Capítulo 25 – Luces en el puerto 

No sé en qué momento exacto dejamos de ser solo dos personas que compartían bollos y paseos hasta el puerto. Tal vez fue aquella noche de harina y manos rozándose, o quizá mucho antes, cuando nos reencontramos después de tantos inviernos. Lo cierto es que, sin darnos cuenta, empezamos a caminar hacia algo nuevo. Despacio. Sin prisas. Como si ambos supiéramos que lo importante no era llegar, sino disfrutar del trayecto. 

El frío de diciembre ya se había instalado en Akureyri. Las luces navideñas colgaban sobre las calles como constelaciones domésticas, y el puerto olía a leña y mar. Caminábamos juntos, con las manos en los bolsillos, hablando de cualquier cosa menos de nosotros… hasta que ella se detuvo. 

—Este año… —dijo, mirando hacia el fiordo—, me gustaría que pasáramos la Navidad juntos. 

No lo dijo como una pregunta. Tampoco como una orden. Fue una invitación suave, pero con el peso de algo importante. La miré, intentando leer entre líneas. Para cualquiera podría ser un simple plan, pero para nosotros… era un paso. El primero que nos sacaba de la rutina cómoda de los jueves y nos ponía frente a algo más íntimo. 

—¿En tu casa o en la mía? —pregunté, intentando disimular la emoción con una sonrisa. 

—En la mía —respondió—. Haré bollos de canela y sopa de pescado, como hacía mi madre. Y… —hizo una pausa—, podríamos invitar a algunos amigos. O no. Como quieras. 

Asentí. No porque no tuviera nada que decir, sino porque sentí que cualquier palabra podía romper ese momento. El viento nos golpeó la cara, pero no importó. Caminamos un poco más, en silencio, hasta el banco de piedra. El mismo de hace más de veinte años. 

No nos besamos. No hizo falta. A veces, el compromiso se sella con gestos más pequeños: una invitación, una mirada, un “quiero que estés” dicho sin decirlo. 

Esa noche, al volver a casa, me di cuenta de que las luces de Navidad parecían más cálidas. Y no era por la electricidad. Era porque, por primera vez en mucho tiempo, tenía un lugar —y una persona— con quien compartirlas. 

Hola @ansodi

Ay, que bonito... y qué fríos son estos vikingos, que así se las ponían al César... jajaja