Capítulo 4: El latido que no cesa31 de diciembre de 2025 – 23:47 h Hotel Fairmont Nile City, El Cairo El Nilo discurría negro y lento bajo la terraza, reflejando las luces de la fiesta como un espejo roto. Hassan Safar se había escabullido de la gala oficial: camisas azules, copas altas, discursos que olían a champán barato. El ojo en su dedo índice palpitaba con un ritmo propio, más rápido que nunca: cuatro segundos entre latido y latido. Cada pulso era un clavo en la sien. Se apoyó en la barandilla. El viento traía olor a pólvora de los fuegos artificiales y algo más antiguo: mirra, sangre seca, arena que no debería moverse sola. - ¿No celebras, entrenador? La voz llegó desde las sombras de la palmera artificial. Era Salem Al-Shamsi, el presidente, con una copa de algo oscuro en la mano. Sus ojos brillaban con el mismo azul cobalto que el ojo de Hassan. No era reflejo. Era luz propia. - No hay nada que celebrar -dijo Hassan sin volverse-. Solo ladrillos que se quitan de una prisión que no veo. Salem se acercó. El viento agitó su thobe blanco como una bandera de rendición. - ¿Sabes por qué te elegí, Hassan? No por tus cualidades cómo futbolista. No por tu ojo táctico. Te elegí porque tu sangre lleva el decimoquinto trozo. El que Seth escondió en el desierto y Osiris nunca encontró. Hassan giró la cabeza. El ojo de su mano se abrió del todo, mostrando una pupila vertical que no era humana. - ¿Y si me niego? ¿Qué pasa si dejo el club mañana? Salem sonrió. Una sonrisa que no llegaba a los ojos. - Entonces el corazón de Osiris se buscará otro cuerpo. Pero no será tan… compatible. Mira. Señaló el Nilo. En la superficie, las luces de la ciudad se apagaron una a una, como si alguien las succionara. En su lugar apareció una imagen: El Cairo en ruinas. La torre de El Cairo partida en dos. El estadio 30 de Junio hundido en un cráter de arena roja. Y en el centro, una pirámide invertida emergiendo del río, con la punta clavada en el cielo como una daga. En la base, miles de cuerpos momificados en vida, con los ojos abiertos y azules. Entre ellos, su hija Layla, de ocho años, con la corona azul de guerra demasiado grande para su cabeza. Hassan retrocedió. El ojo de su mano ardía. - ¿Cómo lo detengo? - No lo detienes -susurró Salem-. Lo diriges. Cada título es un ladrillo que quitas. Pero también es un sello que pones. Si ganas la Champions Africana antes del 31 de diciembre de 2027, el corazón de Osiris se instalará en ti… pero tú serás el faraón, no el esclavo. Si pierdes, el desierto se lo tragará todo. Incluyendo a Layla. Un silencio denso. El Nilo volvió a reflejar las luces de la ciudad. La visión se desvaneció. Hassan tragó saliva. - ¿Por qué el Pyramids? ¿Por qué no Al-Ahly? ¿Zamalek? Salem señaló el logo en su solapa: la pirámide estilizada. - Porque este club fue fundado sobre la cámara perdida. El estadio 30 de Junio no es un estadio. Es la tapa del sarcófago. Cada gol que marcas aquí es un latido que despierta al dios. Cada título, un paso más cerca de la resurrección. Hassan miró su mano. El ojo parpadeó. Y vio: Bajo el césped, la cámara subterránea. El sarcófago de obsidiana. La sombra dentro se retorcía, formando el contorno de un hombre. Su propio rostro. Pero con ojos azules. Y una corona que no era de este tiempo. - ¿Y si gano todo? -preguntó con voz ronca-. ¿Qué pasa entonces? Salem se acercó tanto que Hassan olió el incienso en su aliento. - Entonces serás el último faraón. Egipto renacerá bajo tu mano. Pero no será el Egipto que conoces. Será el de Osiris. El de los muertos que caminan. El de los ushabti que obedecen. Y tú… tú serás su voz. Su cuerpo. Su tumba. Un estallido de fuegos artificiales iluminó la terraza. 2026 acababa de empezar. El ojo de Hassan latió una vez más. Y en algún lugar, bajo el estadio, el corazón de Osiris respondió con el mismo ritmo. Bum… bum… bum… Hassan cerró el puño. El ojo se ocultó bajo la piel. Pero seguía mirando. Y el Nilo, testigo mudo, siguió fluyendo hacia un futuro que ya no era futuro. Era destino. Imágenes creadas por IA.
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