Die Geschichte von Matthias - Der Enkel des Kleinen Toni (La historia de Matthias - El nieto del pequeño Toni) Kapitel 1 – Matthias Schall (Capitulo 1. Matthias Schall) Teil 3 – Die Jahre des Wachstums (Parte 3 – Los años del crecimiento) En algún lugar de Bariloche, Argentina. Matthias Schall no estaba preparado para abrir la carta. La llevaba consigo, doblada con cuidado dentro del bolsillo de su abrigo, pero algo en su interior le pedía tiempo. Sentado en una mesa del centro de Bariloche, con una taza de café humeante entre las manos, dejaba que el murmullo de la ciudad y el aire frío de la montaña le devolvieran fragmentos de su pasado. Era necesario —casi vital— recordar antes de comprender. El vapor del café le nublaba por momentos los lentes, y entre ese velo surgían imágenes nítidas: una cancha de tierra, el cielo patagónico abierto como una promesa, y la voz de su padre alentándolo desde la línea. Tenía doce años cuando Karl decidió enviarlo a vivir con su tío Otto a Comodoro Rivadavia. El plan era claro: permitirle jugar en el Comisión de Actividades Infantiles, el club que en la Patagonia moldeaba talentos con la misma dureza que el viento golpea los acantilados. Otto, un hombre de manos curtidas por el trabajo petrolero, lo recibió junto a su esposa Erika y sus primos con una calidez que mitigó el golpe del desarraigo. Aun así, las primeras semanas fueron duras. Matthias extrañaba el olor de los pinos, la vista del Nahuel Huapi, el tono pausado de la voz de su madre. Pero cada tarde, cuando salía a entrenar con la camiseta celeste y blanca de la CAI, algo dentro suyo encontraba un sentido. Las visitas quincenales de Karl eran el combustible que mantenía viva su llama. Llegaba siempre con un bolso pequeño, los ojos cansados y una sonrisa contenida. Observaba los partidos desde la tribuna, en silencio, y luego lo abrazaba con una mezcla de orgullo y nostalgia. Juntos recorrían el puerto, comían pescado frito mirando el mar, y hablaban del futuro con una esperanza que ambos fingían creer inquebrantable. El crecimiento de Matthias fue meteórico. Su velocidad y desequilibrio lo convirtieron en figura. A los catorce años, Rosario Central lo convocó para sumarse a sus divisiones juveniles. Aquel cambio fue otro salto al vacío, pero esta vez el miedo se transformó en hambre. Rosario lo recibió con su ruido, su fútbol y su pasión desbordante. En las inferiores del club canalla conoció a Ángel Di María, un chico flaco, eléctrico, con quien compartió largas horas de entrenamiento, risas y sueños en el predio de Arroyo Seco. Forjaron una amistad sincera, nacida del sacrificio y la soledad compartida. A veces, cuando se quedaban pateando a oscuras después de la práctica, Matthias pensaba que aquella conexión era lo más parecido a tener un hermano lejos de casa. Su talento lo llevó a vestir la camiseta de la Selección Argentina Sub-15, donde coincidió con Sergio “Kun” Agüero. Eran diferentes dentro y fuera de la cancha, pero el respeto mutuo se transformó pronto en complicidad. Compartieron goles, bromas y horas de concentración en Paraguay, donde la albiceleste terminó en el tercer lugar del torneo. Cada logro era una promesa cumplida, pero también un recordatorio del sacrificio detrás. Matthias aprendía a vivir lejos, a crecer rápido, a contener las lágrimas cuando las luces del estadio se apagaban. Aquella etapa marcó su espíritu: la disciplina de la CAI, la pasión de Rosario, el honor de la celeste y blanca. Todo eso lo había moldeado antes de siquiera imaginar qué decía la carta que llevaba consigo. Ahora, frente al ventanal del café, observando el reflejo del lago y las montañas, Matthias comprendía que cada paso lo había traído hasta ese instante. A veces, para entender el presente, era necesario volver al niño que alguna vez fue, al joven que soñó con ser futbolista y al hombre que aún no se animaba a abrir las palabras que su padre le había dejado.
Únete a la conversación
Puedes publicar ahora y registrarte después. Si ya tienes una cuenta, accede ahora para publicar con tu cuenta.