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El kiosco de FMSite

Respuestas destacadas

@Picho no se.. yo realmente admiro a Pep.. pero no admiro a los que lo elevan a los altares...

Para mi es, si no el mejor, el segundo o tercer mejor técnico de la actualidad.. pero me parece injustísimo elevarlo a "genio" dejando además fuera de ese término a muchos otros.. entre ellos a Carlo (no voy a meter a Wenger para no dejarme influir por mis gustos personales, porque para mi Wenger está por encima de todos.. xD)

Sinceramente, a mi el artículo me gusta, pero tiene mucho, pero mucho de alabanza a Pep.

Obviamente respeto la opinión de Asier.. es más.. el mundo sería muy aburrido si todos entendieramos las mismas cosas de lo que leemos.. xD

  • 4 semanas más tarde...

Otro texto de Alberto Egea, éste sobre Marcelo Bielsa en Kaiser Magazine.

El reino de Marcelo Bielsa y la medida de todas las cosas.

Se sabe de sobra que a Guardiola jamás le dolió encomiar el trabajo de sus colegas de profesión, pero de Marcelo Bielsa dijo que es el mejor entrenador del mundo y eso solo lo puedes decir de uno. A ojos de cualquier profano y contemplando el palmarés de cada uno parece hasta obsceno que el entonces técnico del Barça no pusiera por delante a leyendas como Ferguson –entonces todavía en activo–, Mourinho, Van Gaal, Ancelotti o él mismo. Pero la valoración era sincera, porque Guardiola echa piropos pero no regala prestigio. Menos a un tipo al que no le une un arraigado vínculo de amistad, sino de una admiración que es mutua.

Bielsa tiene algo que le aparta de las reglas del juego a las que está sometida por la sociedad la figura del entrenador y que le hace diferente a todos los demás: quiere triunfar pero no le importa dónde. ¿Qué es triunfar? ¿Cómo medir la labor de un técnico? Ninguna forma más justa que comparando la situación del equipo que se encuentra al llegar con el legado que deja en la institución al salir. El técnico argentino mantiene aquella máxima de John Kessel que decía: “Cambie sus estrategias y sus tácticas pero nunca sus principios”, y los principios profesionales de Bielsa resultan ser los mismos que los personales –interpreta el fútbol como la vida misma–, que tienen que ver con viejos valores como la honestidad, lo justo, la honradez o la palabra dada, tan alejados del negocio que es el fútbol de élite en la actualidad. El suyo es un fútbol de autor trabajado a partir de la asimilación de automatismos entrenados a base de tediosos ejercicios repetitivos pero que tienen su fruto sobre el césped.
Esta manera de entender el entrenamiento en tiempos donde se impone la periodización táctica, conceptos como el marcaje al hombre en todas las zonas del campo –lo que exige un desgaste físico brutal– o el profundo estudio del rival –no le importa perder el tiempo que haga falta en visionar vídeos con sus futbolistas una y otra vez– pilla de nuevas a unos jugadores que deben adaptarse a esa forma de trabajar. Sumado esto al afán de Bielsa por lograr que sus conjuntos sean protagonistas en el juego a partir de la posesión –una tarea más compleja que las propias del fútbol más reactivo dado que exige más riesgo, penaliza con sangre cada error y necesita de calidad técnica con balón, creatividad e inspiración para desarrollarse con éxito– nos encontramos ante proyectos que requieren de un periodo de tiempo para desarrollarse –más cuando dichos conjuntos vienen de trabajar estilos antagónicos– que tanto cuesta conceder a los grandes clubes, esclavos unas veces de una hinchada impaciente, otras de la propia ignorancia de sus dirigentes y siempre de una prensa que juzga estrictamente a partir de los resultados sin dar margen de error a ese periodo de aprendizaje y engranaje colectivo primero y sin atender a los merecimientos de cada equipo –cantidad y calidad de ocasiones creadas– después.
En la rueda de prensa previa al partido ante el Lille, la prensa francesa puso en tela de juicio el juego del Olympique Marsella en su derrota (1-0) ante el Mónaco del fin de semana anterior y Bielsa, tras demostrar con datos que esa crítica solo estaba fundamentada en el resultado, argumentó su respuesta recuperando pinceladas de un discurso monumental que dio en Bilbao en la rueda de prensa previa a su último partido como técnico del Athletic. La conferencia en su integridad es una cátedra de fútbol para los entrenadores, una bofetada sobre la que reflexionar para el periodismo y una lección de vida para los oyentes. El contexto del momento nos suena a todos: En una temporada convulsa tras la polémica marcha de Javi Martínez a Munich y la negativa de Urrutia a dejar marchar a un Llorente que acabó bordeando el ostracismo, el Athletic había seguido generando juego pero su poder en ambas áreas se resintió y eso se vio reflejado en los resultados. Ante la crítica feroz al juego del equipo por parte de un sector de la prensa local que solo se basaba en los malos resultados, Bielsa se explayó:
“Beenhakker dijo: ‘los empresarios que se adueñan del fútbol creen que los aficionados son asimilables a los 30.000 operarios que tienen trabajando. Y un aficionado no es un operario. Un operario trabaja, un aficionado siente’. No se debe tratar al aficionado con los códigos de un operario, pero como el mundo del fútbol –como el resto del mundo– es de los empresarios, los empresarios nos tratan solo en función de la productividad de la que somos capaces de proporcionar. El gerente le dice al capataz que éste tiene que tornear equis cantidad de piezas, pero se le murió la mamá ayer, pero eso no importa. No importan las justificaciones, importa la cantidad de piezas. En el fútbol impera la misma lógica, que es una lógica muy peligrosa. Si usted no premia un proceso que obtuvo menos de lo que mereció no hay mucho riesgo, pero si premia un proceso que lo que consiguió lo hizo de manera inmerecida sí hay mucho riesgo. ¿Entiende la diferencia? ¿Qué hace el mundo contemporáneo? No importa, ¿vos tenés un Mercedes-Benz? Vos vas a estar arriba. Yo dije lo ganó en la lotería, pero en mi barrio también había prostitutas o levantadores de juego que tenían un BMV. Yo puse el ejemplo más leve porque es el ejemplo más representativo. La cosa no importa porque el que ganó la lotería no hizo nada malo, pero no merece lo que tiene. Para mí el mensaje en un escenario de semejante repercusión como es el fútbol debería ser: premiemos lo que se obtiene merecidamente y con recursos lícitos. Defender no es un recurso ilícito, especular no es un recurso ilícito, ahora si usted dice –que es otra de las cosas que valora la prensa–: ‘No atacó nunca, 100% de efectividad, el otro equipo tuvo la pelota todo el partido y erró diez goles: ganó el más pragmático’. ¡No! Esa lógica le permitió ganar ese partido pero no puede ser una lógica aplicable. ¿Entonces para ganar hay que hacer que el otro rival tenga la pelota, te patee veinte veces al arco, que vos no ataques nunca, etc.? El equipo que gana a través de esperar el error contrario, porque una cosa es esperar el error contrario y otra es provocar el error contrario, no está más autorizado al éxito, está menos autorizado pues es menos probable que suceda. Por eso, mire, no se preocupe si no se premia un proceso que obtuvo menos de lo que se merecía; eso no debería generarnos preocupación porque la injusticia es muy común. Pero cuando se premia como bueno algo que no es bueno, que es casual, eso sí es muy dañino para todos porque enseña a todos los que observan que un atajo te lleva al objetivo, y un atajo normalmente no te lleva al objetivo. Yo siempre les hablo a los jugadores del ángulo de 90 grados, lo decía Menotti: ‘El que cruza el jardín evitando el ángulo de 90 grados pisa la flor y llega más rápido; el que recorre el ángulo de 90 grados tarda más pero no daña las flores’. Ya sé que esto es filosofía barata dicha por un argentino que tiene la oportunidad de expresarse, pero yo creo en ese tipo de cosas. Yo creo en que hay que valorar lo merecido, y que hay que soslayar, o al menos no endiosar aquello que no se obtuvo merecidamente”. -Rueda de prensa de Bielsa previa al Rayo-Athletic de la Jornada 38 de 2012/13-.
Bielsa, como Guardiola o Van Gaal, se declara fundamentalista de la posesión como medio –no como fin– para obtener esos merecimientos cuya forma más justa para medirlos considera la cantidad de llegadas al arco rival, pero deja claro que esa solo es la opción que él escoge, tan válida como cualquier otra: “La manera principal de evaluar esos merecimientos es atendiendo a la cantidad de llegadas, porque si un equipo no domina con balón pero llega, hay que admitirle. Por eso vio que hay gente que jerarquiza la posesión y gente que la desprecia, porque lo importante no son los porcentajes de posesión, lo importante es la cantidad de llegadas que usted obtiene”.
Evaluar el juego a partir del resultado y no de los merecimientos quizá sea la mejor estrategia para vender un discurso –el resultado predispone a dar la razón al vencedor–, pero limita el análisis real sobre lo ocurrido, estanca la evolución del equipo, y acaba sucediendo aquello que decía Richard Bach que se produce cuando justificas tus limitaciones: que te quedas con ellas. Cuando el Chelsea de Di Matteo conquistó la Champions en 2012, parte del sector más tolerante de la opinión pública –el que entiende el fútbol como una amalgama de estilos y filosofías, todas igual de legítimas– tomó equivocadamente a este equipo que había apartado de la gloria al Barça de Guardiola y al Bayern de Heynckes, como paradigma de equipo ultradefensivo a imitar por aquellos que quisieran tener alguna posibilidad ante el fútbol divino de aquellos dos equipazos. Equivocadamente, porque un equipo que recibe 36 disparos y 18 córners en semifinales y 26 y 20 en la final ni defiende bien, ni merece ni puede ser ejemplo de nada en lo futbolístico.
Aquella Champions no entendió de méritos, pero sí de justicia deportiva. Había recogido toda la suerte que durante más de un lustro le habían negado al Chelsea un gol fantasma de Luis García en 2005, una tanda de penaltis fatídica en las semis de 2007, el resbalón de Terry en Moscú en 2008, o Víctor Valdés y un arbitraje para olvidar en 2009, demostrando que en fútbol la suerte –la mala y la buena– solo tiene cabida en el corto plazo y que la Champions, caprichosa ella, premia los proyectos el año que le da la gana, que no tiene porque ser aquel en el que más se mereció. Porque, como dijo una vez el gran Manuel Jabois, es una ruleta rusa de gatillo oxidado. Esa ruleta en la que Mourinho metió tres balas en forma de semifinales para que el disparo sorprendiera a la cuarta, regalo bendito para aquel que, en su afán de ningunear el trabajo del portugués, justifica la consecución de este título como prueba de la superioridad de Ancelotti como técnico.
Obviando, faltaría más, que uno se encontró un equipo que llevaba seis años sin disputar unos cuartos de Champions –algo que ahora es costumbre asumida–, que estaba fuera del primer bombo de esta competición y que salía a disputar los partidos frente al que seguramente sea mejor equipo de la historia –ese monstruo al que no tiene que enfrentar Ancelotti, la otra gran diferencia– sin fe y con la triste misión de no salir apabullado; y que el otro, cuya gestión del equipo está siendo absolutamente fantástica, pilló un conjunto temido en Europa, desacomplejado frente a ese mayúsculo rival al que Mourinho ya había neutralizado –el Barça no ganó ninguno de los últimos cinco clásicos con el portugués como técnico blanco– y acostumbrado a llegar a abril vivo en todas las competiciones.
Así de simple es el negocio de venderlo todo a partir de resultados: ni siquiera hace falta ver los partidos para llevarlo a cabo, sobra con mirar la clasificación. Como si no fuera un ejercicio más sano, higiénico y enriquecedor enaltecer desde el proyecto, el juego y la evolución de sus equipos todo lo conseguido por estos dos pedazo de técnicos que tiene la suerte de haber disfrutado el Madrid. Guardiola lo definió como nadie: “Ganar títulos te regala tiempo para construir el futuro, pero la satisfacción verdadera se consigue cuando sientes que el equipo es tuyo y juega como tú quieres”. Y tanto Mourinho como Ancelotti consiguieron que el Madrid se pareciera fielmente a ellos. No hay éxito mayor.
Bielsa logró esto allá donde fue. En Newell’s, selección chilena y Athletic dejó una herencia impagable en forma de potenciación y estructuración de cantera –con esa demostración de responsabilidad que le define: “Es muy fácil promocionar jugadores al primer equipo y engordar tu lista de debutantes; lo difícil es ponerlos y que no fracasen. Ahí sí estas creando jugadores de Primera división”–, definición de estilo de juego –en Chile marcó una senda que hoy sigue su fanático admirador Jorge Sampaoli, mientras que en Bilbao educó el paladar de una hinchada que tenía el fútbol más directo grabado a fuego en su ADN– e instauración de ese gen competitivo que dota de identidad ganadora a las instituciones. Grandeza, al fin y al cabo.
Salió campeón en Argentina con Newell’s y Velez y consiguió la primera medalla de oro olímpica para la albiceleste en Atenas, pero como romántico que es, siempre le esperó en sus obras cumbre ese destino fatal propio de la tragedia que es el que terminará por levantar su leyenda. La tanda de penaltis ante Sao Paulo en la final de la Libertadores de 1992, ese bloqueo mental producto de esa presión –casi más social que deportiva– que es ser jugador argentino en una Copa del Mundo –cuando la clasificación de Argentina para ese Mundial de Corea había sido uno de los paseos militares más intimidatorios que se recuerdan–, otros malditos penaltis ante Brasil en la final de la Copa América 2004 o la doble derrota en las finales del año en que el Athletic fue el equipo de Europa entera son la parte cruda de ese fundamentalismo, los que refuerzan de la forma más cruel su creencia más arraigada. Aquello de que el Santo Grial es el viaje y no el destino y que la historia se escribe en este trayecto. ¿Es de verdad un loco? Lo dijo Chesterton: La fantasía nunca arrastra a la locura; lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos, pero sí los jugadores de ajedrez.
  • 5 semanas más tarde...

Me ha gustado mucho este texto sobre Marcelo Bielsa y sus meses en Marsella. Recomendable también pinchar en cada enlace, ya que hay pequeños reportajes, textos y ruedas de prensa que enriquecen todavía más la lectura.

Editado por Picho

  • 2 meses más tarde...

Pues a mi este artículo del Pais, me dejó muy muy preocupado...

Un 25% de los españoles cree que el Sol gira alrededor de la Tierra

Editado por nathan_orviz

  • 3 meses más tarde...

"Soy del Barça y del Real Madrid".

En una callejuela con edificios derruidos y el pavimento sin asfaltar, con adoquines colocados quién sabe si al azar, un niño sentado delante del portal de su casa agarra una pelota vistiendo una camiseta antigua del Milan, probablemente adquirida en su día porque allí jugaba Kakha Kaladze. “Milan“, grito y le sonrío, porque me encanta sentir que el fútbol puede ejercer de vehículo comunicativo entre dos seres humanos que no hablan ninguna lengua en común y cuyas raíces culturales son tan distantes como lo es Tiflis de Barcelona. Me devuelve la sonrisa y me quiere enseñar que sabe decir “hello“, y le pregunto de nuevo si es un “Milan fan“, a lo que él me contesta que no, que él es “Barcelona and Real Madrid“.

El niño georgiano es del Barcelona y del Real Madrid porque ve por la televisión a estos equipos y juegan muy bien, y a él nadie le ha contado que sus aficiones se odian, y por supuesto no sabe nada de Catalunya ni de España. Es el fútbol del XXI, el de la televisión por satélite influyendo más que el olor a césped, el del streaming ganándole la partida al café del descanso con el compañero de grada. Es el que explica que en Tiflis se viviera un Barcelona-Sevilla con mucha más pasión que cualquier partido de la liga local, y que la maquilladora que nos intentó poner guapos definiera aquella noche como “la de un sueño hecho realidad” porque pudo ir a la rueda de prensa de Messi y decirle “hello“. El fútbol del XXI hasta se aproxima al tenis: es más espectáculo que identificación, y por eso un estadio repleto con 51.000 personas puede cambiar de preferencia atendiendo a los vaivenes del resultado. Tiflis pasó de abuchear al Sevilla cuando salió a calentar -sólo porque jugaba contra Messi y ellos habían ido al campo a ver a Messi– a animarlo a completar la gesta porque les parecía heroico pasar del 4-1 al 4-4. “Es que a los georgianos nos encantan los equipos que luchan”, lo justificó la mañana siguiente el recepcionista del hotel, un hombre que dice que es del Metalurg Rustavi pero que no parece estar demasiado enterado de la promoción en la que su club bajó a segunda antes del verano.

El fútbol del XXI enterró cualquier posibilidad de que se repitan gestas como la del Dinamo Tbilisi del 81, campeón de la Recopa. Si así lo hemos querido todos, si no estamos dispuestos a regresar a los viejos tiempos en los que sólo el campeón de liga iba a la Copa de Europa y todos los países tenían el mismo número de representantes en las competiciones continentales, al menos no nos quejemos si la UEFA manda una Supercopa a cinco horas de avión. Ya que les quitamos la emoción de su fútbol, al menos que puedan ver en directo una vez en la vida aquel que les hemos vendido como el único y el mejor.

  • 2 meses más tarde...
  • 4 semanas más tarde...

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, de Antonio Agredano.

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La misma noche que hace blanquear los mismos árboles / Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, Pablo Neruda

Todo acaba. Desde una inabordable tristeza hasta la más ingenua de las felicidades. El tiempo no es un juez, porque no tiene criterio ni razones para su crueldad. El tiempo es una guillotina que no descansa nunca, que no se queda atascada; impía y salvaje en su labor diaria. Es terrible pensar en lo que ya no tenemos o en lo que fuimos. Viejos prematuros, de repente, sólo con echar un vistazo atrás. Garabatos en un cuaderno escolar, sudaderas de nuestros grupos preferidos raídas por el uso, libros llenos de polvo que jamás volveremos a abrir, juegos de la Play 1 metidos en un cajón, posters con las esquinas arrugadas, una camiseta del Madrid que ya no nos entra.

Siento una ridícula amargura cuando pienso en mi madridismo. Soy del Madrid desde niño. Sin motivo alguno, como deben ser estas cosas. Los colores de tu equipo se erigen de la nada, racionalizar el sentimiento es demasiado británico para mi gusto. En el barrio cada uno era de quien era. Un puñado del Barcelona, otro puñado del Madrid, y cuatro locos del Atlético. Después estaba el Córdoba, que era como una camiseta interior calada de Abanderado. Estar estaba, pero para algunos sólo sobresalía un poco a la altura del pecho.

Cuando Raúl debutó el 29 de octubre de 1994 supe que no me había equivocado de equipo. Hasta entonces siempre había dudado de si debí de elegir la acera azulgrana en lugar del pálido blanco que vestía. Cuando el Barça ganó a la Sampdoria, cuando veía los goles de Stoichkov, cuando los de Cruyff goleaban con la camiseta de Meyba… cuánto sufrimiento para un niño. Pero ese día, contra el Zaragoza, algo se endureció de repente. Raúl tenía tres años más que yo. Había sentado a Butragueño, ídolo párvulo que a estas alturas me resultaba insoportable, y casi bate a Cedrún; un portero grandón al que por aquella época admiraba.

Desde ahí todo fueron alegrías. Mi madridismo se hizo fuerte en el Instituto, después con los amigos, viendo los partidos de Champions en el bar Puerto Rico, llevando camiseta Kelme en las pachangas de domingo, los cabezazos de Zamorano, la volea de Zidane, Casillas cortándose las mangas de la camiseta, las faltas de Roberto Carlos, la bendita intermitencia de Guti, los goles de Morientes, la contención de Redondo, Ronaldo Nazario contra el Manchester, Xabi Alonso, Figo, Mijatovic, Ramos… y Raúl. Siempre Raúl llevando el timón de un equipo que ganara o perdiera raro era que no me emocionara. No es nostalgia, es otra cosa. Quizá el mismo fútbol con diferente vestido. Estuviera bien o estuviera mal el equipo, desde octubre de 1994 a julio de 2010, mi madridismo fue una fortaleza.

Ya sé que los clubes van más allá de los jugadores. Eso dije cuando se fue Raúl. Los futbolistas se van, los clubes permanecen. Teníamos a Cristiano Ronaldo, uno de los mejores jugadores de la historia. Un goleador. Un nuevo líder. Qué íbamos a saber entonces dónde acabaría todo esto. Hablo como un viejo. De esos de ´cualquier tiempo pasado fue mejor´. De los que no entienden quiénes son esos señores tatuados y repeinados que patean ahora los balones que en su tiempo pateaban prístinos caballeros, rudos, elegantes y serviciales a su club.

Anoche, mientras veía en Canal+ un reportaje sobre Raúl y sus veinte años de fútbol en la élite, mis compañeros de Diarios de Fútbol whatsapeaban en el grupo que compartimos acerca de la película de Cristiano Ronaldo recién estrenada. Mientras veía a Raúl con esos viejos chándales de algodón, con las botas negras, los petos de Teka, los entrenadores con americana ancha y mullet; ellos hablaban de coches deportivos, abdominales y egolatría.

Ni Raúl era un héroe ejemplar ni Cristiano Ronaldo es un villano de película. Ni el fútbol es sencillez, ni me ha dado un ataque de nostalgia. Sólo pensé en el Real Madrid. En el cambio de paradigma. En el reportaje hablaban Valdano, Hierro, Del Bosque… venían a hablar de los valores del Madrid, de la cantera, de abrirse paso a fuerza de fútbol. Butragueño hablaba de la generosidad de los veteranos, Álvaro Benito de la felicidad que era entrenar con los mayores. Todo me pareció sencillo, accesible, deportivo, sano. Entendí lo que supuso Raúl. Yo tenía catorce años, historias como esa te hacen creer en un deporte que más allá del dinero es carbón para la máquina del ánimo. Hoy en la cantera está Odegaard, que entrena con el primer equipo por contrato.

Cristiano Ronaldo fue expulsado contra el Córdoba en el Arcángel. El equipo blanquiverde hizo un buen partido, pese a acabar derrotado, y el futbolista portugués perdió los papeles. Al salir hizo un gesto que rompió algo dentro de mi madridismo. El Córdoba estaba al borde del descenso, en la temporada más triste de su historia, descabezado, solo en la cola de la clasificación, frustrado. Era un equipo herido, tumbado en la vaguada esperando que el sol y los buitres lo ajusticiaran. El Córdoba era mi equipo. Como también lo era el Madrid desde pequeño. Aquella tarde se enfrentaban dos partes de mí: quizá una más infantil que la otra, quizá una injustamente tratada, quizá una lacerante contradicción, pero eso es lo de menos. Esa tarde, cuando el colegiado Hernández Hernández sacó la roja a Cristiano y le obligó a abandonar el rectángulo de hierba, el delantero, dirigiéndose a la grada que le pitaba, hizo el gesto de limpiarse la insignia de campeones del mundo de clubes que el Real Madrid tenía en la camiseta.

No creo que uno pueda renunciar a sus colores. El Madrid siempre será parte un corazón compartido. También de mi recuerdo, de mi vida, de mis primeros balonazos. Pero ya no siento como antes. No eres tú, Madrid, soy yo. Recuerdo cuando María me llamó desde el Estadio da Luz de Lisboa tras el gol de Ramos. Y luego al acabar el partido. Esa sensación de felicidad, una Copa de Europa tras tanto tiempo. Y pensé en Raúl. Pensé en el Madrid que conocía. El de las otras Copas de Europa, la del 1998, la del 2000, la del 2002. 18, 20, 22 años tenía yo en el sofá de casa, pidiéndole a mi padre que me dejara ver el fútbol, ´de verdad, papa, que este es un partido importante´.

Ni Cristiano Ronaldo puede acabar con el madridismo, ni Raúl puede salvarlo. Pero el tiempo te alía con unos y con otros. Sé qué quiero para mi vida, y desde luego no son coches de lujo, películas egomaniacas, ni reivindicaciones vocingleras ante la multitud. El fútbol es mucho más que los goles, que los records y que los títulos. El fútbol es mucho más que el propio fútbol. Por ejemplo, un jugador enclenque que aparece de repente para cambiar para siempre la historia de un club.

Daría cualquier cosa por sentir al Real Madrid como lo sentía cuando Raúl perseguía a los rivales. De ver un Oviedo-Real Madrid con los nervios de quien ve una final de Champions. Era otra época, quizá porque era otro Antonio. Alguien diferente, ni mejor ni peor; porque el tiempo es una guillotina que no necesita explicarse. Hace años que encontré mi sitio buscando casi clandestinamente la forma de ver un Córdoba-Albacete en un bar. En la antítesis del mundo. Quizá la grieta que separaba a Raúl del Córdoba -o de cualquier otro equipo local sin títulos ni trascendencia internacional- no era tanta. Quizá en ambos mundos estaba la humildad, el esfuerzo, cierta magnética cercanía. Lo que tengo claro es que hay un abismo entre el Real Madrid que representa Cristiano Ronaldo y cualquier equipo sensatamente pequeño como el mío. Y si tengo que cerrar, cierro: suerte al Madrid porque con él siempre irá una parte de lo que fui, pero no de lo que soy.

  • 3 semanas más tarde...

http://blogs.elpais.com/la-bitacora-de-leontxo/2015/11/cinco-dias-en-la-carcel-de-el-chapo-guzman.html

Me ha parecido muy interesante, sobre como el ajedrez puede ayudar a la reinsercion de presos en la sociedad :)

Dejo aqui una frase/reflexión del articulo, pronunciada por un preso que se rehabilitó en parte gracias a que descubrio el ajedrez:

  Citar

“Estoy convencido de que el ajedrez es beneficioso para todo el mundo. Pero para nosotros (los presos) es ideal, porque nos enseña a pensar en las consecuencias de nuestros actos antes de hacerlos”.

 

Editado por analpa1997

@analpa1997 Es medio rara la frase, porque si ya están presos es porque no lo pensaron antes :nuse:

 

  El En 1/12/2015 at 23:34, KokoKevin dijo:

@analpa1997 Es medio rara la frase, porque si ya están presos es porque no lo pensaron antes :nuse:

 

De eso trata la reinserción. xD Lo que el preso quiere dar a entender es que ajedrez les ayudará en el futuro a valorar las consecuencias de sus acciones antes de llevarlas a cabo.

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