Capitulo V: Radiografía de terapia, pasos de esperanza.El Uber se adentró en las estrechas calles de Exeter, una ciudad que respiraba historia con sus edificios medievales y su imponente catedral gótica. Apenas puso un pie fuera del vehículo, Alasdair Guarani Campbell sintió el pulso de la ciudad, una mezcla de tranquilidad y la vibrante energía de una urbe universitaria. Le llamó la atención la arquitectura georgiana de las casas, los pequeños pubs tradicionales y la calidez que emanaba de cada rincón. Se detuvo un momento en el antiguo puerto, donde los edificios de colores se reflejaban en el río Exe, creando una estampa serena y pintoresca. Ese lugar, con su aire de viejo mundo y su río fluyendo constante, le pareció un símbolo de la persistencia y la capacidad de renovación, algo que sin duda necesitaría en su nuevo desafío. El club había gestionado un departamento en el número 24 de Old Tiverton Road, a escasos metros del estadio St. James Park. La cercanía al club era vital para Alasdair y al pisar el césped de la cancha, con capacidad para casi 9.000 personas, sintió paz, era hora de volver. El St. James es un estadio modesto, pero con alma, el tipo de lugar donde los aficionados se sentían parte de la familia. Sin embargo, su satisfacción inicial se desvaneció al recorrer las instalaciones juveniles. Las vio descuidadas, con equipos viejos y un mantenimiento deficiente. Sabía que eso tenía que cambiar, y no sería una inversión barata. Lo primero que hizo Alasdair al llegar a su nueva oficina fue pedir la documentación financiera del club. Para él, el fútbol, antes que goles y victorias, empezaba por los números. Sumergido en hojas de cálculo y contratos, encontró una oportunidad. Localizó una cláusula de venta a futuro en un antiguo traspaso, una especie de "salvavidas" que el club nunca había activado. Tras unas llamadas y gestiones rápidas del Directorio, se logró vender esa cláusula a pedido de nuestro entrenador, elevando automáticamente el presupuesto de fichajes a 475.000 dólares. No era una fortuna para el mercado actual, pero era un colchón, una pequeña luz para el mañana, cuando tuviera que rearmar el plantel. En general, la economía del Exeter City no estaba tan mal. Los sueldos respetaban el techo presupuestario fijado por el Directorio, evitando desequilibrios financieros mayores. El problema era la plantilla en sí. Encontró once jugadores con contratos de "jugadores sobrantes", futbolistas que cobraban un sueldo sin aportar un valor real al equipo. Esto lo llevó a una conclusión demoledora: estaba con un equipo de baja calidad. Los sueldos más pesados correspondían a jugadores cedidos, pero para su alivio (y su dolor de cabeza), estos solo estarían en el club unos meses más. El dilema era que, paradójicamente, estos cedidos eran los mejores talentos del equipo. Alasdair notó al instante la insuficiencia del cuerpo técnico. Los preparadores eran escasos; la estructura parecía más propia de un equipo amateur que de un club profesional. Sin pensarlo dos veces, solicitó una reunión urgente con el presidente. “Necesito completar cuerpo técnico en todos los niveles del club, y lo necesito ya” sentenció Alasdair, mirando a los ojos del presidente. El presidente, un hombre de maneras lentas y una mirada que reflejaba el cansancio de mil batallas perdidas, se removió en su silla y dijo: “Alasdair, con todo respeto, ¿no crees que es un gasto un tanto... precipitado? Estamos al borde del descenso, los fondos son limitados y, francamente, con la temporada casi perdida, quizás no sea tan urgente. Con lo que tenemos...” Alasdair apoyó las manos sobre la mesa, inclinándose ansiosamente. “Señor, si este club no se puede permitir un cuerpo técnico completo, no tiene futuro. La reconstrucción no puede esperar a tocar fondo. Un cuerpo técnico incompleto no es solo una falta de personal, es un signo de desidia, de abandono. Y eso, un club con la tradición y la base de aficionados del Exeter City, no se lo puede permitir. No podemos resignarnos a la derrota antes de empezar. Un equipo profesional debe tener la estructura para crecer. Esto no es solo para ahora, es para sentar las bases de lo que queremos ser. Si queremos sobrevivir, si queremos reconstruir, tenemos que demostrar que estamos comprometidos con la excelencia desde el primer día, incluso en los detalles” El presidente lo miró fijamente. En la voz de Alasdair no había arrogancia, sino una convicción férrea. Tras un breve silencio, asintió. “Entendido, Alasdair. Pondremos el aviso de inmediato en todas las agencias de empleo de la ciudad y con nuestros scouts” Esa noche, Alasdair invitó a cenar a Kevin Nicholson, el segundo entrenador. Kevin era un hombre callado, de pocas palabras, pero su inteligencia brillaba en cada observación. Durante la cena, con la luz tenue de un pequeño restaurante local, Kevin se abrió. Describió la plantilla con una precisión quirúrgica: quién tenía liderazgo, quién se escondía, los puntos fuertes y las debilidades individuales y colectivas. “Profe —dijo Kevin con voz grave—, más allá de la táctica o la forma física, hay algo más profundo. Este equipo está roto por dentro. Han pasado por demasiadas derrotas, demasiados momentos de decepción. La autoestima está por los suelos. Más que un técnico, en este momento necesitan un psicólogo. Necesitan volver a creer en sí mismos, a sentir que pueden ganar” Alasdair escuchó atentamente, asimilando cada palabra. La cena con Kevin Nicholson fue una inmersión profunda en el alma del Exeter City. Cuando regresó a su departamento, la oscuridad de la noche envolvía la ciudad. Alasdair se acercó a la ventana, observando las puertas del St. James Park. La conversación con Kevin resonaba en su mente: la baja autoestima, el dolor del plantel. Sacó un pequeño cuaderno y un bolígrafo. Tomó nota de las palabras de Kevin y abajo, sus posibles hipótesis de solución y primeras medidas. Miró el estadio, ahora una silueta oscura. La reconstrucción del Exeter City no sería solo un cambio de tácticas o de nombres. Sería un proceso mucho más profundo, un viaje para sanar heridas, para encender de nuevo la chispa en los ojos de los jugadores. La tarea era monumental, pero Alasdair Guarani Campbell sintió una extraña mezcla de desafío y emoción.
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