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MARCAdas

Respuestas destacadas

Es la versión disimulada de Piterman.

Para algo cierto que ponen, aparte de los resultados de los partidos...

Pelelegrini ya le llaman.

B-)

Pelelegrini ya le llaman.

B-)

Este va para post del año. Joder lo que me he reido... ¬¬;( ;(

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JAJAJAJAJA, ya ni se cortan.

Editado por RaiKeN

¿El Barça tuvo ayudas ayer? ¬¬

No vi mucho el partido pero lo poco que vi se ve que le quitaron un gol legal al Dinamo.

No vi mucho el partido pero lo poco que vi se ve que le quitaron un gol legal al Dinamo.

No sé, en una toma que ví igual sí que podía ser fuera de juego.

No estaba del todo claro.

El que sí tuvo ayudas fué el Sevilla.

Vaya penalti de libro no pitado, que además hubiera sido roja.

Y el penalty de Baldes a Milevsky???

A mi me pareció claro.

Bueno, si contamos que no pito un penalty a favor del Barça...

Y ojo, otras perlas en la portada:

- 31 votantes del COI tienen vínculos con España (Ya ganamos fijo).

Por cierto, a saber que será esa foto gafe...

He leído este artículo y me he animado a colgarlo aqui:

Los árbitros, la prensa y el Barcelona

Cuando uno acude a determinados museos, y pasea por las salas sobre cuyas paredes están colgadas algunas de las más maravillosas obras de arte de la historia, le aborda una sensación de indecible trascendencia. Ya sea por la indefinible belleza reflejada en ellas o por su terrible y fascinante fealdad, porque son un canto a la vida o una reflexión trágica sobre la muerte, porque conmueven o inquietan, porque sientes necesidad de pasar ante ellas toda tu vida o huir del lugar en que se encuentran lo más rápido posible, el caso es que frente a esas obras uno siente que atiende a realmente grande, algo único cuya presencia toca las fibras más profundas de tu ser. Lo mismo sucede con las grandes obras de la literatura –libros en los que se vertió la esencia de la misma condición humana-, del cine, de la arquitectura o, incluso, del cine, el cómic y, hoy en día incluso, los videojuegos.

Estas creaciones capaces de despertar en nosotros sentimientos puros, reflexiones urgentes, sensaciones inaplazables, son muy escasas. En todo el mundo, o lo que es lo mismo, en toda la historia de la humanidad, se pueden contar, como mucho, por decenas. Por más que hayan sido millones los artista, escritores, arquitectos, poetas, cineastas, etcétera, que han dedicado sus vidas enteras a intentar crear una de estas obras únicas, fueron muy pocos los que lo consiguieron de verdad. El resto, quedó en meras aproximaciones; obras válidas, sin duda, pero que, a diferencia de esas pocas selectas, no bastan por sí mismas para dar sentido a una vida entera dedicada a la creación.

Cuando estamos ante una de estas obras, y sentimos todo lo descrito, tendemos a pensar que todos aquellos que se detengan ante las mismas -las lean, las vean o las palpen- sentirán lo mismo que nosotros. Sin embargo, no es así. De hecho, estas obras no nacieron como las grandes creaciones que hoy entendemos que son. Al contrario, en su momento, muchos de los creadores de estas piezas tuvieron que enfrentarse no sólo a la incomprensión de la sociedad en la que vivían –un mal menor, sin duda-, sino, lo que es peor, a las envidias burlas, rencores, ataques y críticas malintencionadas de aquellos que, en teoría, por amar el mismo ámbito creativo que ellos cultivaban, deberían de comprenderles mejor: otros creadores (y comentaristas, críticos o historiadores). Aquellos ataques que nuestros creadores tuvieron que sufrir –a veces hasta la absoluta desesperación, hasta el autoconvencimiento de que habían fracasado estrepitosamente-, obviamente, nada tenían que ver con sus obras o con ellos mismos, sino que tenían su origen en el mismo crítico, en sus envidias, en intereses inconfesables o, más simplemente, en su soberana idiotez. De este modo, el crítico, aún consciente de que se encontraba ante obras únicas e irrepetibles, no podía asumirlo, pues hacerlo era reconocer, indirectamente, su propia miseria, la nadería de sus discursos, su profunda equivocación, y volcaba en el creador, que nada había hecho para merecerlo, toda su maldad y capacidad destructiva.

Igualmente, hoy día, aun cuando ya nadie osa siquiera poner en duda la grandeza de estas piezas únicas, hay personas que son absolutamente impermeables a su grandeza. Ante éstas, siento lástima. Es una de las más graves y tristes enfermedades del espíritu humano, la incapacidad de sentir ante las creaciones ajenas, que, además, creo que no tiene fácil cura. Sin embargo, los que de verdad me repugnan son los anteriores: aquellos que, aún sabiendo que atienden a algo grande y único, lo niegan, intentando desacreditar de todas las maneras posibles la obra ante la que se encuentran, esa misma que a otros inspira excelsos sentimientos y a ellos solo envidia, asco, y sentimientos míseros.

Salvando las (enormes) distancias –no soy tan feliz como para ubicar al mismo nivel las grandes creaciones de la humanidad con el juego de un equipo de fútbol-, esto mismo lo estamos viendo este año y el anterior con el juego del FC Barcelona. Cualquier persona que ame este deporte puede entender, sean cual sean sus colores, que la manera de desplegarse sobre el verde de los hombres de Guardiola es, no cabe otra palabra, admirable. Yo al menos –y he visto mucho fútbol-, no recuerdo un equipo que mostrase tantos recursos –tanto individuales y colectivos-, que dominara con tanta superioridad cada acontecimiento del juego, que hiciera tan fácil lo difícil, hasta el punto de hacer posible lo inconcebible. No lo digo yo. Lo dicen también los resultados y una amplísima mayoría de aquellos que han podido ver jugar a este equipo, sean aficionados o profesionales, rivales o amigos.

Sin embargo, hay algunos que no sólo se resisten a admitirlo –algo totalmente legítimo-, sino que utilizan toda su energía en intentar destruir aquello que los demás admiran. Éstos, invierten todo su talento en negar el ajeno, en desacreditar –con medias verdades y falsedades evidentes- todo lo posible aquello que tanto odian. Como enfermos obsesos, vigilan cada detalle, construyendo conspiraciones allá donde solo hay hechos aislados. Ocurrió, como he escrito en la larga introducción, con los grandes de la literatura y el arte –a quienes algunos contemporáneos acusaron de beneficiarios del poder, de enchufados, de robar ideas ajenas, y mil una más cuestiones que en nada matizan, empero, la grandeza de las obras que legaron a la posteridad- y ocurre hoy, salvando de nuevo las distancias, con este irrepetible equipo blaugrana.

Pero, como sucedía con aquellos artistas, nada tiene que ver el propio equipo con estas diatribas. Al contrario, éstas solo nacen de la necedad del escribiente de turno, que, incapaz de reconocer la virtud ajena, y amarillo de enfermiza envidia, sólo sabe vomitar bilis en la hoja en blanco, legando al lector y a la posteridad –lo escrito, escrito queda- un lamentable retrato de sí mismo, no de aquello sobre lo que cree escribir. Qué profunda vergüenza pasarían los articulistas de turno de AS o Marca leyéndose a sí mismos dentro de unos años, cuando el equipo de Guardiola solo sea ya un recuerdo, una brillante página en la historia, y vieran cómo sus crónicas día sí día también se excusaban falsamente en los árbitros para desacreditar a este equipo, si realmente tuvieran dos dedos de frente o un mínimo sentido de deontología profesional, es algo incalculable. Claro está, como decimos, si tuvieran realmente un mínimo de consideración hacia su profesión, sus textos, sus lectores o, lo que es más importante, hacia sí mismos. Porque uno duda, de verdad, que quien dedica todo su talento a algo tan estúpido como desacreditar con argumentos conspiratorios que rozan lo paranoico, el mérito de un equipo que juega como éste, tenga cierta consideración no ya hacia quién le lee o eso tan abstracto de “la profesión”, sino incluso de sí mismo.

A mí, al menos, estos escribientes me dan qué pensar. Leyéndoles, dudo. A veces pienso que quizá es sólo la nómina lo que les importa: mantener a toda costa su columna, en estos tiempos de crisis. Entonces les respeto. Todo trabajo es en parte prostituirse, y nada malo tiene escribir algo que no se piensa (o se piensa solo con las “euronas”, no con las neuronas), si con ello se da de comer a un hijo. Otras veces me pregunto si será que se deben (o temen, quién sabe) al forofo más extremo, a ese capaz de desheredar al hijo que le sale de otro equipo, ese que lanza su sueldo cambiado en monedas al árbitro, que no duda en soltar su puño a la cara de quien lleve otra bufanda que no sea la de su club. Igual es que no se atreven a llevar la contraria a estos personajes, tan abundantes, por desgracia, en nuestro fútbol. Entonces, me dan pena. Otras, creo que lanzan tanta bilis por mera maldad y diversión insana. Entonces, me dan asco. Pero, por más que lo intento, lo que nunca he llegado a concebir es que realmente piensen lo que escriben. Me resisto a creer esto último por convencimiento filosófico: simplemente no puedo creer que exista gente tan estúpida.

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