, aunque su presencia, en cierto modo, me era incómoda, pues tenía la presión de tener que responder ante alguien. Estuvimos hablando sobre la potencialidad del equipo y las esperanzas que había puestas en el futuro. Me desangeló saber que el equipo estaba en 2ªB tras comprar la plaza a un equipo con apuros económicos. No conocía ese dato.

Ramón me acompañó hasta el hotel en el que me alojaría hasta que encontrara casa donde vivir en mi estancia española. Se despidió de mí y me avisó de que la presentación sería al día siguiente, que estuviera tranquila porque lo importante era dar imagen de confianza pues apostar por mí había sido arriesgado. Sentí más presión sobre mis hombros. Desarbolé la maleta en la habitación como si fuese a quedarme toda mi vida allí. Me tumbé sobre la cama mirando al techo y me quedé completamente dormida. Cuando desperté, ya eran las ocho de la tarde.

Al día siguiente me dirigí temprano hacia el estadio. Allí tendría lugar la rueda de prensa que me presentaría como técnico del Espanyol B. Me temblaba el pulso. Siempre fui una chica sencilla, pero aquel día me entró el pánico de no saber qué ropa ponerme. ¿Qué me estaba ocurriendo? Jamás me había pasado eso. Opté por un pantalón largo de chaqueta y una camisa rosa. Presté demasiada atención a mi físico, quizás, lo cual ya en el camino me hizo pensar que alimentaría los estereotipos sobre la mujer. Me senté en el centro de la mesa bajo la atenta mirada de decenas de periodistas curiosos cuyas caras ávidas de información y de conocimiento me hicieron sentir más nerviosa aún. A mi lado derecho se sentó Ramón Planes, y al izquierdo un muchacho joven, que rondaría los treinta años. Él era el jefe de prensa.

Me bombardearon a preguntas con ganas de atacar en la incertidumbre que suponía mi fichaje. No tuvieron escrúpulos en tocar el tema femenino. Acabé realmente agotada y desbordada. “¿Piensa que hay machismo en el mundo del deporte?”; “¿Están capacitadas las mujeres para entrenar a equipos de fútbol?”; “¿Qué puede ofrecer al equipo además de una imagen bonita y un cuerpo atractivo?”; “¿Cómo hará para evitar que los jugadores se fijen en usted y presten atención a sus instrucciones?”; “¿Con qué indumentaria asistirá a los partidos?”. Fue realmente dura. Por supuesto, las tres últimas preguntas vinieron del mismo periodista, por lo que supuse que formaría parte de una redacción demasiado conservadora, anquilosada en el pasado. Acabé exhausta, y eso que aunque pueda parecer lo contrario, hubo bastantes preguntas sobre el equipo, mis intenciones, los objetivos y las posibilidades de alcanzarlo, pero esos dardos envenenados me dejaron tocada.

- ¿Te encuentras bien, Melissa? – Me preguntó el jefe de prensa al acabar.

- Creo que no – le respondí –. Disculpadme un momento, por favor.

Me encerré en el baño. Apoyé mis dos manos sobre el mármol del lavabo y alcé la mirada en el espejo. ¿Dónde me había metido? ¿Qué había hecho? Cerré los ojos y suspiré. Eché mi pelo hacia atrás y me ajusté la camisa. El camino iba a tener más obstáculos de los que en mis pesadillas pude imaginar. Al salir del baño, antes de dirigirme al hotel, me esperó en la puerta el presidente. Puso su mano sobre mi hombro.

- Bienvenida a Barcelona. Buena suerte.

No hubo palabras más sabias en todo el día.

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Plantilla del R.C.D. Espanyol 'B': En general es una plantilla competitiva, pero a la que le faltan diversos retoques para conseguir ya un producto lo suficientemente capacitado para dar algún que otro susto. Sin embargo, el objetivo es quedar a mitad de tabla, por lo que con el plantel que se dispone ahora mismo, no debe haber demasiados problemas para conseguirlo. Si hubiera refuerzos, habrían de centrarse en los laterales o en la delantera. Análisis línea a línea.

Portería:

Edgar Badía - 20 años - Portero (España): Portero de garantías que será el titular. Si crece un poco más, puede convertirse en un activo interesante para el primer equipo, pero tendrá que trabajar duro. Sin duda alguna, es un jugador muy interesante. Futuro para el club.

Germán Parreño - 19 años - Portero (España): Suplente y no llegará lejos. Badía es un buen portero, así que no merece la pena centrarse en la búsqueda de un portero sustituto. Se queda, pero no creo que logre una carrera importante como jugador.

Defensa:

Nacho Heras - 20 años - Lateral Derecho/Defensa Central (España): Nada especial, pero cumplirá pese a que no tenga gran porvenir. Para 2ªB está capacitado.

Ernesto Galán - 26 años - Defensa Central/Lateral-Carrilero Derecho (España): No sé cómo está en el filial, tanto por edad como por calidad. Titularísimo mientras Pocchettino no se lo lleve. Destacaría en la Liga Adelante y cumpliría en la Liga BBVA. Pilar básico en la defensa.

Juan Manuel Lobato - 24 años - Defensa Central/Lateral derecho-izquierdo/Centrocampista defensivo (España): No destaca en nada pero aporta en todo. Tiene hueco aunque su crecimiento ya no será muy prolongado.

Ferrán Monzó - 20 años - Defensa Central/Lateral Izquierdo (España): Tampoco llegará a ningún lado, pero es un buen complemento para el equipo.

Jonathan de Amo - 22 años - Defensa Central (España): Cumplidor, pero con un futuro en el que no parece que crezca mucho más.

Manu - 21 años - Defensa Central (España): Misma descripción que la de Jonathan. Sin embargo, valdrán como jugadores de rotación.

Carlos Clerc - 20 años - Lateral-Carrilero Izquierdo/Medio-Extremo Izquierdo (España): Promete para llegar al primer equipo e intentar hacerse un hueco en la máxima categoría, pero ha de crecer todavía. Será titular porque es de lo mejor que hay en el equipo.

Mediocentro:

Arthur Irawan - 19 años - Medio-Extremo Derecho/Carrilero-Lateral derecho (Indonesia): Toque exótico para el equipo que no tiene gran potencial y si juega, lo hará más en tareas defensivas que ofensivas.

Mario Ortíz - 23 años - Mediocentro/Centrocampista defensivo (España): Está preparado para jugar en la Liga BBVA y estoy segura de que no tardará en llegar al Espanyol 'B'. Importante destructor de juego.

Fran Miranda - 24 años - Centrocampista defensivo/Mediocentro (España): Tiene unas características parecidas a Mario, pero sabe elaborar incluso mejor el juego aunque tenga menos potencial. Sabe sacar bien la pelota desde el pivote. Me vale.

Iván Moya - 24 aos - Centrocampista defensivo/Mediocentro (España): La competencia en el centro del campo es brutal, y ahí puede sufrir aunque cumplirá.

Víctor Merchán - 22 años - Mediocentro (España): Mucha competencia en su puesto, pero a poco que crezca puede ser una buena pieza. Si trabaja bien, incluso puede llegar al primer equipo.

Cristian - 22 años - Mediocentro (España): Jugador del primer equipo. Crack. Estrella del filial. Me encanta.

Mohammed Djabrailov - 19 años - Extremo Derecho (Rusia): No digo que sea mal jugador, pero... su nacionalidad y mi pasado me impiden darle cabida. He sufrido mucho y aunque no tenga culpa y yo sea injusta... Lo siento, de verdad.

Ismael Traoré - 18 años - Extremo Derecho (Costa de Marfil): Puede aportar, pero primero ha de crecer. Es joven todavía.

Jorge Díaz - 22 años - Extremo Derecho-Izquierdo (Uruguay): Interesante jugador que, aunque no crezca ya, está hecho para jugar perfectamente en 2ªB. Si acaso, podría llegar a un equipo de Liga Adelante.

Víctor Armero - 21 años - Extremo Izquierdo (España): Si crece más de lo previsto, buen futurible para el primer equipo. Pero si no lo hace, no importa, porque puede aportar desde ya.

Elton Martins - 23 años - Extremo Izquierdo (Brasil): Más directo que Armero, pero menos extremo puro. Es una pieza importante ya sea titular como rotación.

Rui Fonte - 22 años - Mediapunta/Delantero (Portugal): El análisis se resume en cuánto va a tardar el primer equipo en llamarle. Enorme futuro para el club.

Cristian Alfonso - 23 años - Mediapunta (España): Si tenemos en cuenta que Mauricio se llevará a Rui Fonte en no mucho, es un jugador interesante porque aunque tenga que crecer, ya podría jugar en el primer equipo.

Ramón Morant - 20 años - Mediapunta/Extremo Derecho-Izquierdo (España): Jugador muy completo y va de tapado en cuanto a nombre. Cuidado.

Delanteros:

Antonio Pino - 25 años - Delantero (España): Puede jugar en un buen 2ªB y en un digno Liga Adelante, pero no va a ser un gran jugador ya con 25 años. Necesario.

David Cubillas - 22 años - Delantero (España): Peor que Pino. No le veo con una carrera medianamente en condiciones, pero mientras esté aportará cosillas interesantes.

Esquema de juego: En principio se jugará con una línea defensiva de cuatro, con un pivote organizador de mediocentro defensivo, dos mediocentros (uno con vocación recuperadora y otro con labor creativa), más dos extremos y el punta en ataque. Saldremos con una táctica estándar pero intentando presionar mucho a la vez que jugar por las bandas. Aunque sé que en España gusta jugar ofensivamente, me he criado siempre en el fútbol de Europa del Este, sobre todo, con el búlgaro, así que no voy a traicionar a mis raíces ni a mis principios. No vamos a volvernos locos atacando.

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Editado por Elessar

Genial historia, mis felicitaciones. Aunque no comente mucho no dudes de que la seguiré.

Ah, cuida de Merchán, es un jugón.

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Genial historia, mis felicitaciones. Aunque no comente mucho no dudes de que la seguiré.
Ah, cuida de Merchán, es un jugón.

Muchas gracias por pasarte y bienvenido. Muchas gracias, también, por los halagos. Me alegro de que guste. He intentado hacer algo original y diferente. Merchán va de tapado, y a mí me parece un muy buen jugador. Si Pocchettino se lleva gente al primer equipo, tenemos en él un gran recambio.

PD: Perdón por el retraso en la respuesta. El Domingo de Ramos estuve fuera todo el día, y ayer salí de nazareno aquí en Sevilla. Quince horas de penitencia y, obviamente, no podía postear desde el móvil jajajaja. Gracias por pasarte, de verdad.

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Capítulo 4: Nunca pierdas de vista el suelo

Caminaba de un extremo al otro del pasillo. Los nervios me podían y me mordía las uñas en un acto supremo de desesperación. Estuve dubitativa, incluso, de bajar a comprar tabaco, cuando en mi vida había fumado ni me había acercado a nada de eso. Esta ocasión era especial. Me veía completamente desbordada por la tensión, la emoción y la presión. ¿Qué dejaría para momentos más serios? El reloj parecía no pasar.

Llevaba muchos años soñando con dirigir a un equipo de fútbol, y aquel día jugaría mi primer partido. Apenas era un amistoso de pretemporada, sin demasiada importancia y competición en juego, pero para mí iba la vida en ello. Mis comienzos no habían sido fáciles, con cierta presión por parte de un sector de la prensa que habían conseguido invadir la mente de otros sectores de la opinión pública. La masa siempre permanece dormida en el letargo del cuarto poder, el periodismo. Sería en Palamós, contra un rival de categoría inferior pero que tenía bastante historia detrás, por lo que pude leer en los informes que me había preparado. Sabor añejo.

Desde que llegué a Barcelona, intenté ganarme la confianza del entorno del club, aunque era una tarea ardua debido a mi temprana edad. Venir de otro fútbol tan diferente al español también me hacía una resta al crédito. Muchos jugadores de la plantilla tenían más años que yo. A ellos aún no les conocía. Ni siquiera habíamos entrenado un solo día pues apenas habían vuelto de las vacaciones el mismo día del primer amistoso. Primero fútbol, luego ya entablaríamos más relación. Era una metodología arriesgada que nadie entendió muy bien. Evité mostrarme cercana para evitar un clima de complicidad en los primeros días, aunque al final sabía que mi intención era que los jugadores supieran que más que una entrenadora, tenían a una amiga. No iba a ser fácil y era un planteamiento, de nuevo, arriesgado, sobre todo por aquellos que vivían por y para los estereotipos, cuyas escopetas estaban cargadas desde que pisé el aeropuerto de El Prat un mes antes.

Me trasladé a un piso que alquilé en el centro de Barcelona, donde viviría todo el tiempo que estuviese en la ciudad Condal, con el optimismo de que fuera bastante tiempo. Barcelona es una ciudad grande, prácticamente podría ser la capital del resto de países de Europa, y por tanto, hay mucha diversidad. Precisamente, esa diversidad es que provoca el aumento de recelos, y algunos vecinos me tomaban con una prostituta dado mi aspecto de chica de Europa del Este y mi acento cuando alguna vez me escucharon hablar por el móvil. Una vecina, incluso, retiró a su hija de 6 ó 7 años cuando pasaba cerca al subir las escaleras. La vida es prejuicio.

No me preocupaba demasiado. Yo tenía muy claro cuál era mi objetivo y que haría todo lo posible hasta lograrlo. Cuanto antes me aclimatara a las ventajas y, sobre todo, a los inconvenientes, antes podría estar adaptada a todo lo que suponía recorrer la senda que conforman los sueños. Mi vida no había sido fácil en ningún momento, así que tampoco era una novedad tener que sobrepasar ciertas barreras. De hecho, las echaría de menos si no estuvieran. El reto sería demasiado fácil.

Miré mi muñeca una vez más. El reloj marcaba las cinco de la tarde. En un intento desconsolado por limpiar mis nervios, marché hasta el estadio andando, cuando lo sencillo habría sido coger el autobús. Tardaría 45 minutos en llegar hasta Cornellá-El Prat. No importaba. Lo importante era llegar. Y llegué.

Por el camino reflexioné mucho cuando atravesaba navegando esos ríos de personas cada una con un rumbo determinado sin saber el de la persona de al lado. Miraba a los ojos, crucé miradas y todos se sintieron incómodos cuando clavé mis pupilas en las demás. Buscaba, quizás, cierta complicidad. Una mirada nerviosa que me comprendiera y me trasladara empatía, que afrontara un momento importante. No la encontré. La cotidianeidad ha destrozado los pequeños detalles. El mundo hacía tiempo que perdió su encanto.

Me senté en los aledaños del estadio cual chica que sale de la universidad, cual chica que espera a una amiga con la que ha quedado o cual chica que simplemente desea reflexionar. Ni siquiera había llegado el bus que nos llevaría hasta Palamós. Ramón Planes llegó diez minutos más tarde, cinco antes de la hora a la que había citado a todos. Me saludó y me deseo suerte. Él, por ser el primer partido, nos acompañaría en una muestra de confianza que yo le agradecí. El autobús llegó puntual y los jugadores empezaron a salir del estadio para empezar a subir al autocar.

Llegamos a Palamós una hora antes del partido. Hice que se cambiaran en nuestro estadio para no perder ni un solo minuto al llegar allí. Mientras hacían el calentamiento me senté en el banquillo visitante para sentir algo muy especial. Por más folios que tuviera por delante, sería incapaz de describir todos los vuelcos que dio mi corazón, todas las lágrimas que derramó mi alma y todos los pensamientos que inundaron mi mente. No importa. Hay quien dice que las cosas más bellas son aquellas que no pueden describirse. Ése es mi regocijo. Cuando estaba embobada en mi mundo, me asusté al sentir una mano por la espalda. Era el técnico del rival, que decidió desearme suerte antes de que estuvieran los dos equipos al poco de empezar. Su sencillez me hizo sentir como en casa. Como una más.

Envié a los chicos al vestuario. Sería mi primera charla. Justo antes, una mujer situada en las gradas me sorprendió.

- Hazlo por todas nosotras – Me pidió.

No supe quién era en un principio. Más tarde supe que era la seleccionadora de la selección femenina de Cataluña sub-18, Arantxa Alonso. Otra entrenadora de fútbol. Un ejemplo a poder seguir en mi carrera. Podría ser un apoyo importante.

Poca gente sabía hablar inglés, por lo que tendría que esforzarme en aprender español cuanto antes. Apenas algunos jugadores me entenderían. Por ello, Ramón Planes puso a mi disposición a un traductor. Era un obstáculo a la hora de transmitir todo lo que quería.

- Habrá muchas miradas ahí fuera. Más por mí que por vosotros, así que permaneced tranquilos. Mantened la cabeza fría y respetad siempre al compañero. Lo único que os pido es que cuando yo llegue a casa esta noche, pueda dormir orgullosa de formar parte de un grupo tan excepcional como sé que sois. Sois un equipo. Muchos estáis aquí persiguiendo un sueño. Hoy comienza el mío. Nunca perdáis de vista el suelo.

Los chicos enfilaron el túnel que daba salida al terreno de juego. Yo me quedé allí cabizbaja. Suspiré. Sueños en el horizonte.

Editado por Elessar

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