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El kiosco de FMSite

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Se me ha ocurrido que podríamos usar este rincón para compartir artículos que nos parezcan interesantes, ya sea de periódicos, blogs, revistas, etc...la idea es recopilar aquellos artículos que creáis que vale la pena leer (normalmente cosas que se alejen de las noticias puras y duras) y que a veces se nos escapan en la vorágine diaria de medios de comunicación a la que estamos sometidos.

Para empezar os propongo éste interesante artículo de El País sobre el "Otro Madrid", y la cara que podrían tener algunos de sus edificios más emblemáticos, si hubieran ganado otros proyectos que se presentaron a concurso :

http://www.elpais.com/articulo/madrid/Madrid/perdedores/elpepiespmad/20110326elpmad_2/Tes

Un artículo de Pérez Reverte de rabiosa actualidad cada día...Dice verdades como puños, aunque bien lo dice sentado desde su butaca y ganando millonadas por publicar libros, hacer exposiciones y dar conferencias.....

En todo caso, buena iniciativa Zoiberg.

Hay un problema laboral del colectivo de controladores aéreos que afecta al 1,2% de la población española (600.000 personas) y casi todos saltáis como energúmenos pidiendo hasta el linchamiento de ese colectivo cuando el día anterior hacen otra reforma del sistema laboral más restrictiva, quitan los 420 euros de ayuda a 688.000 parados que están en la ruina y anuncian cambios drásticos a peor en la ley de pensiones que afectan al 80% de la población y nadie se indigna ni dice nada. ¿Sois idiotas?

Estáis pidiendo a gritos al Gobierno que se apliquen medidas que quitan el derecho a la baja laboral, a los permisos retribuidos y a las horas sindicales, sacar militares a la calle ¿sois idiotas?

Estáis leyendo que mintieron en los vuelos de la CIA, en el caso Couso, que González era la X del GAL, que gente del PP cobraba de la trama Gürtel, que hay políticos que cobran más de 230.000 euros al año, pero que nos cuestan más de 3 millones de euros, que la corrupción en la política no es excepción, sino norma, que ellos mismos se adjudican el derecho a cobrar la jubilación máxima con pocos años en las Cortes y a nosotros nos piden 40 de cotización, banqueros que consiguen del gobierno medidas duras contra los trabajadores y que tenían que estar en la cárcel por delitos demostrados de fraude fiscal y no decís nada, os quitan dinero para dárselo a esa gente que cobra cientos de miles de euros año, especula con nuestro dinero, defrauda a Hacienda y seguís callados ¿sois idiotas?

Tenéis una monarquía que se ha enriquecido en los últimos años, que apoya a los poderosos, a EEUU, a Marruecos y a todo lo que huela a poder o dinero, hereditaria como en la Edad Media ¿sois idiotas?

En Inglaterra o Francia o Italia o en Grecia o en otros países los trabajadores y los jóvenes se manifiestan hasta violentamente para defenderse de esas manipulaciones mientras en España no se mueve casi nadie ¿sois idiotas?

Consentís la censura en los medios de comunicación, la ley de partidos, la manipulación judicial, la tortura, la militarización de trabajadores sólo porque de momento no os afecta a vosotros ¿sois idiotas?

Sabéis quién es toda la gentuza de las revistas del corazón, futbolistas supermillonarios pero jamás escucháis a nadie como Saramago o Chomsky u otros mil intelectuales veraces y comprometidos con vuestros problemas ¿sois idiotas?

Si mucha gente responde sí, aún nos queda un poco de esperanza de conseguir acabar con la manipulación de los políticos y poderosos.

Si la mayoría contesta no, entonces estamos jodidos.

EL GOBIERNO: Ha bajado el sueldo a los funcionarios, suprimido el cheque-bebé, congelado las pensiones y reducido la ayuda al desempleo, (EL PARO), para afrontar la crisis que han generado los bancos los políticos y los especuladores bursátiles.

Nos gustaría transmitirle al Gobierno lo siguiente:

Dediquen su empeño en rebajar LA VERGÜENZA DEL FRAUDE FISCAL,que en España se sitúa alrededor del 23% del P.I.B. (10 puntos por encima de la media europea) y por el que se pierden miles de millones de €uros, fraude que repercute en mayores impuestos para los ciudadanos honestos.

TENGAN LA VERGÜENZA de hacer un plan para que la Banca devuelva al erario público los miles de millones de euros que Vds. les han dado para aumentar los beneficios de sus accionistas y directivos; en vez de facilitar el crédito a las familias y a las empresas, erradicarlas comisiones por los servicios bancarios y que dejen de cobrar a los españoles más humildes €30.01, cada vez que su menguada cuenta se queda sin saldo. Cosa que ocurre cada 1º de mes cuando les cargan las facturas de colegios, comunidades, telefonía, Etc. y aun no les han abonado la nómina.

PONGAN COTO a los desmanes de las empresas de telefonía y de ADSL que ofrecen los servicios más caros de Europa y de peor calidad.

ELIMINEN la duplicidad de muchas Administraciones Públicas, suprimiendo organismos innecesarios, reasignado a los funcionarios de carrera y acabando con los cargos, asesores de confianza y otros puestos nombrados a dedo que, pese a ser innecesarios en su mayor parte, son los que cobran los sueldazos en las Administraciones Públicas y su teórica función puede ser desempeñada de forma más cualificada por muchos funcionarios públicos titulados y que lamentablemente están infrautilizados.

HAGAN que los políticos corruptos de sus partidos devuelvan el dinero equivalente a los perjuicios que han causado al erario público con su mala gestión o/y sus fechorías, y endurezcan el Código Penal con procedimientos judiciales más rápidos y con castigos ejemplares para ellos.

INDECENTE, es que el salario mínimo de un trabajador sea de 624 €/mes y el de un diputado de 3.996, pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 €/mes. Y bastantes más por diferentes motivos que se le pueden agregar.

INDECENTE, es que un profesor, un maestro, un catedrático de universidad o un cirujano de la sanidad pública, ganen menos que el concejal de festejos de un ayuntamiento de tercera.

INDECENTE, es que los políticos se suban sus retribuciones en el porcentaje que les apetezca (siempre por unanimidad, por supuesto, y al inicio de la legislatura).

INDECENTE, es que un ciudadano tenga que cotizar 35 años para percibir una jubilación y a los diputados les baste sólo con siete, y que los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesiten jurar el cargo.

INDECENTE, es que los diputados sean los únicos trabajadores (¿?) de este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo del IRPF.

INDECENTE,es colocar en la administración a miles de asesores = (léase amigotes con sueldos que ya desearían los técnicos más cualificados)

INDECENTE, es el ingente dinero destinado a sostener a los partidos y sindicatos pesebreros, aprobados por los mismos políticos que viven de ellos.

INDECENTE, es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (ni cultural ni intelectual).

INDECENTE,es el coste que representa para los ciudadanos sus comidas, coches oficiales, chóferes, viajes (siempre en gran clase) y tarjetas de crédito por doquier.

Indecente No es que no se congelen el sueldo sus señorías, sino que no se lo bajen.

INDECENTE, es que sus señorías tengan seis meses de vacaciones al año.

INDECENTE, es que ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan, son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del ERARIO PÚBLICO.

Y que sea cuál sea el color del gobierno, toooooooodos los políticos se benefician de este moderno "derecho de pernada" mientras no se cambien las leyes que lo regula.

¿Y quiénes las cambiarán? ¿Ellos mismos? Já.

Juntemos firmas para que haya un proyecto de ley con "cara y ojos" para acabar con estos privilegios, y con otros.

Haz que esto llegue al Congreso a través de tus amigos.

ÉSTA SÍ DEBERÍA SER UNA DE ESAS CADENAS QUE NO SE DEBE ROMPER, PORQUE SÓLO NOSOTROS PODEMOS PONERLE REMEDIO A ESTO, Y ÉSTA, SI QUE TRAERÁ AÑOS DE MALA SUERTE SI NO PONEMOS REMEDIO, está en juego nuestro futuro y el de nuestros hijos.

¿DONDE ESTÁ LA GENTE? .....

... TODOS ESOS QUE SE LEVANTAN EN MASAS PARA SEGUIR EL FÚTBOL Y NO SE MUEVEN PARA DEFENDER NUESTROS DERECHOS ?...

  • Autor

Muchas gracias por participar, Viggo. Ese manifiesto ya lo conocía, aunque permíteme decirte que en realidad no es de Pérez-Reverte, sino de alguien que escribe en un estilo muy parecido.

Muchas gracias por participar, Viggo. Ese manifiesto ya lo conocía, aunque permíteme decirte que en realidad no es de Pérez-Reverte, sino de alguien que escribe en un estilo muy parecido.

Leche, eso me pasa por no corroborar las fuentes y confiarme de todo lo que me envían al correo. Se lo comentaré al remitente, más que nada para que lo tenga en cuenta.

Saludos y gracias por la aclaración :nuse:

Les dejo mi aporte, me llegó al mail como a Viggo. LA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL (cortesía de la UNESCO). No es un artículo en particular pero espero que corresponda compartirlo por aquí. Saludos.

El acceso es gratuito y los usuarios pueden ingresar directamente por la Web , sin necesidad de registrarse.

Permite al internauta orientar su búsqueda por épocas, zonas geográficas, tipo de documento e institución.

El sistema propone las explicaciones en siete idiomas (árabe, chino, inglés, francés, ruso, español y portugués). Los documentos, por su parte, han sido escaneados en su lengua original.

Con un simple clic, se pueden pasar las páginas de un libro, acercar o alejar los textos y moverlos en todos los sentidos. La excelente definición de las imágenes permite una lectura cómoda y minuciosa.

Entre las joyas que contiene por el momento la BDM está la Declaración de Independencia de Estados Unidos, así como las Constituciones de numerosos países; un texto japonés del siglo XVI considerado la primera impresión de la historia; el diario de un estudioso veneciano que acompañó a Hernando de Magallanes en su viaje alrededor del mundo; el original de las "Fabulas" de Lafontaine, el primer libro publicado en Filipinas en español y tagalog, la Biblia de Gutemberg, y unas pinturas rupestres africanas que datan de 8000 A .C.

Dos regiones del mundo están particularmente bien representadas: América Latina y Medio Oriente. Eso se debe a la activa participación de la Biblioteca Nacional de Brasil, la biblioteca Alejandrina de Egipto y la Universidad Rey Abdulá de Arabia Saudita.

La estructura de la BDM fue calcada del proyecto de digitalización de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, que comenzó en 1991 y actualmente contiene 11 millones de documentos en línea.

Sus responsables afirman que la BDM está sobre todo destinada a investigadores, maestros y alumnos. Pero la importancia que reviste ese sitio va mucho más allá de la incitación al estudio a las nuevas generaciones que viven en un mundo audiovisual. Este proyecto tampoco es un simple compendio de historia en línea: es la posibilidad de acceder, íntimamente y sin límite de tiempo, al ejemplar invalorable, inabordable, único, que cada cual alguna vez soñó conocer.

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  • 4 meses más tarde...

Refloto el tema para postear un artículo que leí hace poco sobre la situación actual de la economía futbolera. Puede resultar algo denso, pero os recomiendo leerlo para reunir más datos sobre qué está pasando en nuestro fútbol y hacia dónde estamos yendo.

Blog --> decigarrasyhormigas

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Too Emotional to Fail por Manuel Illueca

4.000 millones de euros de deuda, 300 jugadores sin cobrar, 22 equipos en concurso de acreedores… Estos son algunos de los datos que ilustran la insostenible situación económica de los clubes de fútbol españoles. En cualquier otro sector de actividad no sería necesario recordar que las empresas deben ajustar sus gastos a la corriente de ingresos. Pero en el fútbol, lo obvio tiende a convertirse en una quimera. En parte debido a la exuberante preferencia por el gasto de los directivos. Y en parte porque, salvo honrosas excepciones, siempre vinculadas a equipos menores y con escasa visibilidad política, los gobiernos demuestran con hechos que no tienen intención alguna de dejar caer a los clubes insolventes. Puesto que nuestros equipos parecen ser Too Emotional to Fail y dado que el sentimiento futbolístico no parece disminuir sino aumentar con el paso del tiempo, convendría dotarnos de herramientas para minimizar los daños colaterales de las burbujas futbolísticas.

1. Sanciones deportivas por el impago de obligaciones financieras

La primera posibilidad consiste en introducir mecanismos para alinear los incentivos deportivos y financieros de los clubes. Ya que los equipos se endeudan para alcanzar objetivos deportivos, parece lógico privarles de los mismos en caso de default. En España, un convenio firmado por la Liga de Fútbol Profesional (LFP) y la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) establece la exclusión de las competiciones profesionales de aquellos clubes que dejen de pagar a sus jugadores. Y en las ligas amateurs, la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) sanciona el impago de las nóminas con descensos de categoría.

Aunque la reglamentación deportiva es clara con respecto a la morosidad, en la práctica las cosas son bien diferentes. Al objeto de favorecer la supervivencia de los equipos, los descensos administrativos quedan inmediatamente suspendidos cuando los clubes se acogen a la Ley Concursal. De este modo, un equipo que haya ascendido a primera división incurriendo en pérdidas millonarias, puede conservar la categoría y librarse del 50% de la deuda que mantiene con futbolistas y otros clubes. Por supuesto, esta situación genera un problema de azar moral, cuyas consecuencias son exactamente las que usted imagina. La asunción de riesgos financieros se ha disparado en los últimos años y cada vez más equipos acuden al Juzgado con la sana intención de adelgazar su pasivo a coste cero.

El anteproyecto de reforma de la Ley Concursal, actualmente en trámite parlamentario, pretende poner solución a este problema, evitando que los equipos en concurso se beneficien de la suspensión de los descensos por impago. Pero lamentablemente, y como corresponde al mencionado carácter quimérico de la obviedad futbolística, no hay consenso político a este respecto. Recientemente, el portavoz de deportes del Partido Popular declaró a la Voz de Galicia que “esa modificación resultaría sumamente peligrosa, porque si el equipo pierde la categoría nunca pagará y los perjudicados serán los deportistas, que no cobrarán sus salarios”. Confiemos en que finalmente impere la cordura y el borrador de la reforma se apruebe en los términos previstos, eliminando los incentivos de los clubes a acometer inversiones que sencillamente no pueden asumir. Gestionar un equipo de fútbol no puede seguir siendo un ejercicio de equilibrismo con red.

2. Poniéndole puertas al mecenazgo

Algunos analistas señalan que la situación económica de los clubes viene motivada por una inflación sin precedentes en los salarios de los futbolistas, debida en parte a la mejora de los contratos de televisión, pero fundamentalmente a aspectos ajenos a la lógica comercial del negocio. El mecenazgo y la expansión del crédito habrían generado desigualdades crecientes en la calidad de las plantillas, obligando a los clubes a gastar por encima de sus posibilidades para poder competir sobre el terreno de juego.

Con la intención de limitar las inyecciones de capital ajenas al negocio futbolístico, la UEFA aprobó en mayo de 2010 un paquete de medidas que bautizó con el nombre de Fair Play Financiero. En el futuro, la concesión de las licencias para participar en competiciones europeas quedará condicionada al nivel de déficit registrado por los clubes. En concreto, a partir de la temporada 2013/2014 aquellos equipos que acumulen más de 5 millones de euros de déficit durante los tres ejercicios anteriores a la solicitud de la licencia quedarán excluidos de la competición. No obstante, durante un periodo transitorio que se extenderá al menos hasta la temporada 2017/2018, se permitirá a los clubes compensar el déficit con aportaciones de los socios hasta un máximo de 10 millones por temporada [1].

Sin entrar a valorar la idoneidad de los objetivos propuestos, es evidente que la eficacia de la iniciativa depende de la calidad de la información contable suministrada por los propios clubes, a partir de la cual y en función de unas reglas concretas, la UEFA obtendrá el indicador de déficit que utilizará para resolver la solicitud de la licencia [2]. Obviamente, cualquier error -voluntario o no- cometido por los solicitantes al elaborar sus cuentas anuales podría afectar al requisito impuesto por la UEFA. ¿Jugarán limpio los clubes? La experiencia acumulada con respecto a este tipo de situaciones en otros sectores de actividad no resulta muy halagüeña. En banca, seguros y otras actividades no financieras sabemos que las empresas tienden a manipular las cifras contables para cumplir los requisitos exigidos por el regulador.

No disponemos de literatura al respecto en el mundo del fútbol, pero los antecedentes no invitan precisamente al optimismo. La cuota de mercado de las firmas internacionales de auditoría en los clubes de primera división es mínima. De hecho, alguna de estas firmas se ha desmarcado públicamente del sector por el elevado riesgo de auditoría que comporta. Y las cifras reportadas en las cuentas anuales suelen generar una gran controversia. A modo de ejemplo, recuerden el episodio de la aprobación de las cuentas anuales del Barça, correspondientes a la temporada 2009/2010. La discrepancia entre la cifra de beneficios publicada por la Junta Directiva saliente y la finalmente aprobada por el nuevo equipo directivo alcanzó la cifra de 89 millones de euros, ¡tres veces el tope máximo de déficit permitido para un periodo de tres años!

De ahí la importancia que la UEFA otorga a la elección del auditor de cuentas por parte de los clubes que aspiran a participar en competiciones europeas. La normativa recientemente aprobada les obliga a contratar a un profesional independiente inscrito en el registro de la IFAC (International Federation of Accountants). Permítanme que sea escéptico. ¿Se imaginan ustedes al auditor de cuentas del Real Madrid manteniéndose firme en la aplicación de un criterio de valoración contable a resultas del cual el equipo quedara excluido de la Champions League?

3. Un nuevo vector de objetivos

Mientras la UEFA comprueba si es capaz o no de ponerle puertas al campo, una revolución silenciosa amenaza con introducir cambios de hondo calado en el gobierno corporativo de los clubes de fútbol. Los aficionados de base empiezan a organizarse para ganar influencia en la gestión de los equipos. En el Reino Unido, una iniciativa del gobierno laborista dio lugar a la creación en enero de 2000 de Supporters Direct, una organización de ámbito privado que asesora a los fans a la hora de constituir asociaciones de pequeños accionistas. En Alemania, los clubes se estructuran como Verein, asociaciones que gozan de un estatuto jurídico independiente y pertenecen al menos en un 51% a los aficionados. Y en España, cabe recordar que los equipos de fútbol también operaban como asociaciones hasta la entrada en vigor de la Ley del Deporte de 1989.

Lógicamente, estas iniciativas no pretenden retroceder a tiempos pretéritos en que los abonados cambiaban presidentes desde la grada a golpe de pañuelo. Se trata simplemente de que los clubes reconozcan que su objetivo no consiste únicamente en ganar partidos, sino también en dar satisfacción a su hinchada, promoviendo unos valores éticos con los cuales la gente se pueda identificar, fijando precios razonables y horarios decentes, desarrollando el fútbol base y convirtiendo el estadio en un lugar adecuado para invertir el tiempo de ocio en compañía de familiares y amigos. Un artículo reciente, firmado por los profesores Madden y Robinson de la Universidad de Manchester [3], demuestra teóricamente que al aumentar la influencia de los aficionados en la gestión de los clubes, el gasto en jugadores disminuye, los precios son más asequibles y la asistencia de público a los encuentros aumenta. Ello explicaría por qué la Bundesliga, cuyos clubes pertenecen a los aficionados, es la competición con mayor presencia de espectadores en las gradas y, al mismo tiempo, la menos endeudada de Europa.

En Valencia…

Los dos clubes más representativos de la ciudad de Valencia, Levante UD y Valencia CF (por orden de antigüedad), cuentan con la herramienta perfecta para poner en práctica una gestión consensuada con la afición. Tanto la Fundación Cent Anys como la Fundación del Valencia CF, ostentan un porcentaje mayoritario de las acciones, que podrían utilizar para imponer estrategias más ligadas a los objetivos extradeportivos de los aficionados, cuyos intereses en teoría defienden. No obstante, los miembros de ambos patronatos han sido nombrados directamente por los consejos de administración de los clubes, sin que hasta la fecha, los aficionados hayan podido elegir directamente a sus representantes. En definitiva, existe la herramienta pero todavía no la voluntad política de incorporar a la función de objetivos de los clubes valencianos argumentos distintos de la mera maximización de las victorias deportivas.

Sin embargo, y como demuestra el caso alemán, promover la dimensión social del fútbol no es sinónimo de pérdidas, sino muy probablemente una condición necesaria para la recuperación del sector. En palabras de José Luis Arnaut, ex-ministro portugués y autor de un informe sobre las perspectivas del futbol europeo, que fue elaborado en 2006 con el patrocinio de la Comisión Europea: “Si los aspectos relativos al gobierno corporativo de los clubes no son abordados de forma urgente, existe el riesgo de que los clubes de fútbol pasen a manos inapropiadas, los auténticos valores del deporte quedarán erosionados, y el público mostrará una desafección creciente hacia este precioso juego“.

[1] Las aportaciones no podrán tener la forma de préstamos al club, siendo en todo caso ampliaciones de capital o aportaciones para compensar pérdidas. En la temporada 2013/2014 se permitirá a los propietarios compensar pérdidas de hasta un total de 45 millones de euros acumuladas en los DOS ejercicios anteriores a la solicitud de la licencia. En la 2014/2015, se conservará el mismo límite de 45 millones, pero referido a los TRES ejercicios anterioresa la solicitud. A partir de la temporada 2015/2016, y hasta la 2017/2018, las pérdidas acumuladas en los tres ejercicios anteriores podrán alcanzar hasta un máximo de 30 millones de euros. A partir de la temporada 2018/2019, se prevé una reducción adicional del límite máximo de déficit todavía pendiente de determinar.

[2] La UEFA define el déficit de los clubes a partir del resultado contable del ejercicio, eliminando algunas partidas (por ejemplo, la amortización del inmovilizado material o los gastos de formación de futbolistas) y ajustando otras a valor razonable. Uno de los aspectos más destacados de la normativa propuesta es el tratamiento otorgado a los contratos de patrocinio entre los clubes y cualquier persona o empresa vinculada a los mismos. A la hora de calcular el déficit, la UEFA podría ajustar estos contratos a la baja, computando únicamente como ingreso su valor razonable. De este modo, el Villarreal CF por ejemplo no podría reducir su déficit firmando un contrato millonario de patrocinio con cualquiera de las empresas de su propietario, Fernando Roig. La UEFA buscaría un equipo similar, el Sevilla CF por ejemplo, y computaría como ingreso lo obtenido por dicho conjunto en sus contratos de patrocinio. Los detalles del cómputo del déficit pueden consultarse aquí.

[3] Madden, Paul and Robinson, Terry, Supporter Influence on Club Governance in a Sports League: A ‘Utility Maximization’ Model (May 20, 2010). Manchester Business School Research Paper No. 598. Available at SSRN

  • 2 meses más tarde...

Dejo un artículo que he leído hoy en Diarios de Fútbol, escrito por Dadan Narval. Me ha parecido una preciosa narración de cómo se vive el fútbol cuando eres pequeño, cambiad Bilbao y San Mamés por vuestra ciudad y vuestro estadio y seguro que os sentís identificados con muchos de los pasajes.

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Un domingo

 

La tristeza llegaba anunciada por los tres pitidos que el árbitro entonaba en el minuto noventa y algo. Cuando después de dar por terminado el encuentro con aquel sonido, el trencilla se giraba y estirando ambos brazos señalaba el túnel de vestuarios y los jugadores lo enfilaban en consecuencia (felices o cabizbajos, dependiendo del resultado), a mi mente acudía la imagen que me esperaba al día siguiente: los niños desfilando por el pasillo a través del cual se accedía al colegio. Entre ellos yo. Pero a diferencia de los jugadores de fútbol, nuestra actitud no dependía del resultado. Los lunes a las ocho de la mañana siempre se estaba derrotado.

 

De ese modo, en cierto sentido el final del partido en San Mamés anunciaba el regreso inevitable de la rutina del día a día. Era un sentimiento complejo. El camino de ida hacia el estadio, a donde nos llevaba mi abuelo, estaba teñido de alegría absoluta. Mientras subíamos Artxanda y antes de llegar a ver desde allí la panorámica de Bilbao con las luces de San Mamés ya encendidas aitite nos comentaba cómo llegaba el equipo al encuentro, qué nos jugábamos realmente, lo buenos que eran los rivales de ese día (los rivales siempre eran buenos para él), la historia de enfrentamientos históricos que precedía aquel choque. Después, la entrada a San Mamés siempre era mágica. Uno nunca se acostumbraba a ver a sus ídolos tan cerca, allí calentando antes del partido. También ojeábamos a los rivales, intentando adivinar cuál de ellos sería el mejor, el más peligroso, comentábamos la talla del portero, la mirada de los jugadores –si era temerosa o confiada-. Todo ello hasta que se hacía atronadoramente presente el himno de nuestro club, que cantábamos a voz en grito al tiempo que nuestros jugadores emergían al verde prometiendo una tarde épica.

 

Una vez comenzado el partido, te implicabas intensamente en el devenir del juego, celebrando o lamentando los goles –según fuera su color-, maldiciendo las ocasiones erradas, protestando al árbitro su siempre discutible actuación. A veces, este trance duraba noventa minutos, la tensión llegaba hasta el último suspiro. Pero otras, el encuentro se sentenciaba –a favor o en contra- mucho antes de que terminara el partido y desaparecía la pasión por el juego. Entonces, el tiempo transcurría con lentitud, pesado, aplastante. En esas ocasiones, se abría una brecha de realidad en estadio, y el lunes se colaba por aquella rendija. Cuando esto pasaba, los minutos del colorido marcador Mitsubishi Electric (todavía canturreo a veces su publicidad) no solo marcaban lo que quedaba de partido, sino que era la cuenta atrás hacia la odiada rutina.

 

Y así llegaban los funestos tres silbidos, y con ellos, el abatimiento total, la consciencia de la inmediatez del lunes, al que uno nunca se acostumbraba.

 

Después, cuando volvíamos a casa, la tristeza contrastaba con la felicidad de la ida. Solía ser ya de noche. En el coche de mi abuelo siempre estaba presente la radio deportiva, que yo escuchaba con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla, sintiendo así la carretera en la sien. Como narra el escritor Jordi Puntí en su cuento “Los niños” (incluido en el volumen “Voces”, editado por Anagrama), el desfilar de resultados de la jornada era una música llena de melancolía. Pero era una melancolía extraña, pues estaba jalonada de sobresaltos, como una etapa de un tour con puertos de montaña. No eran tiempos de globalización informativa, del iphone, de conexión total, por lo que cuando comenzaban a dar los resultados, aún los desconocíamos. Era cierto que en San Mamés un sonido chirriante y metálico precedía un dibujo en el marcador que rezaba “Gol en….” y el lejano estadio en cuestión, y tras el que salía un resultado que se recibía en la grada con indiferencia, aplausos o silbidos. Pero no era un método fiable. A veces no atendías al marcador, porque el juego lo impedía, otras la acumulación de goles en varios partidos impedía que el responsable de subirlos a la pantalla atendiera a todos. Así, llegábamos al coche ansiosos por saber qué habría sucedido en otras tierras, en otros campos.

 

Qué tensión aquella. Comenzaba el desfilar de nombres y números, y nosotros conteníamos la respiración, intentando retener todos los marcadores, posponiendo los comentarios para después, pues la radio exigía total atención. El narrador decía Real Madrid 0 Málaga 1 y en el coche se procedía una contenida exclamación de sorpresa, que debía durar lo justo para no solapar el siguiente resultado. Sólo después de que la radio terminara con la segunda división comentábamos todo, las sorpresas, las decepciones, los resultados de los rivales directos. Para ello, reconstruíamos los resultados en grupo, pues nadie había conseguido memorizar toda la jornada completa. ¿Cómo había quedado la Real? Unai se acordaba. ¿Y el Betis, qué ha hecho? 2-2, ¿no? ¿Con quién? Era curioso: todos sabíamos que el Betis había empatado a dos goles, pero ninguno de los tres era capaz de recordar contra quién. Por eliminación, intentábamos dar con el rival.

 

Llegábamos a casa, finalmente, y el domingo a su fin. Quedaban aún unas horas –cena, baño, ¡los deberes!-, pero esas eran ya de lunes, por mucho que el calendario las considerara aún festivas. Cuando te acostabas, pensabas que ojalá todavía estuvieras todavía en el campo, buscando a aitite con la mirada en la grada superior, riendo con tu primo Unai, cantando Athletic, Athletic, con toda la fuerza de tu ser, ondeando la bandera que tanto quieres y que ahora descansaba plegada al lado de tu cama. Pero no, para volver a San Mamés todavía faltaban al menos quince días. Y dos semanas, cuando apenas tienes doce años de vida, es mucho, demasiado tiempo.

 

Pero por suerte, siendo niño también olvidas pronto. Las penas son más intensas, pero también más leves. Así, al día siguiente, cuando llegas a casa tras el colegio, al tiempo que devoras la merienda lees la clasificación en el periódico hasta aprenderla de memoria, ojeas los resultados de toda la temporada en el recuadro a modo de crucigrama que tanto te gusta, soñando con los partidos que vendrán y evocando los pasados. Y lo haces de prisa, rápido, porque en un rato toda la tristeza del lunes se evapora, el peso del mundo desaparece, justo en el momento que vestido de rojiblanco pateas un balón en el parque soñando que San Mamés al unísono corea tu nombre. Eres un niño, y lo bueno que tiene ser un niño es que, si quieres cualquier día de la semana lo puedes convertir en un domingo.

Dejo un artículo que he leído hoy en Diarios de Fútbol, escrito por Dadan Narval. Me ha parecido una preciosa narración de cómo se vive el fútbol cuando eres pequeño, cambiad Bilbao y San Mamés por vuestra ciudad y vuestro estadio y seguro que os sentía identificados con muchos de los pasajes.

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Un domingo

La tristeza llegaba anunciada por los tres pitidos que el árbitro entonaba en el minuto noventa y algo. Cuando después de dar por terminado el encuentro con aquel sonido, el trencilla se giraba y estirando ambos brazos señalaba el túnel de vestuarios y los jugadores lo enfilaban en consecuencia (felices o cabizbajos, dependiendo del resultado), a mi mente acudía la imagen que me esperaba al día siguiente: los niños desfilando por el pasillo a través del cual se accedía al colegio. Entre ellos yo. Pero a diferencia de los jugadores de fútbol, nuestra actitud no dependía del resultado. Los lunes a las ocho de la mañana siempre se estaba derrotado.

De ese modo, en cierto sentido el final del partido en San Mamés anunciaba el regreso inevitable de la rutina del día a día. Era un sentimiento complejo. El camino de ida hacia el estadio, a donde nos llevaba mi abuelo, estaba teñido de alegría absoluta. Mientras subíamos Artxanda y antes de llegar a ver desde allí la panorámica de Bilbao con las luces de San Mamés ya encendidas aitite nos comentaba cómo llegaba el equipo al encuentro, qué nos jugábamos realmente, lo buenos que eran los rivales de ese día (los rivales siempre eran buenos para él), la historia de enfrentamientos históricos que precedía aquel choque. Después, la entrada a San Mamés siempre era mágica. Uno nunca se acostumbraba a ver a sus ídolos tan cerca, allí calentando antes del partido. También ojeábamos a los rivales, intentando adivinar cuál de ellos sería el mejor, el más peligroso, comentábamos la talla del portero, la mirada de los jugadores –si era temerosa o confiada-. Todo ello hasta que se hacía atronadoramente presente el himno de nuestro club, que cantábamos a voz en grito al tiempo que nuestros jugadores emergían al verde prometiendo una tarde épica.

Una vez comenzado el partido, te implicabas intensamente en el devenir del juego, celebrando o lamentando los goles –según fuera su color-, maldiciendo las ocasiones erradas, protestando al árbitro su siempre discutible actuación. A veces, este trance duraba noventa minutos, la tensión llegaba hasta el último suspiro. Pero otras, el encuentro se sentenciaba –a favor o en contra- mucho antes de que terminara el partido y desaparecía la pasión por el juego. Entonces, el tiempo transcurría con lentitud, pesado, aplastante. En esas ocasiones, se abría una brecha de realidad en estadio, y el lunes se colaba por aquella rendija. Cuando esto pasaba, los minutos del colorido marcador Mitsubishi Electric (todavía canturreo a veces su publicidad) no solo marcaban lo que quedaba de partido, sino que era la cuenta atrás hacia la odiada rutina.

Y así llegaban los funestos tres silbidos, y con ellos, el abatimiento total, la consciencia de la inmediatez del lunes, al que uno nunca se acostumbraba.

Después, cuando volvíamos a casa, la tristeza contrastaba con la felicidad de la ida. Solía ser ya de noche. En el coche de mi abuelo siempre estaba presente la radio deportiva, que yo escuchaba con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla, sintiendo así la carretera en la sien. Como narra el escritor Jordi Puntí en su cuento “Los niños” (incluido en el volumen “Voces”, editado por Anagrama), el desfilar de resultados de la jornada era una música llena de melancolía. Pero era una melancolía extraña, pues estaba jalonada de sobresaltos, como una etapa de un tour con puertos de montaña. No eran tiempos de globalización informativa, del iphone, de conexión total, por lo que cuando comenzaban a dar los resultados, aún los desconocíamos. Era cierto que en San Mamés un sonido chirriante y metálico precedía un dibujo en el marcador que rezaba “Gol en….” y el lejano estadio en cuestión, y tras el que salía un resultado que se recibía en la grada con indiferencia, aplausos o silbidos. Pero no era un método fiable. A veces no atendías al marcador, porque el juego lo impedía, otras la acumulación de goles en varios partidos impedía que el responsable de subirlos a la pantalla atendiera a todos. Así, llegábamos al coche ansiosos por saber qué habría sucedido en otras tierras, en otros campos.

Qué tensión aquella. Comenzaba el desfilar de nombres y números, y nosotros conteníamos la respiración, intentando retener todos los marcadores, posponiendo los comentarios para después, pues la radio exigía total atención. El narrador decía Real Madrid 0 Málaga 1 y en el coche se procedía una contenida exclamación de sorpresa, que debía durar lo justo para no solapar el siguiente resultado. Sólo después de que la radio terminara con la segunda división comentábamos todo, las sorpresas, las decepciones, los resultados de los rivales directos. Para ello, reconstruíamos los resultados en grupo, pues nadie había conseguido memorizar toda la jornada completa. ¿Cómo había quedado la Real? Unai se acordaba. ¿Y el Betis, qué ha hecho? 2-2, ¿no? ¿Con quién? Era curioso: todos sabíamos que el Betis había empatado a dos goles, pero ninguno de los tres era capaz de recordar contra quién. Por eliminación, intentábamos dar con el rival.

Llegábamos a casa, finalmente, y el domingo a su fin. Quedaban aún unas horas –cena, baño, ¡los deberes!-, pero esas eran ya de lunes, por mucho que el calendario las considerara aún festivas. Cuando te acostabas, pensabas que ojalá todavía estuvieras todavía en el campo, buscando a aitite con la mirada en la grada superior, riendo con tu primo Unai, cantando Athletic, Athletic, con toda la fuerza de tu ser, ondeando la bandera que tanto quieres y que ahora descansaba plegada al lado de tu cama. Pero no, para volver a San Mamés todavía faltaban al menos quince días. Y dos semanas, cuando apenas tienes doce años de vida, es mucho, demasiado tiempo.

Pero por suerte, siendo niño también olvidas pronto. Las penas son más intensas, pero también más leves. Así, al día siguiente, cuando llegas a casa tras el colegio, al tiempo que devoras la merienda lees la clasificación en el periódico hasta aprenderla de memoria, ojeas los resultados de toda la temporada en el recuadro a modo de crucigrama que tanto te gusta, soñando con los partidos que vendrán y evocando los pasados. Y lo haces de prisa, rápido, porque en un rato toda la tristeza del lunes se evapora, el peso del mundo desaparece, justo en el momento que vestido de rojiblanco pateas un balón en el parque soñando que San Mamés al unísono corea tu nombre. Eres un niño, y lo bueno que tiene ser un niño es que, si quieres cualquier día de la semana lo puedes convertir en un domingo.

Solo decir que impresionante, me he emocionado y todo, solo tengo 21 años, pero como me gustaría volver a ser pequeño.

Dejo un artículo que he leído hoy en Diarios de Fútbol, escrito por Dadan Narval. Me ha parecido una preciosa narración de cómo se vive el fútbol cuando eres pequeño, cambiad Bilbao y San Mamés por vuestra ciudad y vuestro estadio y seguro que os sentía identificados con muchos de los pasajes.

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Un domingo

La tristeza llegaba anunciada por los tres pitidos que el árbitro entonaba en el minuto noventa y algo. Cuando después de dar por terminado el encuentro con aquel sonido, el trencilla se giraba y estirando ambos brazos señalaba el túnel de vestuarios y los jugadores lo enfilaban en consecuencia (felices o cabizbajos, dependiendo del resultado), a mi mente acudía la imagen que me esperaba al día siguiente: los niños desfilando por el pasillo a través del cual se accedía al colegio. Entre ellos yo. Pero a diferencia de los jugadores de fútbol, nuestra actitud no dependía del resultado. Los lunes a las ocho de la mañana siempre se estaba derrotado.

De ese modo, en cierto sentido el final del partido en San Mamés anunciaba el regreso inevitable de la rutina del día a día. Era un sentimiento complejo. El camino de ida hacia el estadio, a donde nos llevaba mi abuelo, estaba teñido de alegría absoluta. Mientras subíamos Artxanda y antes de llegar a ver desde allí la panorámica de Bilbao con las luces de San Mamés ya encendidas aitite nos comentaba cómo llegaba el equipo al encuentro, qué nos jugábamos realmente, lo buenos que eran los rivales de ese día (los rivales siempre eran buenos para él), la historia de enfrentamientos históricos que precedía aquel choque. Después, la entrada a San Mamés siempre era mágica. Uno nunca se acostumbraba a ver a sus ídolos tan cerca, allí calentando antes del partido. También ojeábamos a los rivales, intentando adivinar cuál de ellos sería el mejor, el más peligroso, comentábamos la talla del portero, la mirada de los jugadores –si era temerosa o confiada-. Todo ello hasta que se hacía atronadoramente presente el himno de nuestro club, que cantábamos a voz en grito al tiempo que nuestros jugadores emergían al verde prometiendo una tarde épica.

Una vez comenzado el partido, te implicabas intensamente en el devenir del juego, celebrando o lamentando los goles –según fuera su color-, maldiciendo las ocasiones erradas, protestando al árbitro su siempre discutible actuación. A veces, este trance duraba noventa minutos, la tensión llegaba hasta el último suspiro. Pero otras, el encuentro se sentenciaba –a favor o en contra- mucho antes de que terminara el partido y desaparecía la pasión por el juego. Entonces, el tiempo transcurría con lentitud, pesado, aplastante. En esas ocasiones, se abría una brecha de realidad en estadio, y el lunes se colaba por aquella rendija. Cuando esto pasaba, los minutos del colorido marcador Mitsubishi Electric (todavía canturreo a veces su publicidad) no solo marcaban lo que quedaba de partido, sino que era la cuenta atrás hacia la odiada rutina.

Y así llegaban los funestos tres silbidos, y con ellos, el abatimiento total, la consciencia de la inmediatez del lunes, al que uno nunca se acostumbraba.

Después, cuando volvíamos a casa, la tristeza contrastaba con la felicidad de la ida. Solía ser ya de noche. En el coche de mi abuelo siempre estaba presente la radio deportiva, que yo escuchaba con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla, sintiendo así la carretera en la sien. Como narra el escritor Jordi Puntí en su cuento “Los niños” (incluido en el volumen “Voces”, editado por Anagrama), el desfilar de resultados de la jornada era una música llena de melancolía. Pero era una melancolía extraña, pues estaba jalonada de sobresaltos, como una etapa de un tour con puertos de montaña. No eran tiempos de globalización informativa, del iphone, de conexión total, por lo que cuando comenzaban a dar los resultados, aún los desconocíamos. Era cierto que en San Mamés un sonido chirriante y metálico precedía un dibujo en el marcador que rezaba “Gol en….” y el lejano estadio en cuestión, y tras el que salía un resultado que se recibía en la grada con indiferencia, aplausos o silbidos. Pero no era un método fiable. A veces no atendías al marcador, porque el juego lo impedía, otras la acumulación de goles en varios partidos impedía que el responsable de subirlos a la pantalla atendiera a todos. Así, llegábamos al coche ansiosos por saber qué habría sucedido en otras tierras, en otros campos.

Qué tensión aquella. Comenzaba el desfilar de nombres y números, y nosotros conteníamos la respiración, intentando retener todos los marcadores, posponiendo los comentarios para después, pues la radio exigía total atención. El narrador decía Real Madrid 0 Málaga 1 y en el coche se procedía una contenida exclamación de sorpresa, que debía durar lo justo para no solapar el siguiente resultado. Sólo después de que la radio terminara con la segunda división comentábamos todo, las sorpresas, las decepciones, los resultados de los rivales directos. Para ello, reconstruíamos los resultados en grupo, pues nadie había conseguido memorizar toda la jornada completa. ¿Cómo había quedado la Real? Unai se acordaba. ¿Y el Betis, qué ha hecho? 2-2, ¿no? ¿Con quién? Era curioso: todos sabíamos que el Betis había empatado a dos goles, pero ninguno de los tres era capaz de recordar contra quién. Por eliminación, intentábamos dar con el rival.

Llegábamos a casa, finalmente, y el domingo a su fin. Quedaban aún unas horas –cena, baño, ¡los deberes!-, pero esas eran ya de lunes, por mucho que el calendario las considerara aún festivas. Cuando te acostabas, pensabas que ojalá todavía estuvieras todavía en el campo, buscando a aitite con la mirada en la grada superior, riendo con tu primo Unai, cantando Athletic, Athletic, con toda la fuerza de tu ser, ondeando la bandera que tanto quieres y que ahora descansaba plegada al lado de tu cama. Pero no, para volver a San Mamés todavía faltaban al menos quince días. Y dos semanas, cuando apenas tienes doce años de vida, es mucho, demasiado tiempo.

Pero por suerte, siendo niño también olvidas pronto. Las penas son más intensas, pero también más leves. Así, al día siguiente, cuando llegas a casa tras el colegio, al tiempo que devoras la merienda lees la clasificación en el periódico hasta aprenderla de memoria, ojeas los resultados de toda la temporada en el recuadro a modo de crucigrama que tanto te gusta, soñando con los partidos que vendrán y evocando los pasados. Y lo haces de prisa, rápido, porque en un rato toda la tristeza del lunes se evapora, el peso del mundo desaparece, justo en el momento que vestido de rojiblanco pateas un balón en el parque soñando que San Mamés al unísono corea tu nombre. Eres un niño, y lo bueno que tiene ser un niño es que, si quieres cualquier día de la semana lo puedes convertir en un domingo.

Muy grande el artículo. Yo soy de Madrid y a pesar de ser madridista, he ido muchas veces al Calderón a apoyar al Atleti, y la sensación de entrar al estadio y empezar a escuchar los cánticos del frente a lo lejos, para entrar de repente a la grada y encontrarte con ese sonido y el cesped delante, es impresionante, es como si te aislaras de todo el mundo durante algo más de hora y media para pensar únicamente en lo que tienes delante.

Y algo que también recuerdo con nostalgia el sonido de la radio los domingos por la noche, bien en el coche o en casa ya despues del baño cenando para acostarme y escuchando la radio mientras mi padre lo veía en la tele, y cuando escuchabas un gol salías corriendo para ver si llegabas a verlo en la tele en la segunda o tercera repetición, a mi madre la llevaban los demonios.

Algo que también me encantaba era los domingos por la mañana de camino a visitar a mis abuelos, mi padre llevaba ondamadrid, y se escuchaban los goles de 2ªB, Tercera e incluso algún preferente. Míticos aquellos gritos de "goooooooooool del Moscardóóó".

Hace ya años que mis domingos por la tarde son diferentes, sentado con el ordenador y la tele siguiendo la jornada por internet o por TV, pero en el fondo, siguen siendo la amarga previa de un lunes.

Muy bueno Asiorcajo.

Saludos.

  • 1 año más tarde...

Vuelvo con otro artículo de Dadan Narval en Diarios de Fútbol, esta vez rescatando uno del año pasado en el que hablaba en clave nostálgica de los juegos de mánager de nuestra adolescencia. En su caso concreto hace referencia al Championship Manager del año 92, pero creo que todos nos podemos ver reflejados en lo que cuenta.

De verdad, lectura recomendada.

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Soñados mundos virtuales

El corazón atiende a razones que la razón no entiende. En el caso del fútbol, más si cabe. Qué profunda pena sentí justo en el momento en que se confirmó que mi querido West Ham descendía, después de tanto tiempo, al Championship. Loshammers es un equipo que quiero desde hace años. Pero a diferencia de otros, a los que conocía antes de haberme enamorado de ellos, mi pasión por el West Ham nació como un amor virtual. Me hice hammer cuando apenas conocía su nombre, sus colores.

Fue tal y como os lo cuento. En los últimos meses del curso 92/93 yo era un estudiante de bachiller que se empeñaba por intentar comprender –o cuando menos memorizar temporalmente- ciertos aspectos de la vida y el mundo que aparecían recogidos en los diferentes y pesados (al menos para la espalda) libros de texto de BUP. Para lograr los ansiados aprobados –más bien la anhelada libertad veraniega, todo hay que decirlo- reduje radicalmente mis horas de calle en un ejercicio de disciplina que se me antojaba espartano. Aún cuando los fines de semana eran sagrados, tocaba centrarse en el papel durante los cinco días laborables, destinando las tardes exclusivamente al latín, las matemáticas, la lengua, la historia y todos esos inventos del demonio creados para amargar la existenncia de un adolescente. Fuera de mi habitación la vida ardía, pero había que sacrificarse.

Todo habría ido bien si no fuera porque en una de las tardes dedicadas al estudio, mi hermano apareció con un nuevo juego fútbol para el ordenador (teníamos un Amiga). Ahí andaba yo con mis declinaciones latinas, cuando la mirada comenzó a írseme poco a poco hacia la pantalla en la que mi hermano se esforzaba por comprender de qué se trataba aquel conjunto de rectángulos con texto en inglés en el que el juego se desplegaba. Con su dominio de niño español de trece años de la lengua de Shakespeare, se perdió en el laberinto del texto ininteligible. Como soy un buen hermano, hice el esfuerzo de dejar los libros y, por unos minutos, intentar ayudarle. El juego, me dijo, se llamaba “Championship Manager” y se trataba de ser el entrenador de un equipo inglés. Navegué un poco por los menús, intentando entender cómo se podía dirigir un equipo de fútbol solo con textos y más textos. Aquello no tenía sentido.

- Pero, ¿no se juega? –pregunté.

Vaya que si se jugaba. Poco a poco nos fuimos enganchando. No recuerdo cómo fue, pero sí que pocos días después mis libros languidecían en una esquina del escritorio, mientras mi hermano, dos amigos y yo (se podía jugar cuatro al mismo tiempo) nos apretujábamos delante de la televisión (entonces no había monitores) sin perdernos detalle de la evolución de nuestros respectivos equipos, discutiendo a voz en grito ofertas por jugadores, cantando goles que no eran más que un rectángulo con el texto “GOAL” en su interior.

Como queríamos empezar desde abajo, antes de jugar pactamos que cada uno dirigiría a un equipo de la segunda división. Quién sabe por qué lo hicimos, pero en aquel momento los cuatro tomaríamos una decisión que nos acompañaría toda la vida. Mi hermano eligió el Leicester, Iker el Birmingham, David el Newcastle y yo aquel club cuyo nombre me resultó más gracioso: el West Ham, que leía textualmente, jamón oeste.

La carrera había comenzado. Desde aquel momento el destino de aquellos clubes hasta entonces absolutamente desconocidos para nosotros, dependían de nuestras decisiones.

Qué gran tiempo viví como entrenador hammer. Nunca me olvidaré de los nombres (porque eran solo nombres) que dirigí virtualmente: Miklosko (enorme portero),Dicks, Potts, Trevor Morley, Tony Gale, Tim Breacker y sobre todos, Ian Bishop, cerebro y capitán de un equipo que hizo historia jugando un 4-4-2 con estilopass-to-feet.

Claro está que por aquel West Ham soñado, desfilaron estrellas que jamás pisaronUpton Park, como Peter Ndlovu (Coventry City), el veterano Jacki Dziekanowski(siempre era mi primer fichaje, procedente del Bristol City), Chris Bart-Williams (del Sheffield Wednesday, llamado a ser el mejor jugador del mundo) o Marco Gabbiadini(delantero del Derby County que se salía de la tabla).

Ahora que lo pienso con distancial temporal, la escena roza la absoluta absurdidad: cuatro tíos frente a una pantalla, sufriendo porque un programa echa una moneda virtual al aire para decidir si la final de la FA Cup se la lleva un nombre u otro, peleándonos porque la ley de la oferta y la demanda no suba demasiado el precio de un jugador de otro equipo que los cuatro queríamos, deprimidos porque nuestro equipo había descendido cuando los de los otros tres compañeros se mantenían en la primera división, felices por lograr un ascenso o un título que solo acontecía en nuestra imaginación.

¿Cuántas horas pasamos frente a aquel juego? Innumerables. Hoy es el día en que a veces, cuando nos juntamos los cuatro, ya adultos, trabajadores, responsables (o al menos eso aparentamos), sin quererlo surge en nuestra conversación aquel “tiempo perdido” (como decían nuestros padres, sin saber que en cierto sentido acertaban al calificarlo tan proustianamente) y hablamos con nostalgia real de unas vivencias que sólo fueron virtuales, pero que marcaron nuestra vida como hinchas futboleros. Sé, por ejemplo que David, que es del Athletic, tuvo un cierto amargor cuando su equipo real eliminó a su equipo virtual, el Newcastle en la UEFA de la temporada 93/94, porque le recuerdo hablando de Ruel Fox o Lee Clarke como si los conociera personalmente. Sé que después de aquello, cuando Canal Plus comenzó a emitir la Premier, igual que yo me tragaba todos los partidos del West Ham aplaudiendo cada vez que Ian Bishop tocaba un balón (después se me fue al Manchester City), ellos siguieron los de sus equipos. De hecho, aún hoy alguno de nosotros dice, como reconociendo algo casi vergonzoso, que en cierto sentido es de su club virtual, al que nunca traicionará.

Por eso, cuando la globalización tuvo a bien poner al alcance de nuestra mano lo que antes estaba a todo un mar de distancia (qué lejana estaba Inglaterra en 1992, ay), optamos por vestirnos por fin con las camisetas de nuestros clubes. Yo tengo una parecida a esta. Ellos tienen también han tenido donde elegiry hoy visten con orgullo camisetas que hace casi veinte años imaginaban.

Obvia decir que aquel curso suspendí casi todas. Aún tengo algún cuaderno de estudio aquella época, donde en los márgenes hay una inscripción que solo yo entiendo y que me suena a pura poesía: Miklosko-Dicks-Potts-Gale-Statham-BartWilliams-Bishop-Butler-Warzyzcha-Morley-Dziekanowski

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