Capítulo 14: Año nuevo, campo viejo 1 de enero. Akureyri amaneció blanco, silencioso, como si el mundo entero estuviera aún dormido. Yo también lo estuve. No por cansancio, sino por costumbre. Pasé la Nochevieja solo, en casa, con una sopa caliente y un partido antiguo en la televisión. No hubo mensajes. No hubo brindis. Elín no volvió a decirme nada desde aquel día en la panadería. Y Emma, la hija de Fern, ni siquiera ha vuelto a aparecer. Como si el fútbol, una vez terminado, se hubiera llevado también a las personas. Pero el calendario no espera. Y el Borsvöllur tampoco. Primer entrenamiento de pretemporada. El campo helado, el balón duro, los jugadores con gorros y guantes. Algunos con más kilos, otros con más ganas. Y tres caras nuevas. Sigfús Fannar Gunnarsson – Centrocampista, 21 años Vuelve tras una cesión en el Dalvík/Reynir, en la 2. deild karla. Más maduro, más físico, más directo. Lo vi moverse entre líneas con decisión. Tiene algo que no se enseña: intuición. Arnar Sigurðsson – Delantero centro, 16 años Juvenil. No muy alto, flaco, con mirada tímida pero piernas rápidas. En el rondo, no perdió ni un pase. En el partidillo, marcó un gol con la punta del pie. Birkir Már Sigurbergsson – Centrocampista, 16 años También juvenil. Más bajo, más técnico. Tiene visión, pausa, y una zurda que acaricia el balón. En el primer ejercicio, corrigió a un compañero con respeto. Eso me gustó. En el vestuario, colgué el calendario en la pizarra. Cinco partidos. Cinco domingos. Todos en casa. —No son para ganar —dije—. Son para ver quién está listo. Valur será el más duro. Pero los demás también cuentan. Cada minuto, cada error, cada gesto. —Esto no es preparación. Es selección. El vestuario estaba en silencio. No por cansancio, sino por concentración. En la pequeña televisión colgada en la esquina, el sorteo de la Deildabikar comenzaba. Algunos jugadores se sentaron en el suelo, otros se apoyaron en las taquillas. Sveinn cruzado de brazos. Arnar con el móvil en la mano, grabando. Yo, de pie, junto a la pizarra. —Grupo D —anunció el presentador. El nombre del Þór apareció en pantalla. Y con él, los rivales. Silencio. Luego, una exhalación colectiva. —Nos ha tocado el grupo de hierro —murmuró Sveinn. ÍA, KR y KA. Tres equipos con historia, músculo y plantilla. HK, siempre incómodo. Grótta, impredecible. Y tres partidos fuera de casa. —Perfecto —dije, sin levantar la voz—. Si vamos a medirnos, que sea contra los mejores. Algunos jugadores se miraron entre ellos. Sigfús apretó los dientes. Birkir bajó la cabeza, pensativo. Arnar sonrió, como si el reto le gustara. —Esto no es solo una copa —continué—. Es una declaración. Cada partido será una prueba. Cada minuto, una oportunidad. Y cada error, una lección. Me giré hacia la pizarra. Taché la palabra “amistoso”. Escribí “competición”. —La pretemporada ya no es preparación. Es supervivencia. El sorteo terminó. La televisión se apagó. El vestuario volvió a llenarse de ruido: botas, risas nerviosas, murmullos. Pero algo había cambiado. Ya no éramos un grupo que entrenaba. Éramos un equipo que iba a luchar.
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