Cambio de ideas, nuevas mejoras, misma derrota.La atmósfera en el St James Park era opresiva, tan gris como el cielo de Devon. Medio lleno, el estadio era un eco de la creciente desesperación de la afición. Alasdair Guarani Campbell sentía el peso de cada asiento vacío, cada mirada escéptica. El pitido inicial fue una declaración de intenciones. Exeter, con su 4-2-3-1, se replegó, buscando la oportunidad de golpear a la contra, tal como Alasdair había machacado en los entrenamientos. Pero el Burton, con su compacto 4-4-2, tenía otros planes. A los seis minutos, un balón largo encontró a la defensa del Exeter descolocada. Los centrales, pagando el precio de una coordinación deficiente, vieron cómo el balón se colaba en su red. El gol fue un puñal. Antes de que el Exeter pudiera siquiera intentar reaccionar, el desastre golpeó de nuevo. Dos minutos después, un saque de esquina, el eterno talón de Aquiles del equipo, se convirtió en el 0-2. El silencio en el estadio fue casi absoluto, solo roto por los gritos aislados de la afición del Burton. Alasdair, con el ceño fruncido y la tablet en mano, no dudó. Ordenó un cambio inmediato: del 4-2-3-1 a un 4-3-3 estrecho, con la consigna de pases cortos, un ritmo más lento y la búsqueda incisiva del área rival. La idea era tomar el control, calmar el juego y construir desde la posesión. La modificación tardó en asentar, pero cuando lo hizo, el Exeter empezó a carburar. La pelota circulaba con más fluidez, la posesión aumentaba y las líneas se conectaban con mayor sentido. Justo cuando el equipo comenzaba a generar sensaciones positivas, un nuevo golpe brutal: a los cuarenta y cuatro minutos, un desborde por la izquierda del Burton y un centro preciso encontraron a la zaga del Exeter mal parada en el retroceso. El 0-3 fue un mazazo. El pitido del descanso fue casi un alivio, aunque para muchos aficionados, significó el final de su paciencia. Las gradas empezaron a vaciarse. En el vestuario, el ambiente era tenso. Alasdair, contra todo pronóstico, mantuvo la calma. Pidió a sus jugadores que se enfocaran en la nueva formación y el estilo que estaban intentando implementar. Les aseguró que la performance mejoraría si confiaban en el sistema. La segunda mitad mostró a un Exeter transformado. A los 56 minutos, una combinación excelente entre Wildschut y Cox dejó al delantero mano a mano con el portero, quien definió con precisión al ángulo. El gol encendió una chispa de esperanza. El equipo, ahora un torbellino, siguió empujando. A los 62 minutos, una magistral demostración de desmarque de Luke "Magic" Harris dejó a Muskwe solo frente a la portería, y este no perdonó, recortando distancias. El Exeter había pasado de la desesperación a acorralar al Burton contra las cuerdas. El público que se había quedado vibraba con cada ataque, cada pelota recuperada. Sin embargo, el reloj era el enemigo implacable. A pesar de los esfuerzos frenéticos y la clara superioridad en la segunda mitad, el tiempo no dio para más. El pitido final sentenció la derrota. El silencio en el estadio, esta vez, no fue de desespero, sino de una resignación mezclada con una tenue esperanza. Alasdair se quedó en el banquillo, procesando la dura lección. La derrota era innegable, un recordatorio brutal del abismo del descenso que se abría a sus pies. La falta de puntos convertía el "milagro" en una quimera cada vez más lejana. Pero había un paso positivo innegable: descubrió una nueva formación y un ritmo que le dio al Exeter algo que parecía perdido: tranquilidad y buen manejo de balón. Había encontrado una base, aunque fuera entre los escombros de una dolorosa derrota.