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El holandés errante

Respuestas destacadas

Capitulo I

El chico solitario

Era de noche. El chico, temblando por el frío estival que arremetía contra la ciudad en las noches de verano, miró a su alrededor. Las sucias fachadas de los edificios no parecían muy acogedoras; algunas tenían los cristales de las ventanas rotos, y estos brillaban débilmente reflejando una tilitante luz que surgía de las farolas; la pintura de muchas puertas estaba desconchada, y junto a unos portales se acumulaba la basura. El chico, fijando la mirada en una zona donde las cajas rotas y llenas de mugre se situaban al lado de los rebosantes contenedores de desperdicios, vio una manta y una caja colocadas de manera poco casual. Suspiró. Al menos tendría donde pasar la noche.

Caminando lentamente, se acercó, mientras las débiles luces de las farolas iluminaron su rostro. Era bajito, de tez blanca y moreno. Sus ojos verdes brillaban con una fuerza que reflejaba un antiguo esplendor. Tenía la cara sucia, sin lustre y una nariz prominente sobresalía encima de unos labios cortados por el viento.

El chico, bordeando la caja y la manta, observó alrededor escudriñando la oscuridad con la ayuda de la débil luz de las farolas. Todo estaba en calma, y con una mueca de asco, cogió la manta. Olía a sudor, a alcohol y a tabaco, y sus bordes estaban deshilachados. Con gesto compungido, se introdujo en la caja y se tapó con la manta. Al rato, se quedo dormido, pensando en que sucedería si el inquilino de la improvisada vivienda volvía y se lo encontraba ahí.

Un grito le despertó. Corriendo por la solitaria calle, un hombre rechoncho y con cara de pocos amigos levantaba el puño amenazante. El chico pegó un bote en la sucia caja y se levantó. Estaba preparado para echar a correr, cuando, para su sorpresa, vio que el hombre empezaba a dar tumbos por la calle, hasta caerse. Con cara de extraño, el chico se acercó. El inquilino de su vivienda, o eso pensaba el, respiraba entrecortadamente y exhalaba por la boca un aliento con un cierto olor a whisky. Vestía una gabardina raída y en un bolsillo sobresalía una petaca. El muchacho, sonriendo por su suerte, se acercó y cogió la sucia petaca, que como el hombre, olía a una mezcla de whisky y vino tinto. Quitó un poco de su capa de mugre ayudándose en la ropa del hombre, y se la guardó en el bolsillo. Sonrió. Por la mañana había un mercadillo diario a no más de veinte manzanas de allí. Quizás, si encontraba un buen vendedor, podría sacar algo de dinero y llevarse algo a la boca. En ese justo instante se acordó de su padre y de como iba con el al mercadillo de Brandenburg, como en realidad se llamaba, aunque la gente del lugar prefería llamarlo “El mercado de la vieja”, debido a la afluencia de mujeres de más de setenta años que buscaban chollos y rebajas. Una lágrima surcó su mejilla. No, no era lo que quería acordarse de sus padres en ese justo momento. Primero, debía ganarse la vida. Ya tendría tiempo para lloros después. Se levantó de al lado del borracho y se restregó los ojos con los nudillos secando la solitaria lágrima. Intentando sonreír para que ninguna rebelde lágrima se desprendiese de su ojo y, tapado con la manta que había cogido prestada al hombre, que aun descansaba sobre la polvorienta calzada, echó a caminar. Hoy, por fin, comería.

*Nota aclaratoria: cualquiera que vea parecido entre la excelente historia de Piopio y esta, que sepa que una no tiene nada que ver con la otra. Las dos tratan de chicos jóvenes, es cierto, pero como podéis comprender, no puedo hacer una historia de un hombre de treinta años que llega a ser futbolista.

Si veis a la historia falta de fútbol, tranquilos, que en los siguientes episodios ya empezaremos el tema bien. Espero que os guste y que disfrutéis de ella igual que yo he disfrutado escribiéndola.

Saludos!

Editado por Dutchman

tee siigoo mucha suerte

Intentare leerte, a ver como se relaciona este chico con el fútbol.

Por cierto, no es Propio, es PioPio. xD

  • Autor

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Roman6

Gracias y bienvenido!

Andrew

Eso ha sido un pequeño error de imprenta xD Pronto sabremos como le va en este mundillo. Saludos!

  • Autor

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Capitulo II

Ruud Jannsen

El chico siguió corriendo. Casi había llegado. Había corrido durante más de una hora para llegar a “El mercadillo de la vieja” y estaba a punto de conseguirlo. Doblo la esquina y lo vio. Una maraña de puestos descolocados yacía delante de sus ojos y el griterío de los tenderos, que intentaban anunciar sus productos para llamar la atención de una muchedumbre que se apelotonaba delante de los puestos más grandes y con los precios más baratos. El muchacho dobló la cintura y tomo aire, respirando entrecortadamente intentando devolver a su corazón el ritmo cardiaco normal. Escupió en el suelo, todavía con flato, y volvió a erguirse. Era hora de hacer negocios.

El chico se adentró en la muchedumbre, buscando el puesto que necesitaba. Había estado observando la petaca, y había visto que era de piel. En una fuente cercana la había lavado, devolviendo cierta lucidez a esta. Sabía que la piel de ternera, el material del que estaba hecho la petaca, se vendía bien en Holanda. Necesitaba un curtidor, y lo necesitaba ya. Si no tomaba algo pronto, probablemente se desmayaría.

Con esos pensamientos en la cabeza, observó un puesto que estaba abarrotado de ropa de segunda mano. Las camisetas se amontonaban con las gabardinas y unos carteles con diversas faltas de ortografía anunciaban los precios de los productos. Observó uno de los carteles, donde ponía que se compraba y vendía piel, y sonrió. Por fin lo había encontrado.

El hombre que regentaba el puesto de pieles era un individuo bajo y muy desproporcionado: tenía hombros muy anchos y brazos muy largos, lo cual, sumado a sus relucientes ojos castaños, al áspero y corto cabello y al rostro lleno de arrugas, lo hacía parecer un mono viejo y fornido. El individuo portaba un cuchillo en su mano derecha y observó al chico.

- Vienes a vender ¿eh? - dijo el anciano, observándolo con ceño

- Si - asintió el chico - Usted regenta el puesto ¿me equivoco?

- En absoluto - respondió el hombre, mientras dejaba el cuchillo en un cajón y observaba la petaca que el chico sujetaba en la mano - ¿Cómo te llamas, muchacho?

- Ruud, señor. Ruud Jannsen - dijo el chico - me preguntaba si aquí comprarían pieles.

Tengo aquí una petaca de piel, que me gustaría que me la tasara.

- A mi me puedes llamar Roel - dijo el anciano, observando la petaca - Déjame ver - Ruud se la entregó.

El anciano contempló la petaca con detenimiento. La observó desde todos los ángulos, oliéndola y pasando el cuchillo por ella, sin llegar a cortarla, para calcular la consistencia de la piel. Finalmente, y tras susurrar para si unas palabras, asintió.

- Piel de ternera, una piel fina, pero dura. Lástima de la suciedad - observó Roel, sin dejar de mirar la petaca. Levantó la vista hacía Ruud - te doy cuarenta céntimos por ella.

- ¡Cincuenta!

- ¡Cuarentaydos!

- ¡Cuarentayocho!

- ¡Cuarentaytres!

- ¡Cuarentayseis!

- ¡ Cuarentaycuatro!

- ¡Cuarentaycinco!

- Hecho - el anciano sonrió, y sus rasgos de mono se acentuaron más. Ruud se contuvo para no tirarle un cacahuete, cuando se dio cuenta que no tenía. Roel cogió la petaca, mientras sacaba una bolsa de su bolsillo. La abrió y esparció su contenido por la palma de la mano. Contó el dinero y se lo entregó a Ruud.

- Un placer hacer contigo negocios - dijo el anciano, volviendo a coger el cuchillo y observando de nuevo su adquisición

- Lo mismo digo - respondió Ruud - Adiós

Si Ruud esperaba respuesta, el anciano no se dio cuenta, porque le dio la espalda y empezó a murmurar palabras ininteligibles mientras buscaba un sitio donde guardar la petaca. El chico le observó un momento con renovado interés y se volvió, buscando un puesto donde se vendiese pan. Un hombre joven, de unos veinticinco años de edad, de complexión atlética pasó por delante de el y se dirigió fuera del mercadillo. Sin prestarle mucha atención, Ruud oteó con la mirada el mercadillo, y pronto encontró lo que buscaba. Un humo grisáceo salía de un puesto bastante grande y un olor a pan recorrió su nariz, haciendo ronronear a su estomago. Sin esperar un momento, corrió hacía el puesto. Una multitud de viejas se agolpaba en una fila, esperando su turno. El chico, impaciente, se colocó en la fila y espero a que le llegase el momento de comprar el pan. Cuando a los cinco minutos (que a Ruud le parecieron cinco horas) le tocó a el, una mujer de mediana edad de cara regordeta y expresión de asco le atendió.

- ¿Qué quieres? - dijo la mujer, con una voz enfadada y que sonaba a hombre

- Una barra de pan - dijo Ruud, observando las pistolas que llenaban una cesta de mimbre - De esas - señaló

- Espera jovencito - dijo la mujer - ¿Tienes el dinero?

- Tengo cuarentaycinco céntimos - respondió el chico, con expresión sorprendida. Normalmente le daban lo que pedía y luego le pedían el dinero, cuando Ruud pensó en su poco favorable imagen “Necesito una ducha” pensó.

- Pues vas listo, porque esas barras cuestan cincuenta céntimos - dijo la mujer con expresión adusta.

- Pero...

- ¡Nada de peros, fuera de aquí! - gritó la mujer - ¡Hay gente esperando la cola!

La mente del chico empezó a pensar. Observó a la mujer, luego al pan y de nuevo a la mujer. En un abrir y cerrar de ojos, Ruud cogió una barra de pan y echó a correr, derribando a dos mujeres que esperaban la cola

- ¡Al ladrón! - dijo la mujer, saliendo de la tienda, junto con sus dos compañeros, que echaron a correr, intentando alcanzar al chico - ¡Al ladrón!

Ruud, sorteando la multitud de puestos que abarrotaban el mercado. Cubriéndose con la cabeza con una mano para protegerse de los destrozos que el mismo provocaba, Ruud cada vez le sacaba más distancia al chico. Doblando la esquina, paso por delante de una calle poco transitada, que se dividía en dos bifurcaciones. El chico siguió corriendo, sin prestar atención a los gritos y maldiciones dirigidas a el que soltaban sus perseguidores.

Pasando por delante de unos portales desvencijados, una mano le sujetó y le introdujo en uno de ellos. Le tapó la boca con la mano y le ocultó en las sombras. Ruud miró a su captor y observó con sorpresa que se trataba del mismo joven de veinticinco años que había pasado por delante de el en el mercado. Bajando la vista, observó como sus dos perseguidores pasaban de largo. El hombre le soltó y Ruud intentó echar a correr, pero el hombre, más fuerte que el, le sujetó.

- Espera chaval - dijo el hombre, sonriendole. Ruud se calmó un poco - Te he estado observando. Eres un rayo chaval.

- ¿Quién eres? - dijo Ruud

- Luego te lo cuento. Pero primero, una pregunta - sonriendo, el hombre clavo sus ojos oscuros en las pupilas verdes de Ruud - ¿Te gustaría jugar al fútbol?

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Capitulo III

Conociendo Apeldoorn (I)

- ¿Cómo? - Ruud miró al hombre con cara de extraño - ¿A qué viene esto?

- A que puedes ser muy bueno chaval - el hombre miró a un lado y a otro, intentando atrapar con la mirada a algún observador - Mira, te he estado viendo mientras robabas el pan. Eres rápido y sorteas las cosas con facilidad ¿tu sabes lo que vale eso en el fútbol?

- P...Pero, yo soy huérfano, no tengo a nadie - balbuceó Ruud - No puedo jugar

- Vamos ¿crees que no tenemos unas viviendas de juveniles para casos como estos? - respondió exasperado el joven - Además, puedes llegar lejos chaval.

Ruud se calló un momento. Lo cierto es que la idea le atraía. Siempre le había gustado el fútbol y desde muy pequeño su padre le llevaba a ver partidos del Ajax de Amsterdam. Pero por otro lado no podía fiarse de un desconocido que le había atrapado en un portal a oscuras obligándole a que no gritara. Miró al joven, desconfiado.

- ¿Y cómo me puedo fiar de ti? - pregunto el chico

El joven sonrió, como si la pregunta no le hubiese pillado desprevenido. Rebuscó en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó su cartera. Abriéndola, enseñó a Ruud un carnet donde claramente se leía “John Aelbrecht, Asesor de juveniles” y debajo de la foto del chico había marcado un escudo que Ruud no pudo identificar.

- Asesor de juveniles del AGOVV, Eerste Divisie - dijo el joven - ¿Te suena?

- Pues la verdad es que no - confesó Ruud - No solía seguir los partidos de la segunda división

- Pues a partir de ahora lo harás. Si es que aceptas, claro...

- No me queda otro remedio. Me fiaré de ti, porque sino, me voy a morir de hambre.

- Así me gusta chaval - el joven se dio la vuelta y observó la solitaria callejuela - Vamos, podemos salir.

Ruud asintió y siguió al joven. Salieron de la callejuela y la luz del sol golpeó en toda la cara al chico, que tuvo que protegerse los ojos de los rayos levantando una mano. El joven echó a andar a zancadas y Ruud tuvo que correr varias veces para no perder el ritmo. Siguieron andando media hora, mientras la gente que se cruzaba con ellos miraba a la pareja con extrañeza. Ruud vio como el joven que lo acompañaba doblaba la esquina y se paraba, sonriendo. Le llamó con un gesto para que se acercara.

- Aquí vivirás - dijo el joven

Ruud soltó una exclamación de asombro y contemplo el recinto futbolístico del AGOVV. Un majestuoso estadio se alzaba ante el, cubriéndolos con una sombra de más de cien metros de longitud. La gente se agolpaba frente a las taquillas de venta de entradas, mientras que los vendedores ambulantes anunciaban a gritos sus productos y sus precios. A la derecha de las taquillas había un cartel que anunciaba el partido amistoso que iba a disputar el equipo aquella misma tarde, con el escudo de los anfitriones al lado del de los visitantes. Esta vez, Ruud si reconoció el escudo.

- ¡Ha venido a jugar el Barcelona! - exclamó sorprendido - ¿Podemos pasar a verlos?

- Me temo que tu aspecto no ayuda mucho - observó el joven - Lo verás por la televisión del club, pero primero debo enseñarte las instalaciones, presentarte a tu compañero de habitación y obligarte a que te quites el tufo que despides.

Ruud lo miró con cara de decepción y siguió al joven hasta la entrada al estadio. El guardia le dedicó una larga mirada, mientras su acompañante sacaba de su cartera el carnet que le había enseñado antes. El guardia habló dos palabras con el y asintió, dejándoles pasar. La pareja se dirigió dentro del estadio hacia una especie de oficinas. Mientras su acompañante hablaba con una chica de gafas cuadradas que tenía bastante pinta de secretaría, Ruud observó diversas fotos del club que se agolpaban frente a diplomas y pequeños trofeos. Una foto resaltaba delante de las demás, y Ruud se fijo en que un joven Huntelaar levantaba una pequeña bota de metal mientras el letrero de abajo rezaba “Klaas Jan Huntelaar - 26 Goals 04/05”. Ruud lo observó, extrañado. No sabía que su ídolo hubiese jugado en el AGOVV. Sonrió. Ojala pudiera igualarle.

Su acompañante, que parecía haber arreglado unos asuntos con la secretaría, le llamó para que se acercara. La secretaría le sonrió y le preguntó su nombre.

- Me llamo Ruud Jannsen Bruger - respondió el chico

La secretaria asintió y sacó una cámara de su bolsillo, con lo cual tomó una foto al sorprendido Ruud. Cuando hubo terminado esto, empezó a teclear frenéticamente la pantalla del ordenador, a la que se acercaba para ver lo que escribía. Pulsó una tecla y la impresora que tenía a su lado se comió un papel que volvió a sacar a los diez segundos. La secretaría cogió un Cutter y cortó el carnet, que como se imaginaba Ruud, sería para el. En un abrir y cerrar de ojos lo corto y lo plastifico, abriendo un agujero en el plástico por donde introdujo una cadena de tela. Habiendo terminado se lo alcanzó al chico, que lo cogió y lo observo. Una foto suya descansaba al lado de su nombre y una inscripción rezaba “Equipo juvenil. Entrenador: John Aelbrecht Rjters”. El joven le llamó, dejando atrás a la secretaría. El joven se dirigió a el

- Creo que ha llegado la hora de enseñarte todas las instalaciones. Como habrás podido comprobar, me llamo John y soy tu entrenador personal. No tendrás respiro. Quiero que te conviertas en el mejor jugador del equipo.

Editado por Dutchman

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