Capítulo 24 – Tres inviernos más El despacho del presidente huele a madera vieja y café recién hecho. La luz entra por la ventana con esa claridad nórdica que no calienta, pero ilumina. Frente a mí, Jónas Guðmundsson revisa el contrato con sus gafas en la punta de la nariz. No habla mucho. Nunca lo ha hecho. Pero cuando lo hace, cada palabra pesa. —Tres temporadas —dice, sin levantar la vista—. Con opción a una cuarta si entramos en Europa. Asiento. No por formalidad, sino porque lo siento correcto. Después de todo lo vivido, de la copa, del ascenso, de los jueves con bollos y las noches de análisis con Sveinn, quedarme en Akureyri no es una decisión profesional. Es personal. —¿Estás seguro? —pregunta Jónas, ahora mirándome directamente. —Más que nunca —respondo. Firmo. El bolígrafo rasga el papel con una firmeza que no tenía cuando llegué. No soy el mismo. El club tampoco. Y eso, en el fondo, es lo que me hace quedarme. Cuando salgo del despacho, el aire es frío pero limpio. En la entrada del estadio, un grupo de niños juega con un balón desinflado. Uno de ellos lleva una camiseta con mi nombre. No me ve. No importa. Lo importante es que está ahí. Camino hacia el puerto. Elín me espera con dos bollos envueltos en papel. Me tiende uno sin decir nada. Lo acepto. Nos sentamos en el banco de piedra, como siempre. —¿Y bien? —pregunta. —Tres inviernos más —digo. Ella sonríe. No pregunta nada más. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, siento que el futuro no me asusta. Porque lo voy a vivir aquí. Con ellos. Con ella. Con el Þór.
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